Martín, mi nuevo héroe
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
Acababa de aterrizar en Lanzarote de regreso de Asturias. Desde que anunciaron que ya se podían usar los móviles, encendí el mío. Fue solo un flash, vi a dos niños luchando.
Uno de ellos hizo un sacón y dio en tierra con su rival. Esa imagen me transportó a los años ochenta, mis años dorados como luchador, aficionado a la lucha canaria y periodista deportivo. Vi a Carmelo Guillén. Pero eso era imposible. Yo fui testigo, el 7 de febrero de 1986, de la primera luchada de Carmelo Guillén Martín, en la presentación del Altavista como nuevo club de lucha en el terrero de la Ciudad Deportiva de Lanzarote, en Arrecife. Y tenía 22 años. No podía ser aquel niño que tan magistralmente repetía la técnica que le dio fama en todo el archipiélago. Volví a poner el vídeo, y el chico volvió a tirar a su contrario con igual elegancia, con envidiable soltura, con un desparpajo que ya quisieran para sí veinteañeros que saltan al terrero acogotados por los nervios y carentes de técnica. Y volví a repetirlo y así hasta que mi mujer me dio un codazo para que me dejara de jugar con el móvil y saliera del avión que ya nos habíamos quedado solos y nos tocaba bajar.
El terrero de Mirca, en Santa Cruz de La Palma, acogió este pasado domingo, 27 de noviembre, la final del III Torneo del Fajín de Lucha Canaria Fundación CajaCanarias, competición donde se deciden los campeones y campeonas de edad prebenjamín, benjamín, alevín e infantil de Canarias, o de todo el Mundo entero, porque son los máximos campeonatos de nuestra lucha canaria, deporte sin igual en otro lado. Y allí estaba mi nuevo héroe. Un niño de 8 años, de la base del señero Club de Tao, cuna de grandes luchadores y centro de muchas cosas buenas de nuestro deporte vernáculo, estaba haciendo maravillas. Y me hizo feliz. No le conocía de nada, ni sabía quién era. Pero el verle luchar de esa manera, con esa garra, con esa inteligencia, con toda la decisión, mató al instante el pesimismo que me embarga muchas veces sobre el futuro de nuestro deporte, de origen rural, en un mundo tecnologizado, urbano y tan poco dado a preservar cultura y tradiciones.
La saga de los Guillén empezó de una forma tardía, casi de casualidad, cuando Carmelo fue cogido casi al lazo por el directivo del Altavista Enrique Elvira en un bar del barrio y lo llevó al campo de entrenamientos. De ahí salió un portento físico y emocional que llegó a ser puntal B regional y se situó entre los mejores de Lanzarote y de Canarias. En la luchada en la que se retiró, le vi acompañado por un niño, su hijo, vestido también de luchador. Años más tarde, un desgraciado accidente, cuando tenía 46 años, acabó con su vida a principios de octubre de 2010. Aquel día me embargó una pena enorme. Tan joven, tan jovial siempre. Pero la vida es así. No hace falta entenderla, basta con aceptar lo bueno y lo malo que nos depara.
Pero dejemos el pasado, disfrutemos del presente. Tampoco nos empeñemos en cargar de responsabilidad y obligaciones a un niño que acaba de conquistar el campeonato de prebenjamín. Dejémosle que juegue, que experimente, que disfrute de la lucha canaria con total libertad. Que saque de dentro todo lo que lleva, que deje atrás las exigencias del apellido, y él lleva los dos de su abuelo, aunque uno convertido en nombre, y que sea feliz. A mí ya me ha dado unos momentos de gozo que le voy a deber para siempre.
Seguro que los genes de su abuelo tienen mucho que ver. Pero no olvidemos a su padre, que no solo lleva esos mismos genes, sino que ha demostrado un amor infinito por el suyo y ha orientado al niño hasta el terrero. Y seguro que en esa semblanza de niño desenfadado y entregado a la lucha tiene mucho que ver su madre, que le transmite cariño y le ríe sus gracias cuando se mete en su ropa de lucha como el pintor coge el pincel o el escritor su pluma. Nada es casual. Mucho menos en el cuidado y formación de los niños.
Sé que Andrés Guillén, destacado A del Unión Sur Yaiza, disfruta más de las agarradas de su hijo que de las suyas propias. Que se pone nervioso de verdad y salta de emoción cuando Martín Guillén, como lo hacía también su abuelo Guillén Martín, tumba de un espectacular sacón a sus rivales tan pequeños y grandes a la vez como él. Seguro que en ese éxito reciente de su hijo, se acordó y se emocionó, de la luchada en el terrero “Andrés Curbelo Pollo de Tao” en la que él, junto con todo el equipo del Tao, consiguió, por primera vez, el Campeonato Regional (o del Mundo) de Juveniles para un equipo lanzaroteño. Fue también un domingo, el 26 de julio de 2009, hace ya trece años. Aquel campeonato regional lo vivió él demostrando que su padre no se iría nunca de los terreros. No solo porque los aficionados nunca lo olvidaremos sino también porque ver saltar al terrero a Andrés es tener un flash inolvidable de su padre. Y ya ha puesto la semilla germinada para que eso sea así incluso cuando él ya no tenga edad para medir su destreza, fuerza y tesón con ningún contrario más.
Que me lleven a este niño a los colegios, a mi héroe Martín, para que los chinijos de su edad conozcan lo que pueden hacer ellos también si se pasan por los entrenamientos del club de su pueblo. Su imagen, su desparpajo, su disciplina, su entrega echa por tierra todos los prejuicios que otros tienen contra nuestro deporte vernáculo.
De Guillén Martín a Martín Guillén. ¡Qué contento estoy!