Hedonismo y horror
- Alex Salebe Rodríguez
A medio camino entre Barranquilla y El Rodadero, núcleo turístico del norte de Colombia a orillas del mar Caribe, nos enteramos mi mujer y yo de los atentados del 11S viendo la tele en el autobús que nos llevaba al destino elegido para nuestra luna de miel. Si solo como espectadores supuso un shock ver en directo semejante atrocidad, es imposible imaginar el sufrimiento de la ciudad y sus damnificados.
Menuda noticia para empezar aquella mañana de 2001. El holocausto neoyorquino parecía un dramático accidente, pero la realidad nos enseñó en pocas horas la dimensión de una acción terrorista sin precedentes: 2.753 muertos, solo en el corazón de Manhattan, porque si a este horror provocado por dos aviones secuestrados, pilotados y estrellados por fanáticos de Al Qaeda contra las Torres Gemelas, sumamos las víctimas de dos aeronaves más impactadas, una contra la sede del Pentágono y otra que cayó en un campo en Pensilvania, la cifra global alcanza las 2.977 personas fallecidas.
Cuando creíamos que no podía repetirse un hecho tan atroz, dándole la espalda a la historia de la humanidad repleta de matanzas, España recibió en 2004 un durísimo golpe terrorista por parte de una célula de Al Qaeda que atacó puntos de la red ferroviaria de Madrid, hiriendo la sensibilidad del país entero y de toda Europa.
Hoy tenemos el intento de exterminio de Israel a Palestina con más de 30.000 muertos, entre los cuales se cuentan más de 13.000 menores de edad, mientras cunde la indiferencia internacional, “que mancha nuestra conciencia colectiva”, como lo expresa UNICEF.
Este 11 de marzo se cumplen 20 años de los terribles atentados a cuatro puntos estratégicos del tren de cercanías de Madrid, uno de ellos, la céntrica estación de Atocha. Explotaron simultáneamente diez bombas que provocaron 193 muertes y cerca de 2.000 heridos. La acción yihadista se produjo tres días antes de las elecciones generales de 2004, y un año antes, el 15 de marzo de 2003, somos testigos de la Cumbre de las Azores, participada por George W. Bush (USA), Tony Blair (Reino Unido) y José María Aznar (España), con José Manuel Durão Barroso, primer ministro portugués, obrando de anfitrión y testigo de excepción.
El contubernio escenificado en la famosa foto del trío de las Azores desembocó en la invasión ilegal a Irak amparada en la supuesta tenencia y amenaza de uso de armas químicas de destrucción masiva por parte del gobierno de Sadam Husein.
Estados Unidos y sus aliados nos vendieron que así desaparecería el terrorismo, desoyendo la negativa del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pero la justificación de las armas de destrucción masiva resultó una gran mentira y la guerra que se extendió de 2003 a 2011 dejó una estimación de 600.000 civiles muertos, aparte de las bajas militares en ambos bandos, y la destrucción de infraestructuras económicas, además de mayor inseguridad global.
Con claros intereses políticos apuntando a la contienda electoral de 2004, el Gobierno presidido por Aznar se apresuró a decir que los atentados de Madrid habían sido ejecutados por ETA, sin embargo, la investigación preliminar y la forma de actuar de los terroristas fue desmontando en pocas horas la versión inicial.
La Policía intervino rápido deteniendo sospechosos un día después del atentado y el 13 de marzo el portavoz militar de Al Qaeda en Europa reivindicó la autoría de los hechos. Teniendo en cuenta los tiempos de la Justicia, la celebración del juicio en 2007 se considera un tiempo rápido para sentar en el banquillo a 29 acusados, de los cuales 25 fueron condenados, 3 de ellos tienen pena de cárcel hasta 2044.
Un amiga me pasó una cita del filósofo John Stuart Mill que alude a su principio del daño. Expone que es muy común ver a influencers que promueven en redes sociales una libertad hedonista, “donde el placer personal se convierte en el objetivo final de la vida, pero ¿qué pasa si ese placer se obtiene a expensas de los demás?”. En la historia ha habido y siguen habiendo líderes que buscan reconocimiento y poder sin importar el bienestar de la sociedad hasta llegar a la burda utilización de víctimas inocentes.