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Ideario a subasta

 

 ¡Bam!, y bienvenidos, una vez más, a la ceremonia de los encantadores del remate. Unos están en la derecha y se postulan a la izquierda, o viceversa, sin pudor alguno, o del centro pasan a cualquiera de los flancos, da igual, pero en todo caso es la puja por quedar mejor posicionados, para sus intereses, y así subastan su “ideario”, si es que lo tienen, y así subastan puestos en listas electorales sabiendo que no podrán complacer a todo el mundo. 

La perversión de la política es tal que escuchamos en el presente y el pasado a honorables cargos públicos decir que como el partido de sus amores fenece, buscan refugio donde sea, o más bien donde más les ofrezcan, y lo hacen incluso siendo militantes activos de la formación moribunda, sean de izquierda, derecha, centro, abajo o de arriba.

Esa puja de “valores ejemplares”, que trasladan a la militancia y que usan como estrategia de seducción en la captación de seguidores o en su banal y pueril exposición de ideas, desencadena en la actual crisis de la calidad política, de la misma democracia y de algunos partidos políticos que ríen las gracias y miran para otro lado creyendo que ese juego de engaños no terminará dañando el funcionamiento y crecimiento de la formación. 

Aunque lo que realmente me importa como ciudadano, es que la degradación política anide en las instituciones y ponga en riesgo el buen desempeño de las administraciones públicas en los distintos niveles de la gobernanza.  El reconocido politólogo irlandés referente de estudios democráticos en Europa, Peter Mair, ya fallecido, argumentaba que “aunque los partidos permanecen, se han desconectado hasta tal punto de la sociedad en general y están empeñados en una clase de competición que es tan carente de significado que ya no parecen capaces de ser soporte de la democracia en su forma presente”.

Con esta durísima apreciación se resquebraja gran parte del sistema, porque si reconocemos a los partidos políticos como entidades esenciales en la vida democrática de los pueblos, es difícil que sin ideario, sin preparación y dando tumbos al son de ambiciones individuales, puedan cumplir su misión de conectar con los intereses de la sociedad.

Estar cerca de los administrados no es dar palmaditas en la espalda, expresar sonrisas falsas, prometer sin fundamento u ofrecer puestos que el “político” no tiene la potestad de dar; estar cerca de la ciudadanía es atender inquietudes y tener la capacidad de gestión y el músculo inversor para resolver problemas que aquejan a la sociedad.

Lo saben el nacionalismo clientelista en Canarias y los partidos españoles PP y PSOE con la crisis de representación institucional que visibilizaron distintos agentes sociales y colectivos acampando en espacios públicos. El de 2011 fue un fuerte correctivo que empezó a acabar con el bipartidismo en el Gobierno del Estado a partir del movimiento 15 de mayo, una muestra contundente de desconfianza en  los partidos tradicionales que se acomodaron y en las instituciones que monopolizaban, un  rechazo a actuaciones de respuesta a intereses particulares de las que algunos sin embargo todavía no toman  nota. Y después aparecieron y se consolidaron en toda Europa movimientos extremistas, como la derecha ultra de Vox en España, que le sigue comiendo el coco al PP, y que aunque lo disimule, la consiente.

Tenemos que estar muy atentos a la frivolización de la política promovida por políticos y políticas de escasa formación y más que dudosa catadura moral que ven en el servicio público una subasta abierta y a contra reloj a favor de los lotes de sus intereses, donde prima la puja y venta del ideario a golpe de martillo.

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