Escenas de la voracidad cotidiana
- Alex Salebe Rodríguez
Los sistemas educativos se emplean a fondo para educar en valores, pero la máxima responsabilidad de la educación radica en el hogar, en la familia, aunque algunos o algunas todavía se empecinan en lavarse las manos y trasladarla íntegramente a la escuela.
La educación como simple transmisión de conocimientos es un concepto totalmente caduco, los esfuerzos también están dirigidos a formar personas e integrarlas, a promover la convivencia en la diversidad; es un acto de optimismo abierto a cierto grado de fracaso, leí alguna vez.
Y sí que hay algo de razón. Acecha y está instalada la xenofobia, la homofobia, la trampa, la deslealtad, el personalismo, y hasta en peligro está la democracia y el respeto institucional, los hechos recientes en Brasil son escalofriantes y desalentadores.
El arte y la cultura siempre han estado a disposición de la humanidad como agentes de transformación social, inexplicablemente despreciados, quizá de forma interesada por sectores de la clase política a quien no interesa promover el pensamiento, la crítica y la participación ciudadana, aunque sabemos que hay politicuchos y politicuchas que subestiman la creación y las manifestaciones culturales sencillamente por torpeza o analfabetismo puro.
Este fin de semana asistí a ver la función teatral ‘Gaviotas Subterráneas’, obra del dramaturgo español Alfonso Vallejo, escenificada estupendamente en la Casa de la Cultura de Yaiza por los actores lanzaroteños Germán Barrios y Alby Robayna.
La fuerza escénica y los diálogos de una trama minuto a minuto sorprendente refleja la voracidad cotidiana de la sociedad con especial señalamiento al uso avasallador de la “amistad” para la consecución de mezquinos y lucrativos intereses personales. Como dato muy general, para no anticipar el contenido a las personas que quieran verla, la puesta en escena desarrolla el plan macabro que un empleado de una empresa de seguros le propone a un amigo músico de la infancia para que le ayude a conseguir los 80 millones de euros de su seguro de vida, en vida.
¿Qué hubiera hecho usted en esa situación? El arte nos plantea muchas inquietudes y nos lleva al espacio de la reflexión, es el espejo de hechos de la vida diaria, algunos tremendamente crueles, que incluso nos sacan sonrisas, que parecen ficción, pero que suceden.
Por tanto, el teatro y otras expresiones artísticas se convierten en instrumentos que nos ayudan a pensar, a cuestionar nuestro comportamiento y abrir la mirada a la realidad, una gran ayuda para la educación en valores fuera de los salones de clases y la casa familiar.
Y si el teatro es capaz de interactuar de esta forma con nosotros los espectadores, imagino la trascendencia que tiene entre los actores que tienen que interiorizar papeles de buenos y malos, con sus matices. Teatro de lo cotidiano, de denuncia o teatro político, no importa la categoría, importa que la obra escrita, la voz y la actuación del artista nos ayudan a pensar y conocer, a ser mejores personas.
Creo que los centros educativos y sobre todo las familias estamos desaprovechando la oferta cultural, muchas veces gratuita, para potenciar una visión mucho más crítica de nuestro acontecer desde el conocimiento de los hechos.
Veo poquísimas iniciativas para estimular la asistencia de jóvenes escolares a conciertos, obras de teatro o tertulias literarias, así sea bonificando la nota de lengua o cualquier asignatura de humanidades o directamente asignando un deber extraescolar centrado en el espectáculo o manifestación artística, como puede ser el análisis escrito o un comentario personal de lo visto o percibido.
Evidentemente el gusto no cae del cielo y si los sistemas educativos no realizan conciertos didácticos para ayudar al alumnado a comprender – disfrutar la música o no organizan talleres de expresiones escénicas para ayudar a entender mejor el lenguaje no verbal, y peor, si las familias pasamos de la cultura o los propios estudiantes no quieren ver más allá de sus narices, será más difícil educar en valores.