“Descabronizar” Lanzarote
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
Aunque lo inmediato parezca que es descarbonizar, yo estoy más por “descabronizar” Lanzarote. Es algo así como despedir de la mejor manera posible a todas esa gente que hace malas pasadas o resulta molesto. Bueno, que tampoco creo que haya que explicar con mucho detalle lo que es un cabronazo de toda la vida. Esas personas que priorizan hacer el mal por encima de todas las cosas y que aparecen en el momento menos esperado y disfrutando de posiciones de poder realmente incomprensibles sí conocemos al personaje. Realmente para alcanzar el nivel de cabronazo colectivo tienes que tener algo de poder, aunque solo sea la superioridad que da tener el manejo de algo que todos necesitan pero que sólo él tiene a su disposición. Para hacer más sencilla la exposición, y no complicarla con experiencias absurdas o de poca relevancia para el caso, nos limitaremos a los de la cosa pública.
Por supuesto que es un cabronazo a abolir, o a capar, el médico, o la médica que tanto monta, que pudiendo atender al paciente posterga su diagnóstico por falta de empatía o por seguir de cháchara con la compañera o compañero de la sección de al lado, sin interesarse por el aparente malestar que tiene el señor o señora que sufre en silencio doblemente: su enfermedad y el desaire del (o la) bata blanca desvergonzado (a). Pero tampoco quiero enredarme en funcionarios, que haberlos haylos más cabrones que nadie, sino ir directamente a los cabrones que nosotros elegimos para que nos jodan mejor que nadie a nosotros y a todos nuestros vecinos. A esos políticos que llegan a la poltrona con el único afán de disfrutar de los derechos que otorga el cargo, que transforman en privilegios y placeres, y se olvidan de atender sus obligaciones y las necesidades colectivas del pueblo. Y es, ahora, momento oportuno para afrontar la “descabronización” porque estamos a unos meses de las elecciones. Ya sabemos quiénes de nuestros políticos contaminan más con sus modales y acciones que un coche a escape libre o una abubilla (popusa, para mis amigos de la infancia) con diarrea. Sí que lo sabemos.
Si nos han estado jodiendo con descaro y alevosía durante tres o más años, ese merece someterse al proceso de “descabronización”. Sin ningún miramiento. Sin ninguno. El que lleva tres años sin cumplir lo que prometió y encima sigue como si lo estuviera haciendo todo de maravilla, ese, amigo mío, ni con prórroga indefinida ni pase pernocta hará nada. Bueno, sí, seguirá agarrado a la teta pública cada vez con más fuerza y de forma más desvergonzada. Se dedicará a ver como saca dinerito de allí o de aquí, cómo rentabiliza mejor las dietas de viaje o gasta menos desviando sus cositas varias a la tarjeta pública. ¿Qué eso ya no ocurre, me dice? Pobrecito, que Dios le coja confesado, angelito del cielo. En esta misma isla, con personajes todavía danzantes en la vida pública o alrededores, un alcalde y su teniente de alcalde cogieron tal berrinche por el reparto de las dietas de viaje que acabó uno de ellos dimitiendo y todo. Es verdad que la “descabronización” por voluntad propia no es muy efectiva y al poco tiempo volvió de nuevo, y volvió a armarla de nuevo, hasta que acabó por armarla gorda de verdad.
La “descabronización” es fundamental en la vida política insular para afrontar con garantías los retos del cambio climático, el cambio de modelo económico, la optimización del ciclo del agua y todos los objetivos que conlleven un mínimo de exigencia de honestidad y compromiso. Aquí, en Lanzarote, muchos políticos entraron con una mano detrás de la otra, y las dos apoyadas en un pantalón vaquero con tanta mierda como años, y salieron, o siguen, como si fueran hijos de señoritos. Y no solo no les importa que lo sepan sus electores, sino que los muy poco “descabronizados” presumen ante sus iguales de las formas y métodos que usan para robarle a su pueblo. A aquel lo compran con una subvención para su equipo deportivo, al otro convirtiéndolo en proveedor de la administración que controla, al de más allá lo mete en las cuadrillas de los convenios y a los de más acá les recuerda que sabe que ya tienen a altura de techo su cuarto de aperos, su casa o los cuartitos de los niños que construyeron sin respetar retranqueo ni topes de urbanización.
Y, después están los otros, los que los controlan a ellos, porque los no “descabronizados” suelen estar al servicio de los que contaminan más que ellos todavía y que son los que pagan campañas y reparten, bajo cuerda, algún euro de los beneficios que dejan las trampas que hacen a su favor. Los que están sabemos cómo funcionan. Y ellos saben cómo funcionamos nosotros. Así que si quieres hacer algo, búscate nuevos clientes, termina el techo de una vez, acepta que tu equipo es más municipal que tuyo o presenta un currículo y déjate de esperar por la cuadrilla de los seis meses y el resto al paro. Eso es así.
Pero, ¿y los que vienen nuevos? ¿Cómo garantizamos que los que vienen nuevos no son tan cabronazos como los que están? Claro, ese riesgo existe, pero dependiendo como “descabronicemos” los que están, se atreverán más o menos personajes de esa índole a embarcarse en la operación. Si les damos la espalda, si no les reímos las gracias, si denunciamos sus ilegalidades y conseguimos que algunos acaben en la cárcel, el cabronazo se lo piensa dos veces, porque si hay alguien al que no quiere molestar el cabronazo es así mismo. Eso es de libro en el mundo de los cabrones, sean políticos o no.
Siempre nos queda, además, el sentido común. Si votas a alguien porque crees que con él vas a poder hacer las ilegalidades que no te admiten otros, la cosa está jodida. Muy jodida. Además, este ejercicio de autoevaluación te sirve para diagnosticarte tú mismo como un cabronazo del tamaño de la copa de un pino. Aunque, si no eres candidato, no te vamos a someter al sistema de reducción de gónadas al estilo gaucho: elástico en la parte alta hasta que la necropsia y la gravedad hagan su trabajo. Está claro que si buscas cabronazos, tendrás cabronazos. Que te hagan lo que te prometieron ya es otra cosa, porque los cabronazos eligen a sus víctimas.
Fuera de los casos como en el párrafo anterior, donde el elector siente que su vida será más fácil con un cabronazo en la Alcaldía que con un tipo decente, el sentido común es fundamental. No se podrá elegir a alguien que ya ha dado muestras de ser un cabronazo cada vez que se le ha dado la oportunidad. Tampoco es de recibo votar a alguien que nunca ha mostrado el más mínimo interés por lo público o que, incluso, se ha mofado de ello para defender la individualidad frente a la colectividad. Tampoco se debe salvar a quién siempre ha dejado claro que es de tontos sacrificarse por los demás pudiéndose hacer rico contra todos ellos. Tampoco es buena persona para estos menesteres aquel que siempre fue un holgazán o un trabajador a tiempo completo para su cuenta propia. La prevención en la “descabronización” es fundamental, como lo es en tantas otras cosas, incluida, la descarbonización. Cabronazo que puedas evitar, cabronazo que no vas a tener que “descabronizar”. Si sabes que alguien es mala persona, que le gusta hacer daño a terceros, con o sin beneficio propio, que se la trae al pairo como vivan los demás y que lleva mil años deseando tocar poder para que se entere el resto de lo que vale un peine, votarle no es sino favorecer la “cabronización” de la política insular. Ya sé que eso es lo que hemos hecho hasta ahora y así nos va. Así que ni descarbonización ni leche machanga: lo primerito para cambiar esto es la “descabronización” general, pero vamos a empezar por la política, por quienes nos contaminan a todos con sus alientos de vengadores y vendepatrias, de nuevos ricos y caseros al por mayor. ¡”Descabronización” con los que están y prevención para los que vienen! No queda otra. Más allá de esa, no hay sino cabronazos empoderados.