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¿Y qué hago entonces, machango?

 

Nos esperan batallas electorales reñidas (XX)

Me gusta ir a Tías y pasear por sus calles. La inaptitud de muchos gobernantes posibilita pasear por el centro y ver pocos cambios, al margen del deterioro que causa el tiempo a los inmuebles abandonados. Tiene un buen ambiente en las cafeterías por la mañana. Así que compré la prensa en la Librería Verode y me dirigí al Rincón del Pan a tomarme un café solo, un expreso, vamos. Entonces, en el mismo cruce de las calles Fraternidad y Libertad, sonó aquel grito con voz conocida: “¿Y qué hago entonces, machango?”. Seguí caminando, sin mirar atrás, aunque aquel grito. que era como una pedrada en el pecho, no procedía de nadie a mi vista. “¿Y qué hago entonces, machango?”, volvió a decir y ya miré hacia atrás con cara de pocos amigos. Y allí estaba él, muy distinto al que recuerdo de hace cuarenta años, pero con la misma risa de siempre y su forma de caminar tan parecida a los viejos fulanos de las películas del Oeste.

Le conocí hace unos cuarenta años, en los entrenamientos de lucha canaria, cuando el terrero de lucha actual no era más que unas gradas de cemento a la intemperie y dos cargas de camiones de jable como campo de prácticas. Era dos o tres años más pequeño que yo, se estaba iniciando en el deporte vernáculo cuando yo ya era uno de los destacados del equipo juvenil, junto con Nando Marrero (que después fue un buen luchador), Pedro Cañada (que tenía un brazo de hierro que sentías en la espalda como una trituradora) y los gemelos Pedro Nolasco y Antonio Jesús (que eran una maravilla luchando). Solíamos hacer en algunos entrenamientos, “todos contra todos”. O sea, un luchador se ponía en el centro del terrero e iban saliendo luchadores a enfrentarse al que estaba invicto, y seguía luchando el que ganaba. Y así todos contra todos. Había tirado dos o tres y me salió el hombre del grito “¿Y qué hago entonces, machango?” que tenía enfrente en la calle Libertad.  

Era una agarrada de trámite porque el chico estaba iniciándose, dudo que me hubiese dado una lucha antes, aun sin poner yo especial interés, porque la diferencia física, de edad, y de práctica era muy grande. Pero pegamos, el entrenador me dice algo, no le oigo bien, levanto la cabeza para que me repita, y el chico se me coló debajo totalmente, me levantó y me tiró. La reacción fue la misma que la de ahora. La  de pegarle dos gritos, la de reprocharle su falta de respeto. Pero me levanté, le miré y me descojoné al verle en el suelo muerto de risa y todos los compañeros aplaudiéndole.

Rara vez una pedrada en el pecho viene de atrás. Pero me di la vuelta, lo vi y me descojoné viéndole ya con pelo blanco, barriguita indisimulada y el mismo atrevimiento de siempre. Nos saludamos y me volvió hacer la misma pregunta, ahora sin gritar y con las correspondientes aclaraciones.

_  Leí tu artículo en el que decías algo de no votar a Pepe ni a Kiko, ni al PSOE ni al contrario. Y, entonces, qué hago me pregunto yo. El resto de los partidos no me dicen nada. Yo no voy a votar a Vox, aunque ganas me dan para quitarles la bobería a estos arretrancos de políticos que tenemos aquí. La chica de Nueva Canarias ni la conozco, a Jerónimo lo conozco demasiado bien, a Amado ni fu ni fa, y el Podemos me suena a los cuentos de Kungfu de toda la vida.

_ Pues tú verás _ Le digo sin profundizar y dejándole hablar.

­­_ Es que tienes razón en que lo de Pepe Juan ya no tiene nombre. Son muchos años, demasiados y ya está más interesado en sus cosas y sus casas que en hacer nada. Yo no sé por qué ese hombre no se dedica a las villas vacacionales que tiene y disfruta de la vida sin entorpecer la vida política municipal. Pero yo creo que también lo lleva en la sangre. Y ese es un problema grave. O se le echa o no se va. Eso lo sé yo también.

_ Bueno, pues te queda Quico. Ya gobernaron.

_ ¡Quita, quita!, ese es el mismo perro con distinto collar. Qué tío más raro, ¡por Dios! Te está hablando y mirando para otro lado. Le preguntas algo, y te cuenta un rollo que si estás esperando la guagua, la pierdes. Y para nada, porque no dice nada claro.

_  ¡ Y entonces qué problemas tienes! Parece que lo tienes perfectamente claro.

_ ¡Que sí! Pero que no sé qué hacer. Estoy por meterle un trozo de tunera en el sobre y que lo pongan nulo. Pero como el de Podemos estuvo con ese proyecto de hacer de las tuneras un manjar, es capaz que  se apunta el voto como de él. ¿Tú vas a votar?

_ ¡Claro!

_ ¡Y entonces?

_ No se puede castigar igual a los que no han tenido la oportunidad de gobernar que a los que lo han hecho mal cuando se les ha dado la oportunidad. En esa filosofía baso mi decisión. Al igual que te digo que cada persona tiene su propio nivel de hartazgo. Unos necesitan uno, dos o tres mandatos malos para darse cuenta que ese grupo de gobierno no funciona y otros esperan más o menos. Cada uno tiene que ser honesto con sí mismo. Saber si quiere un buen gobierno bueno, o un gobierno amigo. Un gobierno para que crea infraestructuras y servicios para todos, o un gobierno para que te regale esto o lo otro, o haga la vista gorda en aquello o en esto. Hay que ser honesto con uno mismo. Porque quejarnos después, de lo que votamos a sabiendas, me parece una hipocresía por parte del votante, que da una idea de por qué ganan los malos y pierden los desconocidos.

_ ¡Bueh! ¡Ya me volviste loco! ¡Ya veré yo, ya veré yo…!

Se marcha por la calle Igualdad mientras yo doy los últimos pasos para entrar en la cafetería y tomarme un café. Sólo y solo.

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