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Sabor a pueblo

 

Fui el pasado viernes al emotivo homenaje que rindió Playa Blanca al ‘bacán’ de Tomás Quesada. Playa Blanca ha tenido un crecimiento notable en población y desarrollo urbanístico los últimos treinta años, hasta el punto de convertirse en el núcleo turístico más importante de Lanzarote y de los más apetecidos de Canarias.

El pueblo respira pueblo y se resiste a apartar su pasado y presente marinero, eso se nota en el mantenimiento de la pesca artesanal que continúa nutriendo a bares y restaurantes (la Cofradía de Pescadores tiene actualmente 18 barcos registrados), en las costumbres e identidad de la gente del pueblo de toda la vida, en la práctica del deporte de la vela latina con una flota de cinco barquillos de cinco metros de eslora, en la interacción entre nativos y lo que nos transmiten a personas que hemos llegado de otras latitudes y en la pasión que despiertan sus festividades de la Virgen del Carmen.

Hay gente de un sinfín de países y culturas que convivimos y disfrutamos en la diversidad. No hay que hacer grandes esfuerzos para integrarse. El que no lo hace es porque no quiere o sencillamente prefiere aislarse.

Desde que llegué de Colombia a la Isla de los Volcanes en 2001 no conozco otro lugar de residencia que Playa Blanca, y tanto, que en Canarias y España no he vivido en otro sitio.  Mi mujer y yo somos vecinos de aquí, tenemos buenos y grandes amigos, amigas y familias amigas de aquí, nuestro hijo es de aquí del municipio de Yaiza, así que tenemos un vínculo con el sur de Lanzarote y todo el territorio insular que cada día se estrecha mucho más.

Decía al inicio de esta columna que fui al acto de homenaje a Tomás Quesada, y como diríamos en Barranquilla, Tomás es un ‘man’ tranquilo que hace lo que le gusta y disfruta, dedicado a cultivar la cantera del deporte de la lucha canaria con una trayectoria de más de cuarenta años enseñando en la playa pequeña del pueblo, como terrero natural,  los secretos de la brega de este deporte autóctono de contacto, pero sobre todo inculcando nobles valores que favorecen el crecimiento personal de niños, niñas y jóvenes.

Así lo reconocieron en el homenaje deportistas que pasaron por la Escuela de Lucha Canaria de Playa Blanca, que ven en Tomás la figura de un segundo padre y que ahora incluso tienen a sus hijos a las órdenes de un ‘bacán’, de una buena persona y buen vecino, porque piensa y actúa en función del bienestar colectivo.

Fui a trabajar al acto, pero igualmente hubiera ido sin la carga de la responsabilidad laboral. Con casi 23 años establecido aquí, interesado en la vida del pueblo que nos abrió las puertas sin prevenciones y preocupado en hacer comunidad, en una localidad pequeña de cerca de 11.000 habitantes sin contar turistas, nada que ver con los 2 millones de Barranquilla o los 7 millones de habitantes de Bogotá, ciudades donde viví, es imposible no conocer a Tomás y su familia.

Viví el acto con emoción como lo vivieron las quinientas personas reunidas en la playa del pueblo y el paseo marítimo. Luego me fui a compartir con mi mujer y mi hijo un picoteo con la familia de la lucha canaria de Playa Blanca, sintiéndonos como en casa, como nos sentimos desde que llegamos a este rinconcito del Archipiélago canario.

Estos pasajes de la vida que parecen insignificantes dan el toque de atención sobre la importancia y necesidad de integrarse para disfrutar y ser más felices. En junio pasado, el día 23, estando de vacaciones, y por la diferencia horaria con Colombia de seis horas menos con respecto a Canarias, puse el despertador a las cuatro de la mañana para ver por la tele el partido decisivo de fútbol en el que el Unión Sur Yaiza consiguió el ascenso a Segunda División RFEF derrotando en la tanda de penaltis al Portugalete, club que lleva el nombre de este municipio situado en las proximidades de Bilbao.

Me llevé una tremenda alegría ver cómo el Yaiza, a punto de ser eliminado, consiguió  el gol del empate en la agonía del minuto 98, en las botas de Javi Melián, forzando la prórroga y  resistiendo hasta los penaltis para superar al rival y alcanzar el objetivo en el momento de máximos nervios. Júbilo en el apartamento de mi madre con todos dormidos y júbilo en el estadio donde estaba mi hijo, que junto a un par de amigos y compañeros del US Yaiza, donde jugó catorce temporadas de categoría prebenjamín a juvenil, se metió una paliza de seis horas en bus de Madrid al País Vasco para ver el partido, y con exámenes de la universidad de por medio. Él y yo, en ese momento a miles de kilómetros, pero conectados por el sentimiento verde, es lo que tiene sentirse también ya de otra tierra sin olvidar, por supuesto, nuestro amado Caribe.

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