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Convéncele, no intentes comprarle

 

Con septiembre, se inicia el curso político. También el escolar, evidentemente, pero ese no nos ocupa hoy. En la política nacional, los deberes están marcados para presentarlos en el Congreso de los Diputados, donde el líder del PP afronta una investidura que lleva el sello de “fallida” incluso desde antes de que el Rey se lo permitiera a la derecha española. Habrá tiempo de verlo y analizarlo. Pero el curso que me interesa más es el local, el que empezará después de la celebración de las fiestas en honor a la Virgen de Los Dolores, que concentra en Mancha Blanca a medida isla.

A partir del lunes 18 de septiembre, tres meses después de tomar posesión concejales, alcaldes, consejeros y presidente del Cabildo, comienza el primer curso de este mandato, con unos y otros colocados en las trincheras que los puso el pueblo, o que ellos cavaron a partir del apoyo de aquel, no a base de pala y pico sino con acuerdos, pactos y alianzas.

El que no se ha escondido, tiempo ha tenido. Tres meses son suficientes para que cada uno se haga una idea de lo que les espera.  Para que los consejeros y concejales del gobierno preparen una estrategia de gobierno para atender las necesidades y deficiencias comunes durante estos próximos cuatro años.  Y los de la oposición, para que también perfeccionen sus instrumentos de fiscalización y sus herramientas para presentar alternativas creíbles y reales, que no solo vayan en la línea de desgaste del gobierno y su posicionamiento político partidista o personal sino que también ayude a vislumbrar las soluciones que demandan los usuarios de los servicios públicos, ya sean ciudadanos, empresas u otras administraciones.

Tiene que ser un juego dinámico, donde gobierno y oposición se batan el cobre por los intereses de los lanzaroteños, que son quienes le pagan lo que hasta ahora han demostrado que ni se merecen, ni están cualificados para recibir, ni han intentado ganarse con honradez y transparencia.

Cuando empieza el nuevo curso, todos nos hacemos nuevas ilusiones. El día que no sea así, no habrá ya ni esperanza ni motivos para confiar. En este mandado hay de todo, como en botica. Tenemos dos alcaldes, el de Arrecife, Yonathan de León, y la de Teguise, Olivia Duque,  y un presidente del Cabildo, Oswaldo Betancor, que afrontan por primera vez el inicio del curso de un mandato en ese cargo. Pero tenemos también quienes superan los veinte cursos, con sus inicios y finales correspondientes, como son el alcalde de Tinajo, Jesús Machín, y el de Tías, José Juan Cruz. Y otros que no empiezan pero que tampoco tienen eso grandes ciclos de gobierno como son el de Haría, Alfredo Villalba, que estuvo poco más de un año en el mandato pasado de alcalde; El de San Bartolomé, Isidro Pérez, que fue sorprendido por la muerte de su alcalde y amigo y tuvo que asumir la alcaldía por voluntad expresa de este; y el de Yaiza, Óscar Noda, que lleva un poco más de tiempo en el cargo, al sustituir a la que fuera su compañera, Gladys Acuña, cuando fue inhabilitada, en 2018 y ganar las elecciones el 2019. Los hay del PSOE, del PP, de CC, y de UPY. Los hay con mayorías absolutas, con mayorías simples, con pactos a la derecha y a la virulé. De todo. O por lo menos suficiente, para que se vean cosas distintas y alguna realmente buena. De ellos dependerá. Y sobre todo, de sus modales, de sus intenciones y de sus alianzas sociales.

El inicio del primer curso de un mandato nuevo es una oportunidad valiosísima para acabar con malas mañas y marcar pautas nuevas. Hay que dejar fuera esas técnicas de copiarse, de imitar a los malos alumnos, de llenar de chuletas los pupitres y los bolsillos por ser incapaces de estudiar los temas y afrontar con honestidad el reto del examen público. Fuera proyectos de marketing vacíos; fuera amigos, parientes y demás vividores que pululan por los alrededores del poder y que lo único que buscan es un sueldo para el “tonto” de la familia, una concesión para el “pariente listo” y una recalificación o actuación parecida para el que está asociado con el político en cuestión.  Con eso hay que acabar desde el primer día. Y también, con el de subvenciones para todos,  “con el doble de carne y mostaza”, al más puro estilo del Burger King. Hay que intentar convencer a la gente, hacer política y no engatusar y jugar con las miserias de la gente.

La solución de un político no puede ser como darle gratis la heroína a los drogadictos para que se evadan de los problemas reales que ellos no le solucionan. Se trata de crear centros y políticas de rehabilitación y reinserción social para los afectados y campañas de concienciación para evitar que nuestros menores o vecinos más débiles caigan en la adicción. No nos podemos gastar el dinero que tenemos para progresar como comunidad insular y consolidar nuestra propuesta de calidad de vida actual y futura en darle rienda suelta a nuestros vicios y deseos momentáneos. El político tiene que tener una solidez mental y una visión incompatible con la corrupción y con el sueño único de eternizarse en el poder aunque eso signifique destrozar a su pueblo y a su isla.

Parece imposible que haya gente tan egoísta. Que revierta la ilusión de sus votantes y la convierta en su propia trampa. Que comportamientos de narcisistas de manual pierdan toda la sensibilidad con la gente que les quiere y apoya para caer en la autocomplacencia más estéril y cruel para la sociedad, convirtiéndose en el tapón del cambio necesario. Pero aquí mismo, en esta isla, hemos sufrido ataques de esa índole de forma continuada. Políticos que son conscientes de que perdemos el agua, fuente esencial de la vida, y desvían los recursos necesarios para solucionarlo a sus campañas políticas y gastos de forma caprichosa mientras empeora, días tras día, la capacidad de producción y distribución del agua, sin que se haga nada. Pasa con el agua, pasa con la energía alternativa, pasa con el transporte público, pasa con la protección del territorio, pasa con las infraestructuras viarias, sanitarias y educativas. Pasa con todo, menos con las subvenciones a grupos,  que crece de forma cuantiosa especialmente en el último curso de los mandatos, y en enchufar inútiles funcionales. Y en subirse sus propios sueldos, que ellos mismos consideran muy justos, aunque ninguno de ellos haya cobrado nada igual en toda su vida de trabajadores de segunda o tercera clase.

 En fin, soy pesimista. Pero siempre que empieza un curso me gusta creer que este va a ser el bueno.

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