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No hay recolección sin siembra (también en política)

Un año después de aquel 28 de mayo (VII)

 

Quien espera a las fechas de recolección para acercarse a la finca obtendrá también el fruto de su trabajo. Entendiendo que el no trabajo será justamente recompensado con el no fruto. Lo mismo suele pasarles a los políticos que obvian la importancia del primer año del mandato o legislatura. El primer año es fundamental, posiblemente es determinante. Más que el último. Aunque es evidente que si usted siembra con esmero pero recolecta con pereza perderá las mejores ocasiones que ofrece el mercado. La política tiene muchas cosas parecidas al mercado: es buena una fuerte competencia, es fundamental la transparencia, el marketing es una herramienta muy útil y se necesita una normativa clara y entes fiscalizadores y reguladores eficaces. Exactamente lo contrario de lo que hay, desgraciadamente.

La mayoría de los políticos gobernantes de esta isla no saben diferenciar los ciclos dentro de un periodo electoral. Y así no le sacan jugo a la actividad política y convierten sus mandatos en una intragable sucesión de monótonas campañas de marketing que se repiten sin ton ni son durante cuatro años alentando un despilfarro vergonzante. Todo periodo electoral tiene dos años restrictivos y dos años expansivos, tanto en lo político como muchas veces en lo económico. Pero especialmente el primer año del periodo es una gracia de los dioses que los políticos siguen sin entender, y sus palmeros les animan a que sigan así porque son ellos los que no pueden estar uno o dos años soportando los rigores que conlleva. El primer año electoral es para planificar, para ejecutar las políticas impopulares pero imprescindibles para equilibrar las balanzas económicas, los déficits de infraestructuras  y compensar los despilfarros del periodo expansivo preelectoral. Tiene la suerte también este primer año que no hay que pasar reválidas, que las elecciones están lejos y que la oposición tampoco le ve demasiado sentido a estar criticándolo todo para que se pierda en el desierto del tiempo.

En el primer año de gobierno, lo bueno y lo malo tiende a diluirse. Lo que se hace impopular, si realmente tenía un sentido reparador, será valorado en los años siguientes. Hay tiempo por delante para que fases más elocuentes hagan olvidar la dureza de las exigencias. Lo que no se afronta el primer año, por sus consecuencias negativas a corto plazo, no se afrontará en el mandato. Superado el ecuador del periodo electoral, los dos años, ya las elecciones están a la vista. Las maquinarias de los partidos se ponen en marcha y ya no hay más objetivo que revalidar mayorías o conquistarlas. Se entra en la ciénaga y hacen faltas muchas luces para no perder comba. Por eso, me parece enormemente absurda la pérdida de tiempo de nuestros gestores públicos.

Perder el primer año, no es perder solo el 25% del tiempo de un mandato. Es perder el 100% del periodo que se tiene para programar, planificar y actuar con la certeza de que no tendrá consecuencias electorales a corto plazo e, incluso, la presión de los contrarios será mucho menor que en otras épocas porque ni están preparados para estas batallas todavía ni le ven demasiado sentido a meterse en las trincheras con tanto tiempo por medio para las evaluaciones finales populares.

Desde ese punto de vista, el primer año electoral en Lanzarote ha sido realmente decepcionante. Los problemas importantes de esta isla, los verdaderos retos, siguen sin programarse ni planificarse. Tanto unos como otros se han tirado al derroche fácil de recuperar fiestas, saboreas, subvenciones y marketing en lo que apunta ser una campaña electoral permanente, de principio a fin de mandato. Un exceso en gastos y un déficit en gestión política que pagaremos muy caro. Y que colabora decididamente en alejar a la gente de la política y su radicalización tirando para los extremos, ante la falta de empatía y el exceso de apatía con la realidad dolorosa de la isla.

La estructura social de Lanzarote se debilita de forma significativa. Se desancha la pobreza, con el consumado empobrecimiento de la clase trabajadora, que se desloma pero que no consigue superar los gastos de subsistencia en una isla con la cesta de la compra y la vivienda por las nubes y los sueldos y los servicios públicos por los suelos. Mientras, los empresarios dicen que no se pueden subir los sueldos porque perderían competitividad, dando por necesaria la pobreza de los trabajadores para sostener un sistema que los hace cada vez más ricos a ellos. Y no solo no aportan sueldos para afrontar los recalentamientos que provocan ellos mismos con sus ambiciones. Si no que, además, son incapaces de participar en el debate social y público más allá de reivindicar sus tratos de favor, privilegios y prebendas.

Desgraciadamente, el empresario y el político no hablan de cómo podemos mejorar las condiciones de esas miles de personas que son imprescindibles para mantener la economía insular o la paz social. No se plantean cómo podemos articular las inversiones públicas, por lo menos, para que esa gente a la que no le pagamos lo que necesita, pueda vivir dignamente de su trabajo. Cuestiones tan elementales como mejorar el transporte público, abaratar el acceso a la vivienda o ayudas  para aminorar el coste de la cesta de la compra. Sin bajan los costes de subsistencia, mejora la calidad de vida sin aumentar los sueldos, sin poner en riesgo la dichosa competitividad. Pero si los responsables públicos y los ricos del lugar solo se ponen de acuerdo para hacer fiestas, y cómo salen reelegidos unos y beneficiados otros en todas las concesiones, licencias y autorizaciones, más que el primer año tendremos la impresión de haber perdido nuestras vidas.

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