¿Liderar un proyecto o comprar la voluntad?
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
Llevo algo así como muchos años siguiendo la política y el comportamiento de los políticos. De forma más estrecha y cercana en Lanzarote. Aunque mi curiosidad por el tema no solo trasciende del ámbito insular sino también del estatal. Me gusta conocer la realidad de los países: su forma de organización estatal y social y los sistemas parlamentarios y electorales que instauran en sus territorios para ordenar sus objetivos comunes, cerrar consensos y marcar estrategias para su consecución. Ha sido una debilidad desde muy joven. Disfrutaba cuando apenas era un adolescente intentando comprender el sistema americano de elección presidencialista y sorprendía a muchos adultos que se alejaban del mismo por considerarlo complejo, decimonónico y exageradamente distinto al nuestro. Por todo ello, vivo con igual decepción cuando veo a jóvenes entrar en política por la puerta grande con miras y conocimientos tan pequeños.
En muchas de mis reuniones con políticos locales, ya sea en almuerzos, cafés o simples intercambios de opinión al coincidir en actos, incido en la necesidad de hacer cosas. Les imploro que cumplan con su principal obligación, que no es la reelección dentro de cuatro años, como creen la inmensa mayoría. Se trata de crear infraestructuras y servicios que atiendan las necesidades de los vecinos y garanticen una respuesta adecuada a la población. Algunos me miran extrañados, sorprendidos. La mayoría no dicen nada pero algunos, con más soltura y tablas, sueltan la máxima: “¿Pero tú no quieres que hablemos del plan de medios, no te parece bien que nos concentremos en el contrato publicitario de tus medios?”. La decepción es máxima. Tanto con aquellos que no son capaces de abrir la boca ante un estímulo para vender su proyecto político como ante los que están convencidos que todo se compra con dinero. Eso sí, con dinero de la administración, de algún amigo empresario o de quién sea. Vale cualquiera mientras no haya que ir a la saca personal de ellos. ¡Ese dinero ni se toca, que aquí se viene a llenar la saca y no a perder los ahorros!
No importan colores, ni ideologías, ni edades. La gran mayoría de los políticos se han maleducado en entornos viciados liderados por otros anteriores que se enriquecieron a la sombra del poder y enseñaron el camino no solo a los suyos sino también a sus rivales. Podría decir decenas de nombres de hombres y mujeres que han pecado de la misma manera en esta isla, siguiendo la estela de los mismos, a los que se les puede demostrar que entraron con una mano delante y otra detrás y han salidos con las dos llenas, además de los bolsillos y las cuentas y la familia y allegados convertidos en funcionarios. Y lo han hecho sin esconderse mucho, más bien algunos hasta han pavoneado de su destreza para hacerse rico desde lo público.
En Lanzarote, como en otros muchos sitios, el emprendimiento más tosco, pero a veces más rentable, empieza por afiliarse a un partido, o crear uno propio, hacerse concejal y empezar a medrar. Son, además, los únicos emprendedores que cuando acaban su actividad, aunque lo hagan millonarios, tienen derecho a paro y a pensión máxima, pagada con la contribución de todos los vecinos.
Sorprende que cuando les dices que estás dispuesto a echarles una mano para hacer cual obra o poner en marcha cualquier servicio, te respondan con circunloquios que siempre acaban preguntándote cuánto quieres cobrar, precisamente, por olvidarte de esas cosas y aplaudir sus ocurrencias de niños extraviados en la puerta del colegio. El problema es que cuando empiezas y te reúnes por primera vez con un político, te vas creyendo que ese es el equivocado. Cuando llevas más de treinta años reuniéndote con políticos, siempre esperas que el último va a ser definitivamente el bueno. Pero acabas siempre dándote cuenta que el último es igual al penúltimo y este al antepenúltimo en una serie absurda que te envenena el alma.
Pero solo hay una manera de que un día llegue uno bueno, o una buena. No hay otra que desechando uno tras otro, una tras otra, uno tras otra, otra tras uno, hasta que aparezca uno que sea capaz de hacer cosas y abrir una serie nueva. El desánimo no puede hacernos dar por bueno lo malo. Precisamente, si unas elecciones sirven para algo es para quitar al que lo está haciendo mal. El que viene lo puede hacer bien o mal, pero el que está ya ha demostrado que solo sabe hacerlo mal. Y con eso hay que acabar. Una y otra vez. Una y otra vez, hasta que llegue lo bueno.