La técnica es el efecto multiplicador, puntal
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
Todos hemos intentado abrir en alguna ocasión un tarro de mermelada. Sabemos que si giramos en el sentido contrario al que se abre, lejos de destaparlo, lo que hacemos es apretarlo más. Si creyéramos que no abrimos el bote porque no tenemos la fuerza suficiente y acudiéramos a un gimnasio, volveríamos a fracasar en el intento. Seguirá sin desenroscarse, si acaso conseguiremos romperlo, en el caso de que nuestra fuerza bruta haya alcanzado niveles muy altos. Basta con que alguien te diga cómo se abre y practicar.
En la lucha canaria es parecido. Ves a luchadores que intentan finalizar las agarradas en el sentido contrario al que deben hacerlo. Y caen. Y vuelven a caer. Piensas que con el tiempo modificarán su conducta, que aprenderán a girar la tapa en el sentido correcto, después de que alguien les avisara del error y una concienzuda práctica. Y no. Pueden pasarse toda su vida deportiva cayendo, nunca mejor dicho, en los mismos errores. Eso sí, con el tiempo les puedes ver más forzudos, con músculos más marcados y un aumento de peso que puede llegar incluso al 40% del suyo habitual. Derriban a más contrarios, pero cuando encuentran a alguien que les hace oposición, se enfrascan en los mismos errores. Se ahogan en las mismas dificultades y, ahora, lo que consiguen es hacer más bonito el éxito de sus rivales, que derriban a un fortachón. La gran equivocación de los nuevos luchadores es que están convencidos de que el efecto multiplicador se lo da el gimnasio. Y están equivocados.
Un abogado necesita tener una buena oratoria. Un graduado en derecho con talento, con una buena oratoria, será un abogado brillante. Un mal estudiante de derecho, con una encendida oratoria, será un charlatán. Para ser un buen abogado se necesita un profundo conocimiento del derecho y tener las herramientas necesarias a su alcance, como una buena oratoria. Lo mismo pasa en la lucha canaria. Hay que tener un profundo conocimiento de la técnica, hacer horas de pantalón, sentir al contrario, conocer sus técnicas, desarrollar con esmero las contras y buscar el momento adecuado para su ejecución. El momento procesal oportuno, diría el legalista. Después, cuando ya se domine esa capacidad discursiva técnica, se va por la oratoria: se busca la formación física adecuada. No necesitan todos la misma, superada la básica de mantenimiento. Los luchadores ágiles, de técnicas rápidas y sorpresivas, deben crecer su musculatura lo suficiente para ganar potencia sin restar destreza. Desde que se pase, su rendimiento bajará, su forma de luchar se verá modificada y tendrá que adaptarse a su nuevo físico. Lo que es un enorme riesgo. Un gran fondista no será necesariamente un gran velocista porque cambie su preparación y nutrición.
En la lucha canaria el efecto multiplicador es la técnica. Y precisamente por su poco uso en beneficio de la fuerza y el cambio de los campos de entreno por los gimnasios, que deberían complementarse de forma inteligente, nunca sustituirse, el espectáculo ha empeorado y se ha envejecido la puntalía. Jóvenes forzudos y musculados, en plena flor de su vida deportiva, son incapaces de superar a hombres mucho más experimentados pero sin los reflejos, plasticidad y velocidad necesarios para que brille nuestro deporte vernáculo.
Los luchadores juveniles, que completaron el torneo Pancho Camurria con éxito, son toda una oportunidad para revertir esta situación y devolver la práctica de la lucha canaria a los terreros. Entre semana, en los entrenos con personal técnico que conozca nuestra lucha canaria y que les anime a practicarla sin miedo a caer. Y los fines de semana exhibiendo ante el público las nuevas enseñanzas y sus avances. La técnica es lo que hace la lucha canaria diferente a cualquier otro deporte en el mundo. Y su alegre ejecución sin miedo a caer pero buscando siempre derribar al contrario es lo que le da la plasticidad y espectacularidad que tanto nos gusta. Hay técnicas para que triunfen los altos y los bajos, los fuertes y los no tan fuertes, los corpulentos y los menos corpulentos. Cada uno debe saber elegir las suyas y conocer a la perfección cómo se contrean las de sus contrarios. Y practicar y practicar y practicar hasta que salgan. Sin prisas, sin pausas. Los abogados se hacen en las universidades, en los despachos, en los juzgados. Los luchadores se hacen en los entrenamientos, en las luchadas y siempre en el terrero. Es duro y exigente, ¿pero qué valor tendría si no fuera así?
Cuando vemos el bote de mermelada, debemos ir hacia él convencidos de hacia dónde hay que girar. Con suavidad, ¡plaff!, se abrió. Se trata de saber hacia dónde desenrosca. Se trata de técnica, no solo de fuerza. Así debe ser en los terreros para que sea lucha canaria. Si no, no son abogados, son charlatanes.