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En modo poesía

 

Después de una amena charla y beber un buen café colombiano con el profesor y escritor Juan Trillos Pacheco, estudioso de las humanidades y la literatura, pero ante todo compañero de la facultad de Periodismo de la Universidad Autónoma del Caribe, le pedí a Juancho, para los amigos, que me acompañara a la Librería Nacional de Barranquilla a comprar el poemario ‘Para navegar corazón adentro’ de Harold Ballesteros Valencia, otro colega, aunque no de aulas, sí de inquietudes culturales con quien Juancho y yo hemos compartido muchas experiencias profesionales en la producción audiovisual, especialmente  en documentales culturales, al lado de un gran maestro, el fallecido cineasta Hugo González Montalvo. Harold, oriundo del Pacífico colombiano, y Hugo, Juancho y yo, del Caribe, aunque el poeta es hijo adoptivo de este último.  

Tenía varios motivos de peso para interesarme por el libro, cuya lectura reservé para este mes de agosto en Lanzarote. Aparte del aprecio personal que le tengo al autor, del que conozco gran parte de su trayectoria y buena pluma, y no son gratuitos los reconocimientos a su creación literaria y la inclusión de sus obras en antologías poéticas de recorrido nacional e internacional, resulta además que el libro está prologado por el laureado escritor colombiano William Ospina, ensayista, poeta y novelista, que no va a arriesgar su firma en una obra de dudosa calidad creativa. Y como si fuera poco, el sello que lo respalda y publica, Caimán Editores, fue creado y es dirigido por  nuestro amigo en común Juan Trillos, trabajo titánico tal y como están los costes de la industria editorial y los bajos índices de lectura.

El poemario me huele a urbe y pueblo a la vez, a gente de a pie,  con un intenso olor a tradición marinera, por eso quizá disfrute más de su lectura en el ambiente “asalitrao” de la bella localidad lanzaroteña de Playa Blanca, mi lugar de residencia, pegada al mar o a la mar, ambos géneros válidos para describir la inmensidad azul, como lo hace el autor  en algunos de sus versos.

También me suena a música, y tanto, que Harold Ballesteros escribe una serie de tres poemas titulada Variaciones, donde plantea una idea de varias formas manteniendo la esencia temática, como cuando el intérprete de un instrumento exhibe su virtuosismo en varias expresiones compositivas. Se nota la educación musical del autor que no en vano era el responsable de musicalizar dramatizados y documentales que producimos con Grupo Taller Cine. Fueron muchos los pateos que me pegué con Harold investigando temas para la producción de documentales televisivos.

Hablando de otro sentido, la imagen de portada del libro me evocó a primera vista el muelle de Puerto Colombia, a escasos 20 minutos de Barranquilla, el principal punto de entrada de pasaje y mercancías  de Colombia hasta la primera mitad del siglo XX, una instalación marítima con línea de ferrocarril clave en el desarrollo económico y social del Caribe y el país. 

‘Viejo muelle de mi puerto’ es el título del documental histórico de dos capítulos que hicimos a principios de los noventa con Grupo Taller Cine. Allí contamos con el maestro Rafael Campo Miranda, compositor fallecido en Barranquilla el pasado mes de junio a los 105 años edad, que cantó en el propio muelle abandonado, entonces ya se caía a pedazos ante la desidia gubernamental, su legendaria letra ‘Lamento naufrago’: “viejo muelle de mi puerto triste atracadero de pasiones náufragas del mar…”, como el lamento del poeta que escribe que “los recuerdos se hicieron a la mar y el mar no tiene compasión de los náufragos”.

‘Para navegar corazón adentro’ también me sabe a gratitud. En el libro están plasmadas sentidas letras de homenaje póstumo a familiares del autor y personajes públicos como la currante, distinguida y punzante periodista barranquillera Lola Salcedo y otra figura cultural destacada en el Caribe como lo fue el crítico literario Carlos J. María. Por la universalidad de la obra, cualquier persona que lea es capaz de entender y sentir los versos sin tener referencia alguna de los homenajeados.

La poesía asimismo tiene el tacto para darnos los necesarios baños de realidad en una sociedad excesivamente narcisista como la actual. Los jóvenes atenienses iban al gimnasio para estar fuertes y defender su ciudad, “hoy fui al gimnasio, los jóvenes se exhibían como clásicos guerreros, unos a otros se miraban fijamente. No me costó entender que se estaba librando una guerra en el espejo”.

Y así me devoré en un santiamén, y cogí el gusto, a las ochenta y seis páginas de amor, vivencias, recuerdos y emociones en una experiencia apacible de corazón adentro, desoyendo distracciones.

Para reivindicar, rememorar, expresar sentimientos, reflexionar, hacer crítica y echar otras tantas miradas, bien merece ponerse en modo poesía, como escritor (a), para las personas que tienen esa capacidad y talento, y como lector, para quienes disfrutamos de la creación literaria.

Lástima que un cipote aguacero en Barranquilla truncó el encuentro que tenía previsto con el poeta Harold Ballesteros. Ambos esperamos, eso sí, que podamos celebrarlo pronto después de más de veinte años sin conversar personalmente. Del libro me permito transcribir ‘El Guardagujas’: “La linterna se cansó de apuñalar las tinieblas; Los trenes se han abandonado a sus tendidos sueños de raíles; El anciano aún espera.

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