Malparidez cósmica en un planeta enfermo
- Alex Salebe Rodríguez
¡Bum! Trece días de conflicto y hostilidades dejan un macabro balance parcial de 7.785 muertos en Gaza, entre ellos, 1.500 menores, y 12.000 heridos, del lado del pueblo palestino, mientras que en el lado de Israel las muertes llegan a 1.400 con más de 4.600 lesionados y 203 rehenes en manos de Hamás. Nadie gana, todos pierden. “Ninguna guerra tiene la honestidad de confesar, yo mato para robar”, decía con razón el escritor Eduardo Galeano.
Y en medio del peor de los acontecimientos en esta sociedad mandatada al parecer por Hannibal Lecter, el propio secretario de Naciones Unidas, António Guterres, tuvo que personarse en una de las entradas de Gaza para suplicar a Israel el paso de decenas de camiones con ayuda humanitaria destinada a una población que sigue soportando bombardeos sin comida, agua, electricidad y ni siquiera medicinas, son 2 millones de personas acorraladas por Israel en un matadero, de las cuales 1,4 millones han tenido que abandonar sus hogares, mientras que el presidente de Estados Unidos exculpa y justifica a Israel con la inacción de la comunidad internacional y la postura quebradiza de la Unión Europea.
Hay excepciones como la sensatez y contundencia de rechazo a las acciones bélicas de cualquier bando por el presidente de Colombia, Gustavo Petro, que se pronuncia en contra de la ocupación del territorio palestino clamando diálogo como camino racional para poner fin a un conflicto de 75 años. Petro ha sido reconocido este año por la revista Time como uno de los líderes más influyentes del mundo y continúa demostrando que es un mandatario internacionalista con sentido de Estado. Y si hay un país que conoce los horrores de una guerra interna con injerencia del exterior en los últimos 50 años, ese es Colombia, como también conoce el diálogo y procesos de paz con supervisión internacional.
Y así como hay sionismo, el movimiento que propuso el establecimiento de un Estado judío en Palestina, como especie de pueblo supremo y elegido con derecho a regresar a una tierra ya habitada, también hay cinismo. La presidenta de la Comunidad de Madrid, la señora Isabel Díaz Ayuso (PP), tuvo la jeta de hablar esta semana de derechos humanos y defender la causa de Israel poniéndose del lado del genocidio cuando esta misma semana la Audiencia Provincial de Madrid ha reabierto una causa que ordena investigarla por las muertes en las residencias de mayores durante la época más dura de la pandemia. Se trata del llamado caso de los ‘protocolos de la vergüenza’ que evitó el traslado de personas mayores a los hospitales en función de su situación física y cognitiva para evitar el colapso de centros sanitarios de referencia.
Los datos contrastados y publicados por el portal periodístico El Salto detallan que 7.291 de los 9.468 ancianos fallecidos durante el covid acogidos en residencias de mayores murieron sin asistencia en hospitales a causa de los protocolos de exclusión sanitaria de la Comunidad de Madrid.
Para seguir hablando de guerra, surrealista esta semana también que el informativo nocturno de Telecinco manipule descaradamente la autoría y consecuencias de los bombardeos de Israel a Gaza y que en la misma emisión reseñen el premio otorgado por el Club Internacional de la Prensa a una de sus periodistas por su trabajo como corresponsal de guerra en Ucrania con declaraciones de la joven reportera que apuntaba que hay que informar siempre “con la verdad”. La cara de horror del presentador era un poema de trágame tierra.
Por otra parte, esta semana siguen llegando a las costas de Canarias cientos y cientos de inmigrantes africanos en embarcaciones apenas preparadas para peligrosas travesías. Me pregunto si alguno de estos políticos o políticas regionales e insulares que lanzan mensajes oportunistas, vacíos de contenido, lleno de lugares comunes y sandeces ha descolgado el teléfono una vez en su vida para llamar, por ejemplo, a la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), que tiene sede en el Archipiélago, para pedir informes o memorias sobre la situación social en los países de origen, rutas y flujos migratorios o los procedimientos utilizados en España para la atención social y jurídica de las personas y evitar la vulneración de sus derechos.
O si esos mismos líderes se han interesado en saber los recursos humanos y técnicos con los que hoy cuenta el ente público empresarial Salvamento Marítimo, que salva vidas en operaciones complicadas de día y noche en mar abierto con condiciones meteorológicas adversas, o si conocen cómo están establecidos los protocolos de coordinación con el servicio marítimo de la Guardia Civil que tiene la misión de la custodia de las costas españolas y el control de la inmigración irregular en este ámbito.
Les propongo que hagamos un ejercicio estos días para escuchar a unos y otros su manida frase: “Es que hacen falta recursos”. Todavía creen que el fondo del problema se soluciona llenando los mares de fragatas y el cielo de aviones y helicópteros mientras la población africana está condenada al hambre y la violencia.
La semanita desinformativa sigue dando mucho. Como si todo esto fuera poco, asistimos, una vez más, al show mediático de la muerte. Vaya espectáculo el que han montado algunos programas españoles de televisión, sí, los mismos que proclaman respeto a la dignidad de las personas, con la muerte de un chico de 18 años que se electrocutó en la parte superior de un vagón de un tren que en el momento del suceso estaba fuera de servicio. Especulaciones van y vienen de lo que hizo antes del accidente y supuestos sobre el itinerario del infortunio para rellenar horas de televisión y convertir el dolor ajeno en producto de venta.
Todo, hedor de una sociedad a la que me resulta difícil encontrar onomatopeya alguna para describir su ruido tan tormentoso como el bum de las bombas, mejor decir que nos encontramos asediados por la malparidez cósmica en un planeta enfermo.