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El “Fittipaldi” de Tías

Juan Pedro Valiente se convirtió en el piloto de referencia en Tías cuando empezaron los Rallyes en Lanzarote

Lloraba de emoción con los gritos de ánimo de sus vecinos de Las Cuestas y lloró de tristeza cuando fue testigo del accidente donde el copiloto Tomás Viera perdió su vida  

Cuando me hice socio de la Sociedad Unión Sur de Tías coincidió con que Juan Pedro Valiente estaba allí de directivo, junto con una hornada de jóvenes del municipio que cambiaron las tornas de las directivas, donde casi siempre eran personas mayores las que sostenían la organización de la misma. Era el año 1984. Y yo pensaba que aquel chico flaco y alto, que caminaba rápido, y que soltaba un “ja”, después de cada tres palabras, a modo de entre risa y reclamo de atención, tenía una granja. No es que el hombre oliera a gallinas y pollos sino que cada vez que pedía una fanta en la brillante barra ovoide del bar de la Sociedad, siempre escuchaba alguna conversación de otros jóvenes y no tan jóvenes del municipio que, entre copa y copa, alababan los huevos que tenía este veinteañero cinco o seis años mayor que yo.

Yo conocía a los hijos de Perico Valiente, el de la tienda, de coincidir con ellos en las fiestas, en el fútbol y en las reuniones que se hacían en cualquier lado para organizar excursiones a las montañas y esas cosas. Pero yo de velocidades no quería saber nada, ni me gustaron las motos ni los coches desenfrenados. Y eso que en aquella época “salir a ochenta” era como hoy ir a 200 kilómetros por hora. Pero se empezó a hablar de Juan Pedro como un fuera de serie, como un hombre pegado a un volante, como una extensión del coche, que parecía ir más relajado cuanto más rápido iba en el coche. Él reconoce que no fue el primero de su familia en correr en rallyes. En eso se le adelantó su hermano Roberto Martín, al que yo no hacía en esos menesteres tan arriesgados, que fue copiloto de Francisco Ayala, el que lo animó a él a ponerse al volante de uno de estos coches en 1983, cuando ya tenía 22 años.

Su primer rallye no lo pudo acabar porque la guardia civil le paró cuando iba a toda pastilla entre tramo y tramo, con la carretera abierta. “Mi primer rallye fue en el Isla de Lanzarote de 1983 pero, como te comenté, fui excluido cuando iba tercero por una infracción de tráfico al adelantar en el trayecto de Mozaga a Teguise, ya que llegaba tarde al control de horario. Con tal mala pata que  me pilló la Guardia Civil de Tráfico, pero creo que hubo algo más, y no fue por la infracción, sino por la influencia de otros pilotos porque fue en el control del tramo Los Valles- Haría cuando me quitaron el carnet de ruta”.

 Pero Juan Pedro Valiente, como cabezudito que era, siguió entrenándose y preparándose para el próximo año, donde dio la campanada. “Ya en 1984 quedamos cuartos”. Sólo por detrás de corredores consagrados de fuera de la isla”.

  En esos años, Juan Pedro era todo un ídolo en el pueblo. Muchos chicos de los que salieron después corredores de Rallye, incluido su otro hermano, Antimo, lo hicieron influenciados por la estrella del mayor de los hijos de Perico.

El nivel del Rallye en Lanzarote iba subiendo a lo largo de la década de los ochenta y había que ir mejorando la montura. El piloto y su valentía son esenciales en este deporte. Y Juan Pedro la valentía la llevaba hasta en el apellido, pero le hacía falta una máquina más potente.

“En 1986, vendí el Fiat 131 Racing y compré el Renault 5 GT Turbo y, con la colaboración de  Juan Toledo, pues hicimos la copa GT Turbo, en Gran Canaria, y todo ello en plan hobby, pero Renault España pagaba, por aquella época, una prima de salida de 25.000 pesetas, las inscripciones y, luego, una serie de premios según clasificación. El mayor premio que gané fue aquí, en el Isla de Lanzarote, no recuerdo el año, pero ya casi a principios de los 90, al quedar primero, porque Javier Ciprés se retiró, y fueron unas 100.000 pesetas. En general, al año, con la copa unas 770.000 pesetas. Después, ya le vendí el coche a Balo Pérez que, por desgracia, en un rallye sprint del Cuchillo se salió y dejó el coche inservible”.

Pero el Fittipaldi de Tías se negaba a olvidarse de las carreras, de la adrenalina, de los gritos de los chicos de Las Cuestas, de ese mundo en el que se movía como nadie, a pleno pulmón, al grito de las marchas de sus copilotos, como fue el caso de Juan Miguel Duarte, entre otros. Y así volvió a adquirir otro coche. “Me compré el Clio, que quizás fue el que más satisfacciones me dio ya que era un coche más moderno y ya solo era correr en plan hobby y cuando se podía y había presupuesto para ello. El Clio era al 50% con Renaul Juan Toledo y así hasta que lo vendí y me retiré en el año 2000”.

 Se retiró pero volvió a correr. “Mi última carrera fue en el 2006, la subida a Órzola con el Seat Ibiza de Pedrín González, de  la empresa las Cuestas Citi, que me lo prestó. Pero, previamente, fue en el 2003, con un Mitsubishi de Francisco Lemes, en el Rallye Sprint de las fiestas de Tías en honor de La Candelaria y quedé tercero”. En fin, que le costó retirarse, pero a la tercera, en el 2006, fue la definitiva.

Juan Pedro tiene dos recuerdos que le emocionan profundamente. Uno es bueno y otro malo.

“Lo más bonito de aquella época era la afición de Las Cuestas, que los vecinos iban a ver correr al chico de Perico, je, je”. No puede seguir, se emociona recordando a la gente de su barrio por sus nombres y sus gritos de ánimo en esas cuestas de La Tegala ya desaparecidas.  

Pero también se emociona, pero de tristeza, cuando recuerda la parte negra de esta película de colores. “Los rallyes eran diferentes a los de hoy día, que gracias a Dios, la seguridad de los coches hoy es mucho más eficaz. Y, en todos los años que corrí, el accidente donde murió el copiloto Tomas Viera fue lo más duro que viví. Ellos salían justo delante de mí y yo me los encontré justo antes de llegar a Masdache y me di cuenta que era de extrema gravedad y creo que fue la vez que más rápido bajé el tramo hasta Tías para avisar de la gravedad ya que mientras estaba yo en el tramo no podían salir los servicios de emergencias”. Le oigo decir y se me ponen los pelos de punta. El nombre de Tomás Viera nos suena a todos porque da nombre a una de las pruebas automovilísticas desde aquella desgracia. Pero pocos sabrán que fue en el camino de los Machín, en Masdache, donde perdió su vida el copiloto. Y mucho menos que el chico de Perico guardó la sangre fría suficiente para poner su coche a lo máximo para avisar a los servicios de emergencia.

Reconozco que vi poco correr a Juan Pedro porque no era yo muy aficionado a los rallyes. Casi prefería más las carreras de burros que se celebraban en el centro del pueblo con motivo de las fiestas y hasta las carreras de sacos, donde la velocidad era más soportable para un chiquillaje como yo que casi todo lo hacía a pie. Pero como vecino de Tías sentía mi orgullito cuando en el instituto me preguntaban sí conocía al chico de los rallye y yo les decía: “¿A Juan Pedro, al chico de Perico de Valiente?, ¡Pues claro! Si vive donde se cruza el camino de mi casa, el de Los Lirios, con la carretera de San Bartolomé, Y se les quedaba una carita de envidia”. Lo más cerca que lo vi corriendo fue desde la finca de mis padres en Las Quinzuelas, mientras ellos hacían el tramo de las curvas de La Tegala, ya desaparecidas, que estaban en la carretera Puerto del Carmen- Tías. Pero todavía, cuando coincides en un viaje a la Península con un grupo de amigos y Juan Pedro, todos se matan por ir con él en el coche que él conduce. Suele hacerlo con una suavidad y seguridad que se te olvida por completo a qué velocidad va. Así es el Fittipaldi que yo conocí en Tías, al que la velocidad le amansaba y le hacía dar lo mejor de sí. Juan Pedro, el hijo de Perico Valiente, el veinteañero de Tías que no tenía granja pero todo el mundo alababa sus huevos en cada curva, en cada salto, en cada meta.

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