Teatro social
- Alex Salebe Rodríguez
“Esta obra deberían mostrarla a los de Vox”, dijo un espectador en voz alta en la sala al finalizar la función del monólogo ‘Basta de flores’ el pasado jueves en la Casa de la Cultura de Yaiza, y de inmediato otra persona susurró entre el público: “y que cierren la puerta con llave para que no se escape ninguno y la vean toda”.
No es para menos, España contabiliza 52 mujeres asesinadas por violencia machista en lo que va de 2023 y 1.237 desde 2003, cuando se empezaron a recopilar datos, según desvela el Ministerio de Igualdad, no obstante, la derecha ultra se niega a hablar de ella, asegura directamente que la violencia de género no existe y atenúa su discurso tachándola de “violencia intrafamiliar”, pero las estadísticas no mienten y es imposible ocultar las muertes o asegurar que no habrá más.
Me gustó la versión en español del guión original de la creadora Naomi Ackerman magistralmente interpretado en Yaiza por la actriz uruguaya afincada en Tenerife, Adriana Zalma, cara visible de la compañía Teatrapa. Y me gustó por la fuerza poderosa de su monólogo de cincuenta minutos de duración, tremendamente desgarrador, y por la propuesta pedagógica y divulgativa que supone esta obra inspirada en la violencia contra la mujer, y más, en los tiempos que corren.
Se nota que la protagonista tiene bien interiorizado el personaje, son diez años de andar por las tablas con una pequeña maleta, un ramo de flores y una silla, sin más, es la escenografía de ‘Basta de flores’, suficiente para que la actriz, “fogueada” escuchando y percibiendo decenas de experiencias de víctimas reales, desarrolle el monólogo describiendo la relación de poder por el que su marido, desde el noviazgo, la somete a maltratos físicos, verbales y psicológicos hasta llevarla a un episodio de intento de suicidio.
En este caso estamos hablando de una víctima - personaje de teatro, pero en la vida cotidiana hay mujeres que se enfrentan a diario a esta infame espiral violenta. En funciones programadas en colegios, contaba Adriana Zalma, que ha visto salir a jóvenes despavoridos de la sala como señal inequívoca de la vivencia de situaciones parecidas en sus propios hogares o en sus primeras relaciones de pareja.
El monólogo muestra desde el control de amistades del hombre a la mujer hasta su dominación total, pasando por imposiciones relacionadas con su vestuario, maquillaje, actividad y crecimiento profesional, gustos y la pérdida forzada del contacto con su gente, familiares, amigos y allegados.
Es tal la confusión mental del personaje que en un momento de la relación identifica a dos hombres en uno mismo, el que la adula, la complace y por ratos se transforma en modo paz, y el otro, el pesadilla, que la maltrata hasta convertirla en su saco de boxeo. Señales en el teatro y señales en la vida real para denunciar y no callar. El silencio ante las autoridades y el miedo a pedir ayuda profesional son dos hechos recurrentes en los casos de violencia machista.
Para esos jóvenes que salen despavoridos de la sala debe ser muy traumático ver capítulos de sus vidas representados con tantos detalles en una sola pieza de teatro con enfoque social. Para el conjunto del público es una creación escénica que facilita el aprendizaje colectivo partiendo de experiencias humanas, que abre los ojos a una realidad todavía semioculta y que por tanto se convierte en un instrumento de participación ciudadana que propone desde el espíritu crítico y el arte la transformación social.
Y parece mentira que todavía existan partidos políticos que llevan en sus listas electorales a hombres sentenciados por la Justicia por violencia machista y otros que no son capaces de condenar públicamente semejante afrenta, aunque sí que los vemos después en las fachadas de las instituciones públicas guardando un minuto de silencio cada vez que hay una víctima mortal, pero poco interesados en programas socio educativos o de prevención. Todo por el postureo.