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El mandador

 

No es una figura realmente conocida fuera del ámbito deportivo de la lucha canaria. Ni valorada en su justa medida. Estamos ante el principal estratega de equipo de nuestro deporte vernáculo. El luchador vive la lucha como un deporte individual. Él salta al terrero solo y se enfrenta a su rival y a las expectativas de sus partidarios y contrarios solo. Recibe los gritos de ánimo y las presiones de los fans del contrario, agarrado a su contrincante que, como él, sabe que aquello es una cosa entre ellos. Piensa, respira, huele y oye al contrario. Es importante estar alerta. Cualquier movimiento del mismo puede ser el inicio de un ataque de consecuencias fatales o simplemente un amago para desconcertarlo y atacarle con todo por otro lado. Es un deporte de máxima tensión, para personales ágiles, fuertes e inteligentes. Aunque, como en todos lados, hay de todo, pero el éxito está reservado para aquellos con actitudes y aptitudes.

El luchador sale al terrero, lucha y vuelve a la silla. Y allí está el mandador, el estratega del equipo. Puede que el mandador, conocido también en algunos lados como el sacador, sea a la vez el entrenador, pero no tiene que serlo necesariamente. Estamos ante una persona que conoce como nadie la potencialidad de sus luchadores, sus mañas, sus debilidades y sus fortalezas. Y también las de los miembros del equipo rival. Su función consiste en emparejar a los suyos de la mejor forma con sus adversarios, de rentabilizar al máximo la superioridad de sus luchadores frente a sus rivales y minimizar los riesgos de caída. Y pone sus doce luchadores al servicio de un objetivo: la victoria.

La lucha canaria es un deporte complejo, donde el que yo derribo con facilidad puede tumbar, con el mismo acierto, al que me tira a mí sin despeinarse. Hay luchadores encontrados de por vida. Aunque uno llegue a ser puntal y el otro se quede dormido en la cola. Pero cuando se encuentran, el chico de la cola multiplica su valor y acaba agarrado al puntal que podría acabar con la plana mayor de su equipo. Y el mandador lo sabe y lo esconde entre las sombras de sus compañeros. Y salta al terreno desde que el puntal rival pretende comerse el pastel. Entonces, se agiganta el pequeño y se consume el puntal. El público no entiende qué pasa, pero el mandador ríe con ganas. Una pieza que es para todos inservible se ha convertido en la llave del éxito.     

El mandador pone a los luchadores en silla, dependiendo de quienes salgan por parte del otro equipo. De él es la responsabilidad de enfrentar a cada uno de los luchadores con las mejores expectativas para su equipo. Sabe cómo lucha su pupilo y cómo lucha su rival y vive la victoria del suyo como si fuera suya, al igual que sufre la pérdida con enorme responsabilidad. A veces, se tiene que sacrificar a un luchador, como un peón en el ajedrez, para evitar cruces indeseados de otros luchadores más decisivos para el equipo. Entonces, el luchador sale a caer de la mejor forma posible, pero su contribución al equipo ya está hecha. Ha permitido que el puntal suyo se enfrentara con el puntal que quería y no con el otro, que suele tirarlo o que es más encontrado. Un buen mandador es esencial en cualquier equipo. Detrás de muchos éxitos queda oculta la figura de un buen mandador.

Solo en equipos con luchadores de la talla de Francis Pérez, “Pollito de la Frontera”, capaces de imponer su superioridad a diestro y siniestro, dando en tierra incluso con los doce luchadores, independiente del orden y del concierto en el que se le enfrenten, se puede menospreciar al mandador en el éxito del equipo. Y, aun así, me consta que Francis Pérez alcanzó su gran nivel también gracias a las enseñanzas de aquel mandador que le transmitió todo lo que él sabía. Sin Benigno Machín, otro herreño que dejó una gran huella en la lucha canaria, estoy convencido de que el Pollito no hubiese sido tan completo como fue.

Al lado de las tres sillas, en medio de los luchadores, se mueve el mandador. Se trata frecuentemente de un ex luchador, de un veterano que siente pasión por la lucha, pero que tiene nervios de acero para controlar sus recursos e ir disparándolos de la mejor manera. Busca la victoria del equipo, mientras sus luchadores se miden hombre a hombre. A veces, sólo él ve la importancia de que uno se enfrente a un rival concreto, aunque el luchador sea remiso. Y, muchas veces, el propio bregador queda positivamente sorprendido de la estrategia, dando en tierra o separándose con el que él creía superior a él. Consejo de mandador.

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