PUBLICIDAD

La Geria

Al director de Lancelot TV y de la tertulia “Café de periodistas” de ese mismo medio, Jorge M. Coll, se le ocurrió el pasado viernes hacer un debate sobre el futuro de La Geria y contar con  agentes del sector y con quien firma este artículo para escenificar las necesidades de la zona, su historia y su futuro, visto por personas que conocen el espacio y su dificultades. El desconocimiento es tan grande que solo es comparable a la belleza objetiva y el atractivo que ejerce en cualquier persona que la conozca. No es raro, y hasta comprensible, que algunos turistas se despachen a gusto diciendo que La Geria es obra de César Manrique, el genio que aparece con rótulo y libro en cada esquina en Lanzarote. Más raro, hasta rayar lo esperpéntico, es que el propio Gobierno de Canarias, en la ley de espacios naturales de 1987 se atreviera a calificarla de Parque Natural, como si la naturaleza por sí misma se dedicara a hacer paredes socos de piedra seca, hoyos y buscar esquejes de parras de malvasía para plantarlas, estercolarlas, azufrarlas y vendimiarlas en tiempo y forma. Si ya descartamos que fuera César Manrique o la naturaleza quiénes crearon el valle más fértil y verde de Lanzarote en un campo de estéril de rofe, lapilli, o arena fina expulsados por las erupciones volcánicas, ¿Quiénes nos quedan para atribuirle semejante obra titánica? ¿Acaso queremos decir que fueron analfabetos agricultores, armados con palas, camellos, marrones y paciencia y fe quienes se rebelaron contra el destino y buscaron la tierra donde la habían dejado antes del salvaje y brutal ataque natural? Pues sí, esos mismos.

Tuve la suerte de conocer cuando era un chinijo todavía, apenas un adolescente, estudiando tercero de BUP en el Instituto Blas Cabrera Felipe, a dos profesores jóvenes y de izquierdas. Uno me dio clase de filosofía, Miguel Ángel Robayna, de Haría, y el otro,  José de León Hernández, que llaman el Uruguayo, de Tiagua, era su amigo, aunque no recuerdo que diera clase en Lanzarote. Ahora es Arqueólogo del Cabildo de Gran Canaria y director del proyecto de Patrimonio Mundial de Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria y ha sido director de muchos proyectos e investigador de otras tantas. Entre ellas, de los poblados sepultados por el volcán en el siglo XVIII en Lanzarote. Tuve la suerte de compartir ratos con estos profesores, de que me trataran como si fuera un adulto, a pesar de que yo era un “teenager” con muchas ganas de aprender, y me llevaran del tingo al tango, a visitar restos de poblados mahos, a ver como se jugaba a la pelotamano, en Tiagua, donde se sumaba otro maestro, Auta, o cosas parecidas. Tampoco faltó cierto adoctrinamiento de izquierdas que yo recibía con entusiasmo.  

Saco a colación el párrafo anterior, porque esa relación en mi juventud con dos personas inquietas, de izquierda, investigadoras y de una capacidad divulgativa sorprendente, me llevó a seguir la estela de investigación del “Uruguayo”, toda una personalidad en lo académico, todo un personaje en lo personal, y descubrir la verdadera historia de aquellas erupciones que marcaron a fuego y lava el territorio insular y desplazaron a miles de personas que vivían en decenas de pueblos sepultados, en la zona más fértil de la isla. Sabiendo eso, es más fácil entender lo demás.

Los agricultores de Lanzarote sabían que debajo de aquella arena negra se encontraban sus fincas. También sus casas y hasta la ermita de La Caridad, que fue desenterrada para seguir hoy siendo un lugar de culto y de fiesta en tiempos de vendimia. Y se lanzaron a buscar esa tierra fértil, ese color rojizo que da vida y que yacía en las profundidades del mar inmenso de arena. Cogieron sus camellos, sus palas, sus marrones y se dirigieron a la zona. Y trabajaron de sol a sol, casi por la comida. La Geria es fruto de la ilusión por sobrevivir de gente que se debatía entre la miseria y la emigración. De gente que fue capaz de afrontar el reto que les imponía la naturaleza. Con capacidad de transformación, donde antes se plantaban granos, agricultura impracticable en la realidad sobrevenida, experimentaron con la parras, y recolectaron uvas e hicieron vino. Y comercializaron con él. Y cada vez explotaban tierras más marginales. Y los hoyos, y las parras y su inconfundible verdor en veranos de fuego y calor escalaban las montañas hasta sus mismísimos picos. Ahora lo llaman agricultura heroica. En aquellos tiempos solo era agricultura de supervivencia. Agricultura de necesidad ante la adversidad. Y se luchó contra el volcán clavándole palas enfurecidas, abriéndole hoyos en sus negras entrañas hasta dar con la vida envuelta en tierra rojiza. Y se luchó contra el viento haciendo socos, pequeñas paredes de piedra seca alrededor del hoyo, traídas de la zona de lava, arrancadas a marronazos y traídas a lomos de dóciles e incansables camellos, el arma secreta del agricultor lanzaroteño durante siglos. Nada se hizo para crear belleza, ni existían turistas en la época, si acaso algún viajero con ganas de contar historias de los pueblos del mundo. Y allí se estaba creando una historia que sería contada, miles de veces, doscientos años después. Pero es bueno contarla cómo fue. Sin falsos profetas, sin golpes de suerte. Y claro que es natural que esto pase. Pero no porque la naturaleza lo cree de forma caprichosa, sino porque es natural que el hombre intente superar la adversidad y sobreponerse a la desgracia y luche por su propia supervivencia y la de su propia especie. El hombre y la mujer no dejan de ser también parte de la naturaleza, aunque intervenga a veces con la megalomanía que le produce su músculo más exclusivo: el cerebro.

Me parece realmente incomprensible que los hombres y las mujeres de ahora no seamos capaces de encontrar puntos de coincidencia para conservar La Geria, a pleno rendimiento agrícola y medioambiental, como el espacio que mejor representa el origen volcánico de la isla y la capacidad de sus habitantes de sobrevivir en ella de manera sostenible. ¡Claro que es posible! Si lo fue hace doscientos años, por hombres y mujeres pobres, no lo va a ser ahora para muchos más hombres y mujeres, con tecnología y recursos infinitamente superiores. Solo hace falta sentido común. Y lo tendremos.

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar