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Del año que se va, los “tíos pedo” y el lastre

 

Se nos va. Se me va. No ha sido un mal año. Ningún año es malo, ni bueno, por sí mismo. Pero los que nos movemos en escenarios variopintos, mientras trascurren con tantas noches como días, tenemos una oportunidad para fechar nuestros recuerdos y correrías. Del 2024, a nivel personal, más que quedarme con algo me alegro de que pueda fechar aquí el haber abandonado lastre innecesario.

No sé cuántos años me quedan en este mundo pero se me acabó el tiempo para los “tíos pedo”.  Para esos personajes que se consideran protagonistas y que no llegan a actores secundarios de la realidad. Esas personas que no tienen peso alguno, que son simples gases, siempre tóxicas, que aparecen en los momentos más inesperados para cargar la atmósfera con sus aires malolientes, insanos. Son los que yo llamo “tíos pedo”, aunque algunos no pasan de gufos (o “gufios”) que llegan como zorroclocos, sin apenas hacer ruido, y se encaraman en la mendicidad con más maldad que acierto. Y perdonen la escatología en estas fechas, pero cuando te cansas del zumbido de las moscas, siempre acabas descubriendo el pastel.

Comencé el 2024 con ciertas ilusiones, cumplía 25 años de dedicación profesional autónoma, 40 de dedicación al periodismo, 18 ininterrumpidos de tertuliano en “Café de Periodistas” en Lancelot Televisión, con un millón de amigos, como cantaba Roberto Carlos, y el doble de enemigos. Reconozco que me cuesta menos hacer enemigos que amigos, pero también les digo que encuentro, a veces, más comprensión en aquellos que en estos. A los enemigos les dices la verdad sin tapujos, sin cortapisas, sin paños calientes; los amigos, en cambio, sopesan tanto lo que te dicen, que acaban edulcorándote sus propios pensamientos. Están más puestos en que hagas las cosas como ellos quieren, que apenas tienen tiempo para ayudarte a desarrollarte, a crecer según tus expectativas y gustos. Eso cuando no se trata de un enemigo infiltrado. Que lucha contra ti, desde tu trinchera más íntima, porque sabe que a cara descubierta sería amigo muerto. Son muchos años de baile como para dejar de moverse porque cambien la música. Y seguimos.

Sinceramente, había lastre que me pesaba año tras año. Pero era incapaz de soltarlo porque son gente que conoces hace miles de años, son de aquí de toda la vida, conoces a su familia, has estado en mil batallas con ellos y, aunque sabes lo que son, aguantas porque también el corazón enferma el cuerpo. Son los clásicos que creen que ser amigos es ser cómplice de sus ilegalidades, torpezas, ignorancia y malignidad. Que les avisas permanentemente pero siempre creen que su risita de pájaros desplumados va a hacer que mires para otro lado, mientras ellos se enriquecen ilícitamente e intentan enfangarte a ti en la miseria. Y son de aquí, no vinieron en patera, aunque alguno sea tan negro como ellos; ni son nórdicos, aunque se tiñan de rubio a los sesenta y tantos.

Son tóxicos hasta en el humor. Cómo le tienes que decir a alguien que no te mande a tu whatsapp chistes machistas ni mujeres desnudas. Y por qué alguien que se dice que es amigo tuyo no para cuando le pides, por favor, que pare. ¿Pero se puede ser amigo de alguien que actúa de esa manera o habría que denunciarle directamente en la comisaría más cercana? Al final, desde hace unos meses, en mi red social no entran esas bazofias. Gracias, 2024.

También han sido suficientes los 365 días del año que se acaba para comprobar que tenía yo razón con lo que le dije a Oswaldo Betancort, en presencia de su amiga Gladys Acuña y su marido,  antes de las elecciones que finalmente ganó por 69 votos de diferencia. Y no me quito culpas de que las cosas pasaran como sucedieron. Le dije, con la franqueza que me caracteriza, que lo consideraba un “simplón político”, que no tenía ninguna confianza en él para gobernar esta isla y que su único objetivo era ser el presidente del Cabildo y no resolver los problemas de los lanzaroteños. Que, en caso de ganar, se olvidaría de sus compromisos de campaña con el transporte, con el desarrollo sostenible, con las necesidades de la isla y se dedicaría, como buen disfrutón que es, a ir de fiesta en fiesta y de red social en red social con sus dientes por fuera exhibiendo su sonrisa cuando únicamente se estaría riendo de todos los lanzaroteños. El hombre se puso muy serio y la pareja amiga, muy nerviosa. Y me soltó: “Te voy a demostrar que estás equivocado conmigo”. Está claro que no ha sido en 2024.

Lo bueno de ir envejeciendo es que vas teniendo más datos de la serie vital de tu gente. Y esto no apunta bien. Se me parece cada vez más a la época en la que Dimas Martín hipnotizó a todos los lanzaroteños para que fueran a favor de él y en contra de ellos. La diferencia es que Dimas creía que tenía que hacer cosas espectaculares para conseguirlo. Oswaldo está convencido de que le vale con comprarles uno a uno con subvenciones, ayudas y saboreas. Por si acaso, voy a ver si encuentro un traje a rayas, o dos, para regalárselos por si acaban en el mismo lugar que el mentor.    

Ha sido un buen año. O no me quejo de lo que he vivido en estos días encapsulados bajo la etiqueta “2024”. Me alegra saber que todavía sé lo que quiero y que decido sobre la marcha lo que no quiero. En caso de dudas,  les remito a que le pregunten a Jorge Coll.

P.D.: Si me parece, en 2025 les explicaré con pelos y señales qué es un correveidile y cómo una cosa, que se dice en un pateo en la avenida que transcurre cerca del perímetro del aeropuerto, lo pretenden desmentir tres personas distintas por encargo de una de las que estaban paseando, única responsable de todo lo que pasó, como ella y yo sabemos perfectamente. Lo gracioso es que la segunda ni la tercera fueron debidamente informadas de que ese trabajito ya se lo habían encargado a la primera y a la segunda, imputándose el suceso. Evidentemente, tres personas no tuvieron nada que ver. Fue una, y no es ninguna de esas tres personas. Fue quien las mandó. Y lo sabemos ella y yo perfectamente. Y quizás también el que se acercó hasta la cafetería “El Rincón del Pan” de Tías ofreciéndome regalos varios, no aceptados, simplemente inaceptables,  e imputándose “el error de su vida” de la mandante. Lo que viene a ser, en este caso, un correveidile. Si me parece, lo cuento en enero. O no. En principio, les deseo a todos ellos un feliz 2025. Está claro que el 2024 no ha sido para tirar cohetes, aunque con lo que les gusta una fiesta, hasta en un entierro harían correr la pólvora.

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