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Juego de niños

Y si a mi hijo le llegó al corazón, tal y como lo escribió en el chat familiar cuando esta semana nos envió un vídeo con imágenes de niños del mundo jugando fútbol felices en la calle con lluvia o sol, pues a mí también. Ahí se vio pintado él, y claro, así lo vivimos nosotros, madre y padre, una semana y la otra también, viéndolo patear una pelota en la calle sin cesar hasta la mismísima extenuación.

Las imágenes del vídeo acompañadas de narración: “esta fue la mejor etapa de nuestras vidas”, tal para cual en nuestra bella realidad, recapacitamos ahora, después de echarle unas cuantas broncas por no parar: “Mateo, ya está bien, se hace de noche y hay que hacer deberes…”, pero ni puñetero caso.

“Bajar al calor del asfalto era algo rutinario”, ocho palabras para ahorrar un montón de verborrea y decir lo que quizá pudiera expresarse en un párrafo entero. Y sigue el vídeo: “estabas en la plaza de tu barrio, pero para nosotros era más grande que Wembley”.

Es verdad, allí no habían miles de personas, ni himnos, ni periodistas que complican el deporte con comentarios que no entiende nadie; solo, nada menos, que la familia y amigos viendo a los chicos jugar felices y deseando que se agotaran para descansar, nosotros más que ellos. Eso sí, vigilantes madres y padres de unos y otros al comportamiento de los niños  y pendientes al tráfico de vehículos por la urbanización.

Hoy es más común soltarlos a la calle para que no “molesten” en casa, así tengan cuatro o menos años, y luego llamarlos tan frescos al anochecer para que entren a cenar. Lo que pasó fuera, pasó, y ya está.

A pocos días de cumplir sus veinte añitos, recogí la asistencia de mi hijo, yaicero de nacimiento, como esas que repartía en los campos con el Unión Sur Yaiza en las catorce temporadas ininterrumpidas que jugó, de prebanjamín a juvenil, en el club de su corazón,  un pase, el vídeo, que me cayó al pie, libre de marca y solo frente al portero para visibilizar desde esta humilde tribuna los macabros datos entregados este viernes 1 de diciembre por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) sobre la más terrible consecuencia de la invasión del Estado sionista de Israel a Palestina: el exterminio de 5.300 niñ@s en 48 días “incesantes” de bombardeos a Gaza. Al carajo todos los Derechos de la Infancia. Ante esta tragedia, el juego de los menores, que es un derecho reconocido, es un ‘juego de niños’.

“La Franja de Gaza vuelve a ser el lugar más peligroso del mundo para ser niño”, directamente no se puede ser niño. Y seguramente morirán más niños como consecuencia de más bombardeos,  avisó la directora ejecutiva de UNICEF, Catherine Russell. Estas muertes se produjeron antes de la tregua y las estadísticas no contabilizan menores desaparecidos que pudieran estar sepultados bajo los escombros.

La entidad lanza un mensaje desesperado para que se garantice la protección y asistencia a los menores en medio de la guerra de conformidad al derecho internacional humanitario. No es cuestión de leyes, es de racionalidad. Viendo esto, seguramente muchos de nosotros y nuestros hijos podemos decir que hemos vivido una infancia de locos, así que gracias hijo por apreciar lo que has tenido y disfrutado. La gratitud también es un valor objeto del incesante bombardeo social.

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