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Los imperdibles

 

Cuando nombramos los imperdibles se nos vienen a la cabeza esos alfileres que se abrochan quedando su punta dentro de un gancho para que no pueda abrirse fácilmente. Pero no va de alfileres este artículo, aunque estos imperdibles también se cierran en banda para no desgancharse fácilmente de la política, que es donde encuentran refugio y viven a las mil maravillas explotando, a su gusto, que son imprescindibles o imperdibles para sus allegados de partido o para otros, no tan allegados ni del partido, pero igualmente interesados en que se mantengan en la cosa pública. Son los imperdibles, los que no se pueden perder, para que la cosa siga funcionando al gusto del que manda.

Entre los imperdibles están los dispuestos a dar el salto de un partido a otro para decir que dan estabilidad cuando lo que están haciendo es garantizarse una posición de privilegio, con sueldo y poder incluido, ambas partes. Posiblemente, alguno de ustedes ya está colocando en este grupo al doctor que quería demasiado su sueldo de médico y seguía cobrándolo en edad de jubilación, aunque se tenga que sacrificar sin pasar por la consulta. O  Ángel y Fátima, dos concejales de CC, que eran más nacionalistas que nadie hasta que el partido les pidió que abandonaran el gobierno municipal, al romperse el pacto de gobierno, y decidieron, porque así se vive mejor, quedarse acurrucaditos al lado del alcalde Noda, que ve a Domínguez imperdible también para que CC no pueda ni hablar en los plenos, porque él sigue diciendo que es el portavoz de un partido en el que ya no está. Los imperdibles son, en líneas generales, unos impresentables políticos que no solo están en la política, aunque se les encuentra en sus alrededores como a los caracoles los días de lluvia. Igual de pegajosos y lentitos en moverse si se les trata adecuadamente.

Imperdibles son también los que se pueden permitir poner páginas web gastronómicas, y comer de ellas, gracias a ser incluidos en las listas de publicidad de las corporaciones públicas dirigidas a medios de comunicación. Y lo han convertido en algo tan habitual a lo largo de los años que no crea usted que se esconden. Que va, aparecen con su nombre y apellidos al lado de la asignación que se comen en crudo, como el buen tartar o ceviche, con miles de euros a su favor. Así te explicas cómo es que hay ayuntamientos de menos de 20.000 habitantes que se gastan en publicidad más de 400.000 euros anuales. Es que no se los gastan exclusivamente en medios de comunicación. Algunos incunables, que se les cae la baba, pero no la cara de vergüenza, cuando entrevistan a su alcalde o concejal benefactor, complementan su sueldo con estas generosas aportaciones. Por eso, y no por otra cosa, van siempre a favor del que gobierna. Pero no ya por política editorial del medio, sino por convicción económica propia. He perdido unos ratos viendo los decretos, tengo nombres y apellidos, y direcciones web, y hay unos cuántos, muy especialmente uno, que no creo que aguante yo mucho sin hacerlo público.

Pero los imperdibles, como antesala de la corrupción en la cosa pública que debería ventilarse cada cierto tiempo, van más allá de los que esperan la dádiva a cambio del favor y de los que se recrean saltando de un partido a otro para beneficio propio y para el que paga la operación. Eso sí, siempre todo con dinero público. De ese que tanto cuesta a los ciudadanos pagar a través de tasas, impuestos y precios públicos.

Están también los que llevan años y años en la política y siempre es pronto para irse, “por el bien de pueblo, claro”, aunque lo único realmente cuantificable es lo que se hayan echado ellos al bolsillo. Pero son imperdibles, o así los entienden los que mercadean con lo público, que los tienen como hombres de confianza, como personas que siempre encuentran una solución al gusto de los intereses de ambos, ya sea para un contrato, ya sea para un servicio, licencia o permiso. Esos son los imperdibles más importantes, porque casi todos los demás se mueven alrededor de éste en ese objetivo tan común entre ellos, pero tan alejado del bien general, de ganamos todos (nosotros). Seguro que también tienen ustedes en mente nombres, apellidos y datos de unos cuantos pobrecitos lanzaroteños que se han hecho ricos, en contra de su voluntad, después de años de sacrificio público, dicho con toda la ironía que se pueda.

Y, por último, están los imperdibles que uno no entiende cómo han llegado a la política. Menos todavía, cómo se mantienen a pesar de ser unos zafios redomados con menos atractivo popular que la lluvia ácida. Son gente que ni sabe ni quiere hacer nada ni tienen voluntad. Pero son los perfectos mandados para ir allí donde los mandan. Que hace falta pactar con el diablo, pues si lo dice el jefe se hace. Que dice que hay que romper, pues se rompe. Que hay que mirar para otro lado, pues se mira. Que hay que cerrar los ojos, pues tonto el último. Y los ves progresar en su vida personal, con buenos coches, buena vestimenta, caritas hidratadas y sonrisa tan falsa como su propia existencia mientras la gente a su alrededor demanda obras y servicios que no son atendidos. Pero, ellos no han recibido la orden de hacer nada. Así que eso no les compete. Y, entonces, se arriman a los más necesitados, ponen su mejor sonrisa, y se hacen un selfie al lado de la pobreza circundante convencidos de que son la simbiosis perfecta: no hay pobreza sin su correspondiente miseria humana. Son los imperdibles, cuidado con eso.

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