De peregrinación a Chillida Leku
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
De Gijón a Donosti, atraído por la genialidad del escultor vasco Eduardo Chillida
Llegué a Gijón con la misma ilusión de todos los años de este siglo XXI. Sigo manteniendo con la ciudad el mismo vínculo y la misma atracción. La llegada al aeropuerto de Asturias, el orbayo, lluvia ligerísima, que nos saluda al llegar al parking, que desaparece durante el trayecto en coche, y el dinamismo que veo en la ciudad nada más entrar por la Avenida de la Constitución, reverdecen mis miles de recuerdos de casi un centenar de ocasiones en las que he venido al Paraíso Natural.
Esta vez, será una estancia breve, de unas horas. Suficiente para sumergirme en sus sabores, en sus olores y en sus culines de sidra. Y para subir al Cerro de Santa Catalina, por las viejas calles de Cimadevilla y alcanzar la obra del escultor que nos guía en este viaje.
Allí está, en lo más alto, dominando todo el espacio, en el alto del acantilado, con el océano y la ciudad como referentes inequívocos. Es el Elogio del Horizonte. Se trata de una de las obras de Eduardo Chillida, el escultor vasco que supo hacerse un artista universal desde lo local. Busco su huella, su inmensidad artística, su fuerza y su perseverancia que te llevan a la fortaleza y resistencia de su pueblo vasco. Y quería hacerlo desde un sitio común, el Gijón que yo visito todos los años y el Gijón que él conquistó coronando el punto más alto dentro de la ciudad con una de sus espectaculares obras.
La Autovía del cantábrico, más Europa
Dejo Gijón al día siguiente de llegar. Temprano, con la maleta, me enfilo hacia la estación del Alsa para coger una guagua (autobús) que me lleve por la autovía del Cantábrico hasta Santander, primera parada, motivada por las ganas de conocer el Centro Botín, obra del arquitecto italiano Renzo Piano, que ha creado una joya en la orilla de la bahía impresionante.
Es una referencia, una más, que certifica que el norte de España ensancha sus atractivos, con aportes culturales de primer orden mundial a su singular oferta verde y gastronómica. Pero solo es una parada de apenas cinco horas, después de tres metidos en una guagua, para comer, ver la obra de Piano y los dibujos del escultor Juan Muñoz que expone en estos momentos. Hecho eso, volvemos a la guagua para avanzar hacia Europa por la cornisa cantábrica. Es como ir dejando lo rural y lo español detrás y presentándose la influencia de una europea más moderna.
Donosti, el origen y el final
Y llegamos a Donosti. Al final, llegamos a casa del escultor, dónde soñó con ser lo que fue y dónde queda una huella imborrable.
La ciudad de Donosti es una golosina para los gustos. Una bahía con una playa espectacular abierta al norte, un urbanismo y arquitectura q te saca del ambiente más rural del recorrido para sumergirte en la modernidad europea. Unida a su gastronomía, Donosti es una buena alternativa para descansar en un ambiente urbano.
Pero ya conocía de otras visitas las bondades de la ciudad, ahora quería conocer un poco mejor a ese escultor que renunció, después de dos cursos, a ser arquitecto para sorprendernos moldeando hierros y creando figuras irrepetibles y novedosas. Chillida nos quedó cerca cuando intentó transformar, en Fuerteventura, una montaña ritual de los mahos en un lugar mágico donde la luz penetrara hasta el interior por un hueco buscado con ese propósito y un vaciado integral de la montaña. Pero las intenciones de Chillida dejaron al aire las vergüenzas de los gobiernos canarios, promotor del proyecto, de la década de los años noventa. Se gastaron decenas de millones de euros en indemnizaciones, estudios y gastos varios y no hay obra ninguna. La enfermedad y muerte del escultor dejó sin proyecto a Fuerteventura, que hubiese podido estar disfrutando hoy del atractivo que ejerce Chillida y su obra en personas de todo el mundo.
El Peine del Viento, fuerza y resistencia
Me apeé de la guagua después de tres horas constreñido en el asiento, dejé la maleta en el hotel y caminé paso ligero por la avenida de la playa. Disfrute de la elegancia de cientos de personas q habitaban ese paseo y también con las vistas de una playa casi cerrada en aquella bahía y llena de cuerpos humanos esbeltos y de todas las edades. El fuerte calor animaba a la zambullida.
Miraba continuamente al fondo, a poniente, a ver sí aparecía mi objetivo. Caminé hasta llegar a la zona del Antiguo, hasta Ondarreta, dejé atrás el funicular, las canchas de tenis, el pub ingles Wimbledon. Caminaba, emocionado, hacia la plaza del Peine del Viento y ya veía una de las tenazas de acero corten herrumbroso. Llegué hasta la plaza, hecha con las piedras del lugar y me encontré con gente jugando en los siete agujeros en el suelo, ideados por el artista a modo de bufaderos, que ahora utilizan los visitantes para sacarse la foto con los pelos de punta al soltar en sus caras el aire con fuerza.
Pero lo realmente impresionante es ver aquellas tres tenazas gigantes atrapadas en las tres rocas, desafiando al viento y al oleaje reinante en la zona. Es la viva imagen de la resistencia, de ese carácter del escultor y de todos los vascos de perseguir sus objetivos contra viento y marea. Con el desgaste que conlleva, también en las figuras, que se desangran en cada golpe de mar en forma de herrumbre. Estás como en un espacio mágico, donde se libra una batalla donde todos pierden pero dónde todos también sobreviven. El Peine del Viento le costó a Chillida una docena de años hacerlo realidad desde que concibió el proyecto a principios de los años 60 y que acabó finalmente en 1974. Es una de sus grandes obras emblemáticas, la que atrajo la mirada local sobre su obra que era muy valorada en distintas partes del mundo.
Chillida Leku, el objetivo final
Hay guaguas que te llevan por un módico precio desde Donosti a las afueras de Hernani, donde se encuentra el Chillida Leku, el museo que recoge las obras del escultor creado por el mismo, para exponerlas al aire libre, en un jardín espectacular, y en el Caserío Zabalaga, construcción que también arregló él a su gusto. El museo se inauguró en el año 2000, dos años antes de que muriese, a los 78 años de edad. Ha pasado por distintas vicisitudes económicas bajo el control de su familia e, incluso, estuvo cerrado al público durante años, hasta que en 2017 volvió a abrir y se mantiene abierto desde momento. Ahora, en el caserío Zabalaga hay una exposición impresionante, del también exquisito escultor Joan Miro, en el que no quiero detenerme porque me apetece disfrutar de forma monográfica del vasco que daba sentido al hierro.
Arte y naturaleza
Cuando llegas al cielo, no caes en los pequeños detalles. Te dejas llevar por el aroma del lugar, por la paz que inunda el lugar, por las emociones que te embargan. Pues entonces algo de cielo tiene este jardín de 11 hectáreas de terreno, donde 40 esculturas de tamaño monumental juegan al despiste con hayas, robles y magnolias sobre una alfombra verde de césped exquisitamente cuidado. Decía Chillida: “Un día soñé una utopía: encontrar un espacio donde pudieran descansar mis esculturas y la gente caminara entre ellas como por un bosque”. Pues eso es Chillida Leku, una utopía hermosísima, donde la belleza natural y artística se abraza sin perder cada una un ápice de sus características. No solo puedes caminar entre ellas, puedes acabar abrazado o dentro de alguna de sus creaciones de acero y granito, resistentes a la erosión del lugar. Pero si bonito es el jardín y el juego ideado con las obras del escultor, el Caserío Zabalaga tampoco se queda atrás, con su luz, sus vigas y sus espacios creados para albergar arte y ser, a la vez, fruto de las manos creadoras e incansables de un genio que supo sacar todo lo que llevaba él dentro, valiéndose para ello del hierro, del acero y del granito al que forjaba de tal manera que dejaba al descubierto sus sueños llamados obras escultóricas.
Cada viaje a Gijón camino hacia Cimadevilla, por la zona del puerto deportivo, y subo al Cerro de Santa Catalina. Entre olores de higueras y perros felices, me acerco al Elogio del Horizonte, majestuoso, en lo más alto, encima del acantilado, mirando el océano, a un lado, y, al otro, la ciudad. Es espectacular verlo pero ese no es su secreto. Hay que acercarse, tocarlo, sentirlo y debajo de él, en el centro de la circunferencia que proyecta en el suelo, encima de las toneladas de hormigón, se escucha el mar como si estuvieras en la misma orilla. Como si estuvieras en la plaza del Peine del Viento, como si estuvieras viviendo un sueño. Que es exactamente lo que sientes al pisar el césped, entre hayas, robles y magnolias, disfrutando de la magia artística de este genio escultor vasco que se fue con la pena de no dejarnos en Canarias, en Fuerteventura, un regalo sagrado en la Montaña de Tindaya.
Volveré a Gijón y recordaré el Chillida Leku oyendo el mar en lo alto de Gijón, debajo del Elogio del Horizonte.