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Lo que pide el pueblo y lo que entiende el político

La empatía no es el fuerte de los políticos lanzaroteños. Tampoco me pregunte cuál es su fuerte porque ni yo lo sé después de casi cuarenta años revoleteando con bloc de notas y lápiz alrededor de ellos. Lo que si le podría hacer en un minuto es un decálogo de debilidades, muchas de ellas intencionadas y, otras tantas, fruto de la incultura política que reina en las instituciones locales.

 Pero hoy quiero centrarme en su incapacidad para entender al pueblo que representa y la torticera y poderosa intencionalidad de querer engañarle por encima de todas las cosas. El problema más grave que tenemos es que el liderazgo lo ejerce y lo implanta el que miente con más vehemencia y éxito. Están convencidos, se lo digo yo que estoy muy atento a ello desde hace muchos años, de que las elecciones se ganan a base de mentir y no de hacer obras, ni de mejorar los servicios. Entonces, ante esas perspectivas, se produce la absoluta disociación entre el representante y el representado. Precisamente la política es el único ámbito donde el representante acapara el poder y deja indefenso durante cuatro años a sus representados. Se limita a un juego entre representantes de pactos, malversaciones, conjeturas y enriquecimientos ilícitos. En cualquier otra sociedad, ya sea mercantil o civil, el representante puede ser apartado en cualquier momento por el representado, como una muestra más de que el verdadero poder, el poder soberano, radica en los propietarios y no en los dirigentes.

 

El pueblo habla y el político interpreta

Entonces el pueblo habla y el político interpreta. Cuando esa relación se da entre personas honestas y sabias, el político eleva a la categoría de exigencia popular lo que pide el pueblo, pero lo hace teniendo en cuenta su mayor conocimiento sobre las circunstancias y busca satisfacerlo limando la idea popular de las impurezas propias. Da una respuesta, soluciona el problema y evita las deseconomías  externas que provocaría llevar a rajatabla un proyecto sin filtros técnicos. Pero eso no tiene nada que ver con lo que vemos todos los días, mucho más ahora, en tiempos electores, donde el político descubre la fragilidad del sistema, se puede quedar sin nada si así lo deciden esos a los que han estado toreando durante cuatro años.

¿La opción? Mentir mejor que nadie. Crear mensajes creíbles que escondan la realidad. Las elecciones son las guerras modernas entre rivales políticos. Y también en esta guerra la primera sacrificada es la verdad. A la mierda la verdad. Lo que interesan son mensajes creíbles. Cuestiones que la gente se trague con el anzuelito dentro para meterlos en las urnas de nuestro lado. Y en ello se aplican unos y otros. En esto, todos son iguales. Si gobiernan, ya sea en el Cabildo o en el Ayuntamiento, las arcas públicas soportarán la campaña política de sus gobernantes. Se aumentaran los gastos corrientes, se aumentarán las subvenciones, se aumentarán los enchufes y, por supuesto, las comisiones en las obras adjudicadas. Esa es la dinámica. Claro que lo sabemos todos, pero, aun siendo así, no se le puede dar carta de naturaleza. Mientras esto sea así, nada será distinto.

 

Ejemplos próximos y sangrantes

Y, entonces, empiezan a surgir los ejemplos a uno y otro lado del centro. Que las encuestas dicen que hay que mejorar el transporte público, que la gente quiere más guaguas. Entonces, el político aprovecha ese dato demoscópico no para solucionar el problema sino para hacer más eficaz su mentira. Lejos de mejorar el transporte público, de hacer un estudio serio de las necesidades, de sacar un concurso programa ambicioso que dé respuesta a un déficit histórico de la isla, el político se sienta con la empresa beneficiaria del contrato actual y diseñan juntos una estrategia para aplacar los ánimos populares sin cambiar nada. Resultado: presentamos unas guaguas, pongamos por caso tres, menos contaminantes, más costosas, más cómodas pero para hacer los mismos recorridos insuficientes. No ponemos nuevas guaguas para intensificar las conexiones entre los pueblos y las zonas turísticas y la capital, entre las residencias de los trabajadores y sus puestos de trabajo. ¡No, eso no, papito! Lo que hacemos es aparentar que algo cambia para que todo siga igual.

Da risa que los políticos y empresarios se revuelquen juntos para ir contra el sector del taxi, porque en algunas ocasiones los turistas tengan que esperar veinte minutos por un taxi, y no hagan nada en absoluto en solucionar el  déficit de guaguas que llevamos toda la vida denunciando. Además, si hubiera un sistema de transporte colectivo eficaz no habría esa presión que hay hoy en los taxis, donde ricos y pobres coinciden porque no hay alternativa real al mismo que no pase por alquilar o comprar un coche. La verdadera insostenibilidad de Lanzarote, con su insoportable carbonización, está, precisamente, enredada en el negocio del alquiler y venta de coches sin límite. ¿Respuesta de los políticos? “El lanzaroteño no quiere abandonar la libertad que le da tener su propio coche”. ¡De película!         

Un canto provocador

La interpretación del político es un canto provocador a la sublevación del pueblo. De hecho, la mitad de la población ya ha optado por la abstención, ante la incredulidad que les provoca el juego político. ¿Hasta cuándo permanecerán impasibles contra lo que no creen? No lo sabemos, pero tiene que ser muy fuerte para todas esas personas que pasan necesidades, saber que ahora podrían estar yendo y viniendo por la isla de forma gratuita, con las ayudas actuales, y que si no lo hacen es porque sus políticos prefieren contarles un chiste a proporcionarles respuestas a sus necesidades.

La última interpretación de lo que pide el pueblo y lo que da el político es muy graciosa. Cada vez son más las personas que tienen mascotas en Lanzarote, principalmente perros. Entonces, cada vez son más las personas que aborrecen los espectáculos pirotécnicos, con sus explosiones y ruidos que atemorizan a los canes, que tienen un oído muy sensible y viven con pavor esas exhibiciones. Entonces, ¿qué debería hacer el político? Efectivamente, no organizarlos y, además, prohibir esas ruidosas “petardadas” de celebraciones irresponsables. ¿Y qué hace realmente el político? Pues tenemos ejemplo reciente. Despilfarran 84.000 euros el día de Navidad por la noche, cuando estaba la isla en total silencio por ser día de fiesta, en un espectáculo de drones para disfrute del 2% de la población de la isla. Justificación: Es un espectáculo moderno para evitar esos ruidos que tanto daño hacen a los perros y a las personas hipersensibles. ¿Realidad? Siete días después, la noche del 31 y madrugada del 1, no pararon de sonar petardos, voladores, fuegos artificiales para desasosiego de toda esa población humana y animal sensible. Está claro que el pueblo (menos los perros) no pedía un espectáculo de drones a destiempo sino la desaparición de ese tormento ruidoso. Pues ha habido despilfarro, al gusto del político de turno, y fuegos a cual más ruidoso. Y seguro que quien no ha hecho nada para impedirlo o atenuarlo se declara representante natural de esos sufrientes vecinos.

Ese es el descaro insufrible de cómo los políticos pasan del pueblo. No solo es escandaloso, con consecuentes tremendas para todos, sino que, además, se asienta en un propósito de burla del elector que hiere a todos. No les basta con hacer lo que les da la gana, tienen, además, que reírse de todos. ¡Qué sentirán cuando un vecino ingenuo se les acerca para felicitarles por las palabras con las que le engañan de tan mala manera!        

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