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Prescriptores de lucha canaria

 

Los cambios sociales, económicos y de moda les vienen muy mal a las tradiciones.

Por buenas y espectaculares que sean, hay un momento procesal en el que la novedad se impone sin remedio. Si además estamos hablando de un cambio de modelo económico que necesita de una enorme llegada de población foránea, la batalla está irremediablemente perdida de antemano. El que está tiende a copiar los comportamientos de los que llegan para liderar el proceso de cambio. El que llega se resiste a perder sus costumbres y se esfuerza en conservarlas en su emigración forzada o deseada. Si, además, la transformación consiste en superar un modelo sustentado en un sector primario rudimentario para instalarse en un terciario en permanente contacto con millones de personas de otros lados, como es el turismo, el proceso de aculturación será no solo brutal sino inmediato e irá ganando firmeza a medida que los porcentajes de población inmigrada y sus descendientes superen a los de la local. La única manera de no perderlo todo, atendiendo también a las nuevas y positivas aportaciones, conlleva una concienciación racional y el desarrollo de su correspondiente  estrategia. No hay otra.

Poner en valor a nuestra gente

En ese sentido, considero fundamental a los prescriptores de lucha canaria, aquellas personas que son capaces de transmitirles a otras los valores, singularidades y técnicas de este deporte. En estos años, el deporte vernáculo por excelencia ha ido perdiendo influencia social, convirtiéndose casi en un deporte marginal que practican menos jóvenes que años atrás y que es desconocido para el 90% de la población de las propias islas. Es tanta la insensibilidad que en una capital como la de la isla de Lanzarote, no solo no se promueve su práctica sino que, incluso, las autoridades insulares son capaces de entullir el único terrero de la ciudad, dejándola huérfana de instalaciones de esta índole. Por eso, tiene que haber una reacción institucional decidida, apoyada en otra popular igual de imprescindible. El hecho de que el Gobierno de Canarias haya puesto, por primera vez, una dirección general de Deportes Autóctonos abre una puerta a la esperanza, que debe ser secundada por cabildos y ayuntamientos creando instrumentos parecidos que actúen como correas de transmisión por todos los rincones de las islas. Con eso, se daría un salto exponencial incuestionable. Pero no basta.

Apoyo institucional y empresarial

Para que el éxito sea una realidad, es imprescindible ese prescriptor público, pero no es suficiente. Hará falta también implicar al sector empresarial en la financiación de grandes y espectaculares competiciones donde brille la técnica, la plasticidad y los valores positivos de la lucha canaria y no la marrullería, la fuerza por la fuerza, las amonestaciones y la victoria como único objetivo en un espectáculo que se degrada y expulsa a los nuevos aficionados de los terreros. Pero tampoco será suficiente con el apoyo incondicional público más el apoyo decidido de nuestras empresas canarias. Hace falta una tercera pata, fundamental, para poner en pie este bastión de nuestra cultura popular: el compromiso intergeneracional.

Construir una nueva sociedad consiste en dar nuevos espacios sin abandonar del todo los antiguos. La cohesión social se consigue buscando puntos de encuentro entre lo nuevo y lo viejo, entre los diferentes. La integración identitaria conlleva, además, la aceptación de unas pautas como propias, vinculadas al territorio y al espacio geopolítico que ocupa. No somos canarios porque sí, lo somos por montón de cosas que nos viene dado por estar aquí y no en cualquier otro lugar, que será tan bueno y defenderá con tanto ahínco lo suyo como nosotros tenemos que defender lo nuestro. Desde esa perspectiva, los prescriptores sociales son imprescindibles por partida doble. Por una parte, se empodera a esa gente mayor que atesora ese conocimiento que ahora entienden menospreciado y, por otra, se le vincula con las nuevas generaciones que son desconocedoras del bien en sí y de la carga de conocimiento que encierra su abuelo, su padre, su tío o su vecino, donde él creía que no había sino ignorancia y analfabetismo.

Miles de ex luchadores y aficionados, grandes prescriptores disponibles  

Tenemos a miles de ex luchadores repartidos por todos los municipios de estas islas nuestras. La gran mayoría de ellos tampoco van en la actualidad a los terreros por un montón de factores que no vamos a enumerar ahora, pero que encierran un conocimiento exquisito de este deporte. Cada uno de ellos tiene su propia visión; muchos encierran en sus recuerdos formas de luchar tan propias y singulares que, de no hacer nada, desaparecerán con ellos. En cambio, en las gradas de los terreros siguen reuniéndose unos cientos de aficionados, muchos de ellos ex luchadores, en unas islas más que en otras, que tienen que ser la punta de lanza de esta estrategia de prescriptores que intento defender. Son ellos los que, en lugar de ir solos a los terreros, tienen que “arrastrar” con inteligencia por amigos, compañeros y familiares. Dependiendo con quien se vaya, hay que tomar una actitud.

Si se lleva a un ex luchador o ex aficionado, basta con meterlo en el terrero. Basta con dejarle que él vuelva a sentir aquellas emociones que tenía antaño. Si se trata de una persona que no ha ido nunca a una luchada, que son la inmensa mayoría de los jóvenes canarios, hay que ser más cuidadosos. Hay que elegir una luchada que sepamos que va a ser buena, donde haya luchadores estilistas, con cuerpos trabajados y técnicas avanzadas. Ayuda también que haya alguien de la familia o conocido en alguno de los equipos, para que tome partido. Para que tenga, desde el primer momento, sensación de pertenencia y viva la victoria del cercano como propia y se emocione con experiencias universales y compartidas en todos los deportes.

Una experiencia personal

Me gustaría aclararles que no escribo esto como una ocurrencia. Sino que la ocurrencia de años atrás la puse en práctica, a distintos niveles, en la temporada actual 2022/2023 en las competiciones de Lanzarote con un resultado realmente interesante. A mí no me importa ir a las luchadas solo, casi lo prefiero, porque suelo quedar casi hipnotizado siguiendo el desarrollo de las agarradas, adivinando ataques y defensas, esperando desenlaces tan espectaculares como clásicos. Pero este año me impuse ir acompañado, meter gente en el terrero que no tenía por costumbre estar allí, aunque algunos la tuvieran antes y otros ni fueron ni pretendieron ir nunca. Alrededor de treinta personas me acompañaron, algunos son ya tan aficionados que acabaron yendo a finales de la temporada a luchadas que yo no pude ir. Y no solo eso, sino que se convirtieron ellos también en prescriptores, llevando a cuatro o cinco personas acompañándoles. La gran mayoría repitió. Todos reconocieron emocionarse. Los que no habían ido nunca se mostraron gratamente sorprendidos con el espectáculo. Y hubo jóvenes, tanto chicas como chicos, cercanos a mí, pero no iniciados en estos gustos míos tan nuestros, que empezaron a ir ya por su cuenta a encuentros.

 

Evidentemente, se trata de una pequeña experiencia. Sin valor científico, pero con indicios suficientes para aventurar que si, en lugar de un experimento mío personal, se promoviera este comportamiento entre todos esos potenciales prescriptores que tenemos por ahí sin darles ni valor ni cancha, otro gallo nos cantaría. Sin ir más lejos, si cada uno de los doscientos o trescientos aficionados que van a cada luchada en Lanzarote hubiese hecho lo mismo que yo, habría pasado por los terreros en esta temporada  entre cuatro mil o nueve mil lanzaroteños que, a su vez, les hubiesen contado su experiencia de esa noche al doble o triple de personas. Se hubiese estado hablando de lucha canaria en espacios en los que hoy se sobrevive sin diferenciar una cadera de un garabato ni un toque por dentro de un traspiés. A ese nivel estamos. Y nuestros prescriptores podrían ayudarnos a revertir esa situación. Se trata de confiar en nuestra gente y en nuestra cultura. Y darles una oportunidad de que estén orgullosos de haberse conocido.

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