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Nicolás y Agustín

Mis amigos mayores (III)

 

Comencé a seguir la Presidencia del Cabildo de Lanzarote de Nicolás de Páiz Pereyra a partir de 1988. Fue el año de mi incorporación al semanario La Voz de Lanzarote y venía de Lancelot, donde todavía estaban llorando la pérdida de las elecciones de Enrique Pérez Parrilla (PSOE) a manos un hombre tranquilo presentado por el Centro Democrático y Social (CDS) en 1987. Todavía no he olvidado la última portada de Lancelot antes de aquellas elecciones. En el semanario Lancelot, como casi todos en Lanzarote, estaban tan seguros que iba a ganar Enrique Pérez, que venía de gobernar durante cuatro años con una mayoría absoluta, que escenificaron la carrera electoral como una carrera olímpica en la que Enrique Pérez le sacaba una cabeza a todos los demás contendientes. En cambio, en aquellas elecciones, tanto La Voz, que había nacido hacía poquito, en 1985, como Radio Lanzarote, liderados con furia por Agustín Acosta, su propietario y principal espada, apoyaban descaradamente al CDS. Era una lucha por la supervivencia. Agustín mantenía una lucha abierta contra el PSOE, que lo ninguneaba desde el Cabildo, principalmente el vicepresidente Segundo Rodríguez, al que conocía bien de correrías políticas en la etapa predemocrática. Y el Lancelot, desde el ala progresista de la isla, cabalgaba con éxito en unos momentos de expansión económica insular, donde mimaban al PSOE y eran mimados por el PSOE.

La noche electoral en la que Nicolás de Páiz ganó las elecciones fue una noche agridulce para el principal comunicador de la isla. Agustín Acosta se alegraba del éxito del CDS porque significaba apear del gobierno del Cabildo al PSOE, en una victoria en la que él tuvo mucho que ver. Pero en la parte personal, estaba enormemente contrariado: no quería que el abogado Nicolás de Páiz Pereyra, cuatro años más joven que él, fuera presidente del Cabildo por segunda vez. No podía soportar verle en la Presidencia. Y, durante los cuatro años que estuvo, mantuvo una actitud tan crítica o más que la que había tenido con el PSOE los cuatro años antes, perjudicándose así sus intereses económicos y favoreciendo que el  Lancelot superara el duelo por el PSOE y se acomodara en una postura más institucional y cercana a la Presidencia del Cabildo.

Tampoco fue una apuesta ruinosa para Agustín, que se movía como pez en el agua entre la figura emergente de un Dimas Martín que iba en la lista del CDS como independiente, y un Honorio García Bravo que consiguió ser el consejero de Obras Públicas al pactar su AIL (2 consejeros) con el CDS (10 consejeros) para conseguir la mayoría absoluta que, cuando eso, eran 11 de 21.  Los analistas de la época daban por seguro que los 879 votos de diferencia que sacó Nicolás sobre Enrique no se debieron únicamente al apoyo mediático de Agustín sino también a la inclusión en su lista como independiente del que era el político emergente del momento y alcalde de Teguise, Dimas Martín. Aunque tampoco nadie duda a estas alturas que tanto Dimas como Honorio fueron “el caballo de Troya” para acabar con Nicolás y el CDS y dejar puestas las alfombras para recibir a Dimas Martín y su PIL en el 1991, como finalmente ocurrió.

La primera imagen que tenía de Nicolás de Páiz me la hice viéndole en un debate por televisión desde una cafetería de La Laguna, en Tenerife, antes de las elecciones de 1987. Enrique Pérez le dio tantos golpes dialécticos sin recibir respuesta que pensé que había ganado el combate por K.O. Desde ese momento, di por hecho que en Lanzarote seguiría gobernando el PSOE y me tranquilizó. Pero la noche electoral, siguiendo por radio los resultados, en una noche donde los insularistas palmeros (API) barrieron en su isla, recibí el mazazo de una derrota del PSOE completamente inesperada.

La segunda imagen fue más por mimetismo. Fue la que me contó Agustín. En nuestros largos desayunos en la cafetería “La Tertulia”, del amigo José Nordelo, la que fue después la “Unión” y ahora “San Antonio”, Agustín me describía con absoluto desapego a Nicolás y me cuestionaba todas y cada una de sus cualidades políticas. Nunca me explicó por qué esa inquina. Pero a mí me parecía que tenía que haber algo, personal, de viejo, entre aquellos cincuentones que un veinteañero como yo no entendía.

La tercera imagen se daba en la misma cafetería, unas horas más tarde, cuando Nicolás acababa por la zona, pues toda la actividad del Cabildo en esa época se centraba en la calle Real, en la Casa Amarilla. Al principio, me veía como un hombre (o como un chiquillaje) de Agustín. Pero poco a poco, a través de amigos comunes, coincidíamos más y compartíamos charlas, hasta que cogimos cierta confianza.

Fue el primer presidente que traté con esa confianza. Y yo no encontraba en aquel hombre malicia ninguna, ni tan siquiera el más mínimo interés en hacer daño a nadie. Aunque, evidentemente, hacía esfuerzos visibles para no acabar hablándome mal del patrón. En los ratos más lúcidos y atrevidos, me decía que tuviera cuidado, que era muy joven, y que no es oro todo lo que reluce. Me remarcaba que yo tenía muy buenas cualidades pero que estaba empezando cuando los otros ya tenían mucho recorrido. Era un hombre tranquilo, todo lo contrario que Agustín, que siempre estaba dispuesto para dar la batalla. De los que te repiten hasta la saciedad que su padre, que era un buen abogado, siempre le dijo que era mejor “un mal acuerdo que un buen pleito”. Y también me rebatía todo diciéndome que era “un sofisma” mi planteamiento: que había construido un discurso lógico sobre una base endeble. Sinceramente, a mí me gustaban los dos personajes y veía las virtudes de ambos. Aunque me tocó solo criticar los defectos de Nicolás, aunque iba ya sabiendo que Agustín tenía los suyos.

La curiosidad por desvelar qué había entre ambos, me llevó a interesarme por la época inmediatamente anterior a las primeras elecciones democráticas en el ámbito local, incluido el Cabildo, entre 1975 y 1979, año en las que Antonio Lorenzo, con la UCD, obtiene el apoyo popular para ser presidente. En esa época, curiosamente fueron presidentes tres personas con las que mantuve una larga relación y dos de ellos eran Agustín Acosta y Nicolás de Páiz. El tercero, era el andaluz más lanzaroteño que he conocido, el abogado  Francisco (Paco) Gómez Ruiz. Pero lo que pasó ahí ya lo contaremos mañana.

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