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El camino que nos descubre la grandeza de Gran Canaria

Los 65 kilómetros a pie, durante tres días, de Maspalomas a Gáldar, atravesando la cumbre, una exigente presentación del camino de Santiago de Gran Canaria

 

Nunca antes me había dirigido al sur, a Maspalomas, recién salido del aeropuerto de Gran Canaria para ir al norte, a Gáldar. Tampoco había ido a caminar a Gran Canaria, la isla que los lanzaroteños tenemos como referencia de capitalidad provincial para ir a hacer gestiones y visitar médicos y hospitales en su capital, Las Palmas de Gran Canaria. No es de sorprender, entonces, que para muchos lanzaroteños ir a Gran Canaria es ir a Las Palmas y que, por tanto, acabe llamando a la isla por el nombre de su capital, Las Palmas. Pero Gran Canaria existe más allá de su capital, de su sur turístico, de su Teror romero del Pino, del Agaete pesquero, o de su ron Arehucas. Y es inmensamente bonita, espectacular. De barrancos impresionantes, de calderas volcánicas gigantes, de bosques de pinos altísimos, de una numerosa flora de gran diversidad, de restos aborígenes incontables y de cuevas, riscos y de roques imposibles que rematan sus casi dos mil metros de altura con puntas afiladas como el de Bentayga o hermosos como el Nublo.

Maspalomas, comienza la aventura

Dejamos pasar la noche en Maspalomas, observando uno de los mayores santuarios turísticos del mundo, al lado mismo del mar, de las dunas, de la charca. Mis amigos José Alberto  Reyes de León y Daniel Reyes, padre e hijo, me acompañan en esta aventura. No es la primera vez que viajamos para caminar y en Lanzarote solemos hacerlo juntos frecuentemente, así que cada uno preparó su mochila, con unos diez kilos de peso, cogió su par de bastones y enfiló la puerta del apartamento en busca del reto. Eran las seis y media de la mañana del sábado. Había que llegar al Faro de Maspalomas, kilómetro cero del Camino de Santiago de Gran Canaria, el camino entre volcanes, que lleva unos años promocionando el Cabildo de la isla.  Llegamos allí y al ver que estaba a dos metros de altura sobre el nivel del mar, Daniel nos animó a caminar hacia el mar para salir de la cota cero. Lo hicimos y empezamos.

Los primeros kilómetros transcurren por la zona turística, entre apartamentos y extranjeros de vacaciones. Pero también se observa la espectacularidad de las dunas, la Charca de Maspalomas y el Parque Tony Gallardo, desde la misma orilla del barranco, que parece a este nivel la desembocadura de un  río seco. Poco a poco, por el barranco, nos vamos alejando de la ciudad y entramos en una zona desértica que se va desanchando y ganando altura de forma suave. Es el Barranco de Fataga y a unos cinco kilómetros vemos el acueducto de muchos puentes que lleva desde hace más de un siglo el agua al sur de la isla. Más tarde, sin salirnos de aquel barranco inmenso y ganando altura, a los 17 kilómetros, aparece ante nuestro ojos el oasis de Arteara (no confundir con Artenara), donde mil palmeras y cientos de tumbas de aborígenes le convierten en un lugar emblemático en aquel desierto, que nos hace rememorar los paisajes inhóspitos de las películas del viejo oeste.

 

Subir y subir

Al salir de Arteara, la cosa empieza a complicarse. Más que el camino de Santiago, aquello empieza a parecerse al camino del infierno, con una elevación que nos obligaba a ralentizar el paso.  Llegamos a Fataga, después de 22 kilómetros de marcha, al mediodía. Ya apetecía todo menos seguir caminando. Además, Fataga es un pueblo pequeño, pero coqueto, con sus palmeras y casas rurales, con restaurantes y cafeterías abiertas a la calle principal, lugar obligatorio de paso para ir a Tunte, nuestro destino final de la primera jornada. A la altura de la Plaza de San José, una señal del camino nos invita a meternos en un sendero y nos vamos convencidos de que seis kilómetros ya es poca cosa. Pero se nos olvida que Tunte está a 900 metros de altura y que hay que seguir subiendo. Y subimos hasta El Mirador de Fataga, y las vista son preciosas pero la caminata se hace inaguantable. Es realmente dura, aunque el sendero está en buenas condiciones y soló la pendiente nos acribilla las piernas y el ánimo. Pero seguimos y nos dan las tres y las cuatro y por fin vemos el pueblo, la capital del mayor municipio de la isla, un caserío precioso que se extiende a lo largo de aquellas alturas, con unas calles llenas de pendientes. Pero fue llegar y disfrutar una excelente comida casera en uno de sus restaurantes, al lado del ayuntamiento, donde también estaba nuestro hospedaje, y nos volvió la sonrisa. Al rato, ya se nos había olvidado el esfuerzo que habíamos tenido que hacer. Pero esta primera etapa, de 28 kilómetros, de 1130 metros de desnivel positivo y 937 metros de altura máxima, es muy dura. Pero es también preciosa, llena de contrastes.

En busca de la Cruz de Tejeda

Nos acostamos pronto y nos levantamos temprano. A las seis y media ya estábamos desayunando en la panadería, el único establecimiento que estaba abierto a esas horas en Tunte el domingo. Salimos de Tunte subiendo sus empinadas calles. La caminata de hoy parecía corta, apenas 16 kilómetros. Nos parecía fácil. Ilusos. Había tramos en los que tardábamos una hora en recorrer dos kilómetros. Pero las vistas, a medida que subíamos, eran más espectaculares, y la frondosidad y variedad de la vegetación eran increíbles, aunque dominaba el espacio el pino canario. La inmensidad de la caldera de Tirajana, vista desde arriba, es impresionante. El espacio del Monumento Natural de los Riscos de Tirajana es de una belleza singular.

Llegamos al Mirador de la Cruz Grande y en la misma carretera de la cumbre descansamos un poco. Estábamos convencidos de que habíamos llegado al punto más alto del camino. Delante teníamos un impresionante pico que a los tres nos pareció imposible de subir. Los tres buscábamos con la vista por dónde rodeaba el camino aquella altura. Unos minutos más tarde, descubrimos que teníamos que subir aquella pendiente endiablada que llaman Paso de la Plata y que es un camino empedrado que te hace subir y subir. Después ya vino la Ventana del Nublo, Llanos de la Pez y Garañón, para empezar a descender a Cruz de Tejeda. Y llegamos casi a las tres. Allí nos esperaba mi hermana Encarna, la pediatra, que se sumaba al grupo para comer en el Asador Yolanda, enfrente del Parador de Cruz de Tejeda, y, al día siguiente, hacer con nosotros la bajada a Gáldar, de 21 kilómetros.   

 

  Bajar del cielo viendo las estrellas

Nos levantamos el tercer día y resucitamos. El hecho de que fuera bajada, nos tranquilizaba a los cuatro. Así que desayunamos en el Parador y nos dirigimos al sendero. Nuestro gozo en un pozo. La cosa no empezaba en bajada, sino que nos obligaba a subir por un sendero maltrecho, empinado y resbaladizo como no sé qué para cambiarnos de barranco y llevarnos a una zona de pinos realmente impresionante. Desde arriba, la vista de los roques de Bentayga y Nublo, aquellos picos y cortes de los barrancos era bellísimos. Cualquier esfuerzo quedaba inmediatamente recompensado por la magnitud de una belleza que tenemos tan cerca, en nuestras islas, y que no apreciamos en su justa medida.

La bajada era tan vertiginosa, quizás hasta más, que la subida de días anteriores. De hecho, habíamos estado durante 44 kilómetros subiendo y, ahora, en la mitad teníamos que descender hasta los 118 metros de altura del nivel del mar al que está Gáldar. Se descendía hasta sin querer, por la fuerte pendiente de los senderos y caminos. Y se fueron sucediendo paisajes espectaculares, primero la Cruz de Los Moriscos, después Montañón Negro, Pinos de Galdar, Lomos de Pavoncillo, Monte Pavón y Saucillo, ya en zona de medianías, de ovejas y campos. El barranco de llegada a Gáldar te acaba por romper las uñas de los pies en su vertiginosa bajada pero te emociona de la belleza que encierra en el mismo. Al final, el recorrido por los vericuetos de la zona agroindustrial, que fuera espacio de plantaciones de plataneras, bastante abandonada, desmerece a pleno sol del mediodía como colofón de tanta belleza disfrutada. Aunque, la llegada a la catedral, después del recorrido de la calle principal, peatonal, nos devuelve a la imagen de un camino de Santiago que tiene todo lo necesario para ver las “estrellas” naturales de Gran Canaria y conocer una isla realmente fantástica.

El tener la oportunidad de hacer este recorrido y no hacerlo es perderse la oportunidad de conocer una Gran Canaria tan distinta a la que conocemos como espectacular en su oferta natural, paisajística y etnográfica. Pero, para hacerlo, hay que ser consciente también de que es enormemente exigente, que hay que estar físicamente bien y hay que organizarlo de acuerdo con las posibilidades de cada uno. En tres jornadas, 65 kilómetros, con una altura máxima de 1700 metros y con desniveles superiores a los 2000 metros, con subidas de dureza objetiva con pendientes muy pronunciadas, es mucho para personas no entrenadas convenientemente. Pero, fraccionando bien los tramos, sin prisas, y con tiempo, puede estar al alcance de la mayoría. Y es realmente sorprendente lo que hay que ver. El camino de Santiago de Gran Canaria es, en sí, el paraíso a conquistar en esta experiencia.

 

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