Mano a la feria (con “r” de rata o de “arcarde”)
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
La estupidez se pega al idiota como el chicle al piche.
Y si se caliente, se derrite el chicle. Y si se calienta más todavía, también el piche, o el asfalto, como dirían nuestros nuevos residentes, poco dados a la inmersión lingüística local, se derrite, creando una masa viscosa con color entre negro y variado según sea de fresa, limón o menta el entretenimiento bucal más popular. Lo mismo pasa cuando la estupidez y el idiota se encuentran en un pasillo institucional. Se llega al nivel de financiar a crápulas contaminantes, de vida pendenciera y comportamiento enfermizo, que han hecho del chantaje y de su desvergüenza la forma de evitar el trabajo y ganarse incluso viajes a Fitur como si fuera el Ayuntamiento de turno la ruleta de la chochona, que repartía baratijas entre la población desconsolada en aquellos tiempos en los que los Sangineles se refugiaban en la boca del muelle de las cebollas. No es que no sepan escribir, ni diferenciar entre un titular y el rótulo de un night club, que han visitado mucho más que redacciones periodísticas, es que no saben ni hablar. Meten la r, su “r” de ratas, hasta para dirigirse al “arcarde” que a modo de “El flautista de Hamelín” les convoca y les alimenta para traerles a la ciudad de nuevo y poner la misma al borde de la rabia con el fin de perpetuarse en el sillón recién conquistado en el cambio de cromos de izquierda y derecha adobada con cilantros y tomillos, leales de los ángeles.
Lo más gracioso de todo es que en el escupitinajo de la calle, pisa y se resbala el mismo partido socialista, entrampado entre la derecha y las cloacas que sucumben a la mentira de ser nombradas la mejor alcaldesa de la historia de la capital por el mayor trepa que ha anidado primero entre buscadores de oro en conciertos y estrellas, después entre asociaciones, federaciones y confederaciones vecinales, la mayoría de las veces unipersonales, y que acaba de aterrizar en webs ultras y productoras de vergüenza apretando tuercas, cuando lo que necesita es que se le apriete el tornillo que perdió hace tiempo.
Lo más gracioso, digo, es que alcaldes de todo pelaje, también socialistas, caigan en los embates de un necio ratonil con cara de espanto y desvergüenza de elefante, que se huele desde lejos, cual mofeta, que lo que busca no ennoblece sino envilece. Quien acepta el envite, está claro que lo hace por cobarde o por ruin. Dos señas de identidad que carga el sujeto despreciable y que identifica igualmente a quien le ríe las gracias, ya sea Astrid Alcaldesa, o sus socios de gobierno, que cojean más todavía cuando cargan de rancio su caminar de lazarillos de Tormes o de los alrededores de la Plaza de Las Palmas, Avenida Mancomunidad o el Puente de las Bolas, que les faltan a ellos para poner a cada uno en su sitio.
Si vergüenza daba ver en Fitur al personajillo, con pinta de haber salido de la cloaca en ese mismo momento, remarcando su “r” de rata mientras desfilaban por su infecto canutazo alcaldes, concejales, consejeros y demás financiadores de la fiesta, peor era todavía oír los comentarios denigrantes (por lo bajini) de cobardes resignados que esperaban su turno. Todos saben de qué va el excremento con movimiento lateral, pero todos le ríen y le pagan las gracias como si fueran lo que realmente son, unos blandengues que se someten a todo, por no verse ellos incomodados, mientras no sienten la menor pena ni sensibilidad porque haya niños en esta tierra nuestra que van al colegio sin libros por no tener a un “arcarde” que gaste en ellos lo que tiran a las ratas de las cloacas.
El que todavía haya en esta profesión nuestra gente que defienda como gasto publicitario el que le paguen viaje, cama, y vete a saber qué cosas más, a gente así, o no así, me da una vergüenza atroz. Y me dice también cómo se pueden estar financiando medios de quienes llegaron aquí a trabajar honradamente y parece que buscan vivir como sea, pero bien holgadamente. Los medios de comunicación, digo los medios no los nidos de ratas, viven de la contratación publicitaria. Esto es, se fracciona el espacio disponible en tamaños publicitarios, ahora, en digital, en banner, se le pone un precio y se vende. Cuántos más vendes, más facturas. Lo otro, eso de cobrar por decir lo que el político quiere, publicar lo que le viene bien y no lo que ocurre, y similares, se llama de otra manera. Cada uno es libre de hacer lo que quiera. De coger los mil quinientos euros y de ponerse a defender al pagador y despotricar contra el que denuncia en goloso entuerto. Cada uno (también cada una) es libre de hacer lo que quiera, aunque deba ser incomodo estar en el mismo lado que la rata inmunda, compartiendo modales, incluso defendiéndola para no ofender al armado pagador que les reparte la indigna bolsa que indigna. Cada uno es libre de hacer lo que quiera, pero eso, compañeros, no es periodismo. Si acaso, gabinetes perversos encubiertos. No hay charcutero que te venda pescado por jamón. Y si lo hay, no es un charcutero. Sería, en todo caso, un chapucero. Y peor que con pescado, sería mezclar pata negra con ratas.
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