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Mr. Bulo

 

No tiene nombre, ya muchos se encargan de regalarle el suyo, tampoco documento nacional de identidad, otros tantos se sienten orgullosos cuando adoptan su filiación, pero en cualquier caso el bulo es hoy el amo y señor de la (des)información, principalmente en las redes sociales, donde sigue siendo exiguo el control por parte de los dueños o responsables de las plataformas y ridículo el castigo para quienes vierten mentiras, siembran odio, denigran de la ciencia y hasta  intentan desestabilizar gobiernos.

Elon Musk, el multimillonario dueño de X, y de Tesla,  que se hizo con el control de la antigua Twitter desde 2022, se caracteriza por compartir informaciones falsas. El “bueno” de Elon, después de sus rifirrafes con Trump, pone ahora toda la carne en el asador para ayudar a su regreso a la Casa Blanca.

Mr. Bulo también manda en la agenda de grandes medios de comunicación, infestados de noticias falsas, medias verdades y manipulaciones para propagar información interesada que interesa a sus “clientes”. Hay partidos de derecha y derecha ultra con quienes pudiéramos hacer un máster en bulos o políticos deleznables fanáticos de la animadversión al ser humano, que si hace falta inventarse historias, por ejemplo, para cagarse en los inmigrantes, pues se inventan y pa’ lante que aquí no pasa nada.

El alcalde de la ciudad de Badalona (Cataluña), Xavier García Albiol (PP), doctorado en xenofobia ante el silencio cómplice de su partido, que luego en campaña electoral sale a pedir votos a los españoles de nacimiento y de adopción, narró esta semana en la red social X que había visto a diez marroquíes, “todos con una bolsa de una entidad social”, en un ferry que viajaba de Ibiza a Barcelona, y sin el menor escrúpulo agrega que “cuando lleguen a Barcelona se repartirán por las ciudades del entorno, entre ellas supongo que Badalona. Lo que ocurra después, con casi toda seguridad, la mayoría ya lo sabemos. Esto acabará como Francia antes que después. Al tiempo”.

Y así como hay un largo historial de tuits racistas, hay cantidad infumable de noticias sin evidencias que se utilizan como herramienta de poder o confusión para pescar en río revuelto. Al hilo de una charla con un amigo sobre el tema que me ocupa en estas líneas, recibí  una reflexión de la destacada historiadora y filósofa alemana, Hannah Arendt, que argumentó sobre lo que llama “banalidad del mal”: un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira, no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras”.

A raíz de esta cita me interesé en un reportaje firmado por Luis H. Rodríguez sobre el pensamiento de Arendt, publicado en el portal español Newtral.es, del que me llamó la atención el concepto de “incapacidad de juicio”. La pensadora alemana distingue tres grupos: “los nihislitas, que con la creencia de que no hay valores absolutos se sitúan en las esferas de poder; los dogmáticos, que se aferran a una postura heredada; y los ‘ciudadanos normales’, similar al hombre - masa que estableció Ortega y Gasset, el grupo mayoritario que asume las costumbres de su sociedad como ‘buenas’ de una manera acrítica”. Nos podemos acostumbrar a que el horror ya no nos parece tan malo.

Los bulos siguen navegando, invadiendo cerebros, mientras triunfa la impunidad, entre tanto, o buscamos medios alternativos de información y leemos a tope para tener criterio y capacidad de juicio, o estamos condenados a la dictadura de la desinformación.

También contamos con el arte que nunca ha sido ajeno a la reflexión y a mostrarnos otra cara de la moneda aunque la ignorancia  de muchos políticos sigue despreciando, ¿deliberadamente?, la capacidad de poder cuestionar a través de la expresión creativa. El arte provoca pensar y eso no interesa, no interesa elevar la calidad del pensamiento ni de análisis ni de síntesis, así que a tragar mentiras, como se dice en el lenguaje coloquial, a comerlas con papas. Allí está el bulo, la nueva y potente herramienta de la cultura dominante.

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