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El agobio del esprínter en el inicio de una maratón

 Un año después de aquel 28 de mayo (IX)

La política institucional está conformada sobre un gobierno que tiene que gestionar y una oposición que debe fiscalizar. Son dinámicas necesarias para garantizar el funcionamiento de la democracia desde el punto de vista institucional, ético y estético. Sin gobierno, la sociedad no avanza; sin oposición, no sabremos hacia dónde va, ni las opciones que habría en cada decisión, al margen de denunciar los excesos y defectos. No siempre los gobiernos trabajan por objetivos comunes. De hecho, es muy habitual que se parapeten en fines personales, que les garantice, como objetivo último, la permanencia en el poder. Renuncian de forma tan mediocre como denunciable a solventar los problemas reales de los ciudadanos y se entretienen creando nuevas realidades ficticias para esconder sus incumplimientos.

A veces, incluso, arrastran a la oposición a esas “nuevas realidades” garantizándoles a ellos también una posición fácil, remunerada y sostenible donde todos ganan por no hacer lo que tienen encomendado. Es una endiablada teoría de juegos donde todos ellos ganan a cambio de que todos los demás perdamos. Efectivamente, se trata de una autocracia a la que se llega a través de unas elecciones para acomodarse en un sistema corrupto.

Todos los partidos concurren a las elecciones con la ilusión de gobernar. De transformar la sociedad de acuerdo con sus ideales. O, por lo menos, de transformarse ellos con los caudales de la sociedad. Es como una carrera en la que nadie corre para quedar segundo o último. Pero sabemos que, necesariamente, habrá un primero y un último, y todos los números intermedios. Lo único que desconocemos es quiénes estarán en uno u otro puesto. Además, las batallas se plantean en una campaña electoral, en un periodo de unos meses frente a un mandato de cuatro años.

Las campañas son para esprínter, para candidatos que en poco tiempo suben y suben, pegan duro y aguantan el tipo escondiendo los defectos y alumbrando las virtudes. Un buen marketing, una prensa amiga, una buena compañía y todo se pone bonito. Para todos. Pero la oposición es otra cosa. Se llega ahí, después de una derrota. Mucho peor si se cae en ella después de cuatro años de gobierno, donde la derrota conlleva tintes de culpabilidad, de desazón, de pérdida de privilegios y escarnio público y de los propios compañeros. La caída desde lo más alto de la montaña al fondo del barranco convierte en una ensoñación la vuelta al pico. Es un objetivo que se vuelve imposible hasta dentro de cuatro años.

Desde esa posición se afronta la oposición. El primer año es demoledor. Tienes el cuerpo molido todavía del palo electoral. Y las heridas sangran sin contención cuándo ves a los nuevos gobernantes repartirse las que fueron tus propiedades y reino con saña. Se suben los sueldos, enchufan a todo dios, siempre que sean de su creencia, y reparten los dineros públicos como si no fueran de nadie, en busca de su permanencia. Posiblemente lo estén haciendo igualito que lo hiciste tú, pero ahora esa miel te quema los labios. Puedes estallar, puedes empezar a dar palos a diestro y siniestro, pero descubrirás en unos meses que la maquinaria institucional ataca por todos los frentes de forma descomunal. Que el monstruo es imparable a corto plazo. Que tienes que asentarte, parar y enfocar la carrera como una maratón.

 El primer año en el gobierno es fundamental. En la oposición, es el infierno. Todo lo nuevo para unos es bueno, sin exigencias, solo la responsabilidad y la visión política les hará trabajar para aprovechar que el rival está vencido. Para los otros, todo lo nuevo es malo. Sus críticas son entendidas como fruto de la rabia por la derrota, demasiado precipitadas o pisoteadas por la nueva apisonadora que gobierna. Toca prepararse, trabajar en silencio, armarse y dejar que también el rival se vaya quemando, que sus promesas incumplidas vayan aflorando a sus primeros críticos, provocando sus primeras deserciones. Si no es así, no  hay nada que hacer.

En este primer año de gobierno en Lanzarote, las oposiciones de los siete ayuntamientos y el Cabildo han estado flojitas. Como toca. Pero unas han cogido cuerpo, son conscientes de la realidad y preparan su maratón. Otras, simplemente, están esperando el relevo que, seguramente, se dará ya cuando toque esprintar. Pero tampoco en las carreras de relevos se puede dejar todo el trabajo para el último velocista. Se suele dejar al mejor para el último tramo, pero si los demás no producen desgaste suficiente en las cuadrillas rivales, no habrá nada que hacer.

En este sentido, la oposición del PSOE en Arrecife ha preferido mostrar su rabia contra el grupo de gobierno que programar su asalto al poder con más sentido común. En cambio, el mismo PSOE en Teguise golpea con tiento al grupo de gobierno, buscando los puntos vitales y sin agotarse ni quemarse en exceso. Paradójicamente, tanto en Arrecife como en Teguise, fueron el partido más votado, llevándose la peor parte CC de esa subida. Pero, en un lado, Marcos Bergaz sigue buscando su alcaldía con cabeza mientras que en Arrecife la bicefalia José Alfredo Mendoza y Cristina Duque crean más estridencias que daño en el gobierno.

En el Cabildo, solo Óscar Noda intenta marcar su línea de oposición. El PSOE sigue abriendo debates insulsos mientras la  isla reclama exigencias valientes. Falta liderazgo, ideas y cambios. Son los únicos que pueden crear un proyecto creíble que venza a un grupo de gobierno encantado de conocerse y subido al euro y al despilfarro. Pero, por el momento, sigue llorando su derrota y pegando sin tino ni concierto. En el resto, poca cosa. Si acaso Haría, que ya turna su oposición en el primer año. Los de la PMH ya son gobierno y los de Compromiso por Haría, oposición. Allí los relevos son frecuentes, aunque hemos visto que tampoco han ayudado a que el municipio vaya mejor en los últimos años. Más bien, todo lo contrario. Es lo que suele pasar cuando nos creemos que la cosa se trata de estar en el gobierno y no en hacer, en cada momento, lo que nos toca con honestidad.

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