De Las Conchas a Caleta de Sebo
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
La Graciosa, de vuelta y media (y II)
Sin darnos cuenta, nos encontramos de nuevo en el camino que nos lleva a la playa de Las Conchas. Ayer, en nuestro primer día, ya hicimos este recorrido para, a la altura de esa playa, con la imponente imagen de Montaña Clara de testigo, girar hacia el oeste y llegar, por el litoral, a Montaña Amarilla y, de allí, regreso a Caleta de Sebo por las impresionantes playas de esa zona.
Como ayer ya tuvimos una aproximación a este lugar, la conversación no gira en torno a lo que vamos viendo sino que valoramos la experiencia de la tarde en el pueblo. Ayer ya nos entretuvimos comentando que La Graciosa es eminentemente llana, a excepción de los cinco volcanes que se manifiestan como montañas. Precisamente, el pico más alto de la isla se encuentra cerca de este camino, a la derecha, las Agujas Grandes, con 266 metros. A la izquierda, en el sentido en el que avanzamos de Caleta de Sebo a la playa Las Conchas, hay otra de las elevaciones, El Mojón. Después está en el oeste Montaña Amarilla, ese volcán submarino que atesora la Cocina, una de las playas más bonitas, que tuvimos ayer la oportunidad de subir. Quedan la Montaña Bermeja, que tiene a sus pies la playa de las Conchas y Las Agujas Chicas, que están más al este. Todo lo demás es llano.
Trabajar en La Graciosa
Después de ducharnos y descansar, por la tarde nos recorrimos calle a calle toda Caleta de Sebo. Por supuesto, visitamos la gran mayoría de bares y restaurante y tuvimos hasta la oportunidad de hablar con un restaurador de Tías que lleva años trabajando en La Graciosa, en su restaurante El Mesón.
Él nos habló de las dificultades para encontrar trabajadores y lo que eso significa para el resto, ya que se veían obligados a trabajar con más tensión y durante más horas. Ángel Déniz, que regentó junto a su hermano Antonio Déniz, restaurantes tan conocidos en Lanzarote como Las Viñas, en Tías, no se arrepiente de su experiencia profesional en La Graciosa pero si da ya muestras de agotamiento. Esa sensación se repite en otros restauradores del lugar, aunque en muchos restaurantes estuvimos sentados y pasaba el tiempo y nadie nos atendía, con lo que nos íbamos al siguiente.
Y volvía a pasarnos lo mismo. Al final, acabamos cenando en el mismo que almorzamos, El Veril, al gusto del rico Guiguan, que tan bien promocionan y venden en este pequeño y coqueto restaurante en la mismísima playa, como si de un chiringuito se tratara.
Pasamos también por la panadería, con una oferta de dulces más que interesante, y por FT, que para eso es una marca de Tías y venía con nosotros uno de sus propietarios. Pero la mayor parte del tiempo lo pasamos caminando por las calles, comentando las cosas curiosas que veíamos, hasta que nos recogimos y nos acostamos. Antes del amanecer, ya estaba de nuevo en la calle, intentando vivir el inicio del día con el sol detrás del Risco de Famara mientras el puerto se preparaba para iniciar el nuevo día.
Playa de las Conchas, Los Islotes y Montaña Bermeja
Los sentidos se quedan cortos para atender el fogonazo de belleza que se viene al aproximarse a la Playa de las Conchas y caminar por su orilla hacia el este, hacia Montaña Bermeja. La playa en sí es la viva imagen del paraíso con sus aguas transparentes y su abundante arena rubia. Es verdad que es peligrosa porque tiene mucha corriente pero eso no se ve. Además, tener la impresionante roca del Islote de Montaña Clara en primer plano, seguida del Roque del Oeste y Alegranza en el fondo, eleva a la enésima potencia la sensación paradisiaca. Salimos de la playa por el sendero de costa, hacia el este, entre el mar y Montaña Bermeja, a cuyo pico no subimos.
Con la maravilla de los islotes de fondo, avanzamos y llegamos a la zona rocosa en el que se encuentran los puentes naturales, hechos por la erosión, en la misma orilla de mar, por donde se le cuelan las olas del mar. Superados los tres o cuatro kilómetros de este tramo, volvemos a una zona con dunas por doquier, y nos adentramos en un camino que compartimos con unos cuantos jeep que circulan por la zona llenos de turistas. Llegamos a la Playa del Ámbar o de Lambar y seguimos avanzando.
Dunas y pedregales, una sucesión permanente
Unos cuántos kilómetros antes de llegar a Pedro Barba, vuelve a cambiar la composición morfología del suelo. Desaparecen las dunas, que dan paso a un suelo muy pedregoso y arcilloso.
El litoral se cierra a vehículos y bicicletas y solo las personas caminando pueden transitar por ellos. Ya solo vemos el Roque del Este, que sale del ostracismo para convertirse en una permanente referencia en el mar y, cada vez más, gana protagonismo el farallón de la parte norte de la isla de Lanzarote, El Risco de Famara.
Pedro Barba se presenta
Después de horas sin tener ningún espacio urbano a la vista, con una sucesión de suelos diferentes, nos emocionó ver, a lo lejos, parte de las casas de Pedro Barba, ese pueblito que fue el primero en construirse y que se ha quedado para uso y disfrute de los turistas y los propietarios de esos bienes.
Entramos al pueblo por la calle donde se hospedaba un amigo lanzaroteño, Roberto García, también de nuestro municipio, que nada más vernos nos ofreció agua fresca para saciar la sed a unas horas en las que el sol ganaba protagonismo.
De vuelta a Caleta de Sebo y final de viaje
No nos entretuvimos mucho y nos enfilamos hacia el desfiladero que separa Pedro Barba del llano en el que se encuentra Caleta de Sebo.
Avanzamos rápido por el sendero que, a pesar de ir entre rocas y abierto al precipicio, se encuentra en un muy buen estado. Superado este tramo de camino, volvimos a la llanura arenosa y nos dirigimos a Caleta de Sebo, superando unos cuatro kilómetros entre arenas del desierto.
El Veril del Guiguan
Llegamos. El paseo nos llevó hoy más tiempo que ayer y también más kilómetros .
Con cuatro horas y media de caminata conseguimos hacer todo el recorrido de la segunda etapa con 4 horas de forma efectiva. Rozamos los 20 kilómetros, 19,43 kilómetros. Y ya era hora de comer para volver a Lanzarote a las cuatro en punto, y dar por acabada esta experiencia. Para no variar, volvimos a comer en El Veril, aunque en esta ocasión el pez perro no fue de nuestro agrado ni estuvo al nivel del cherne de la noche anterior. Pero sí que nos tratan bien, nos sirven desde que pueden y, cómo no, nos ofrecen botellitas de Guiguan a una rapidez de vértigo. Ha sido todo un descubrimiento.