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Cercanía calculada a los políticos

Nos esperan batallas electorales reñidas (XXI)

Suelo dedicar bastante tiempo a conocer a los políticos. Muchos podrían dar fe de ello. Muchos que he invitado a tomar café, a dar un paseo, a hacer una caminata o a comer. También me han invitado a comer muchos y otros tantos me han intentado vender sus motos entre papa y pescado. En muchas ocasiones, con muchos, cuando no son nadie políticamente y me acerco a ellos porque les veo algo, les veo posibilidades de llegar y quiero conocerles antes de que aprendan a mentir muy bien. En algunas ocasiones, estos contactos iniciales han sido vitales para después poder escribir sobre estos políticos cuando ya tienen cargos y ocultan mejor sus defectos, intenciones y voluntades.

No comparto la opinión de aquellos otros profesionales que entienden que acercarse al político es un error. El error es todo lo contrario: hablar de ellos sin conocerles, sin aprovecharles para conocer a otros compañeros políticos, de sus partidos o no, que temen este tipo de encuentros porque, precisamente, entienden que acabarán usándose en su contra. El error también es abandonar la empatía para embarcarse en sus proyectos con voluntad de beneficiarse o utilizarles. Sin esas dos equivocaciones, el conocerle, el tener un nivel de confidencialidad, sabiendo cada uno dónde está, es francamente positivo y beneficioso para ambas partes, cuando se trata de buena gente. En caso contrario, evidentemente, se les volverá en contra. Porque la comunicación no verbal, cuando no la verbal no controlada, cuando se abusa de los vinos o de la confianza, acabará despertando las sospechas que se harán públicas y definitivas cuando llegue el momento de conflicto. Para el periodista, salvo que quede sometido al síndrome de Paulov o al de Estocolmo, todo es bueno. Tanto cuando encuentra al buen político como cuando intuye, desde el principio, que está ante un corrupto en potencia que deberá seguir de cerca porque reventará tarde o temprano.

En esos contactos que he cultivado a lo largo de estos años, como he reconocido, he hecho amigos entre los políticos, que me tienen también como amigo. También he encontrado de los otros, y han dado su rédito profesional. Y, en estos periodos electorales, es época fecunda para estos encuentros. De hecho, llevo ya unos cuantos almuerzos, paseos, caminatas y muchos cafés con muchos de los que aspiran a ocupar un cargo. Y ya tengo mi propia quiniela no solo de quiénes conseguirán cargo sino en quién tendremos, además, un problema con su gestión. Pero, claro, no voy a decir ni una cosa ni la otra. Me basta en este artículo con reconocer que no me desagrada la cercanía del político. No la criminalizo. Ni la posibilidad de conocerles, ni el riesgo de que intenten utilizarme, ni mucho menos perder la oportunidad de influir para que orienten sus políticas hacía estrategias más beneficiosas para la isla. Creo que no soy el único, pero sí quiero dejarlo claro y reconocerlo públicamente.

El político y el periodista no dejan de ser dos vecinos más y tienen la obligación de servir a la sociedad desde su compromiso profesional pero también desde su propósito personal. Y eso, después de casi cuarenta años de ejercicio profesional, dando mi opinión con toda la franqueza que sé y puedo, es algo que anoto entre mis fortalezas.

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