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Contradicciones, fervores y mentiras

 

 

No hay nada más sonoro que un patio de recreo. Un montón de niños y niñas de distintas edades y procedencias raciales, culturales y económicas interactúan entre ellos produciendo un sonido inequívocamente propio, como si se tratara de una orquesta completamente afinada. No se oye ni se ve lo que hacen los distintos corros, solo se oye ese sonido inconfundible que sobrepasa los muros altos del colegio e inunda las aceras próximas de la mejor muestra de paz que existe. Disfruto mucho de esa sensación cuando abandono la calle Libertad, en el centro de Tías, y me acerco al CEIP “Alcalde Rafael Cedrés” por la calle Igualdad para girar a la  izquierda a la Fraternidad. Envuelto en los principios de la Revolución francesa rotulados en la pared y atrapado por el divertimento de la chiquillería, intento pensar sobre el futuro de esos miles de niños africanos que viven ajenos a su normalidad.

Desde enero, todos sabíamos que los meses de septiembre y octubre serían tiempos propicios para que se acentuara la entrada de inmigrantes. Todos hemos visto como este 2024 ha sido un año especialmente activo, a pesar de las desgracias que conllevan adentrarse en un océano abierto con embarcaciones precarias recargadas de personas que quieren hacer realidad sus sueños.

Quizás sea la diferencia mayor que nos separa del resto de los seres vivos. Nuestra capacidad de soñar.  Y nuestra entrega total en su consecución. Son sueños básicos: poder comer, vivir en paz, desarrollarse como personas y cosas así que parecen tan nimias cuando se tienen pero que son imprescindibles. Y quienes tienen la responsabilidad de gestionar las desgracias comunes, de evitar el colapso, se han dedicado, en este precioso tiempo de meses, a discutir si son galgos o podencos, poniendo en riesgo las vidas y sueños de miles de personas. Todos culpan al otro; y el otro los culpa a todos. Han utilizado, sin el más mínimo pudor, la desgracia y sueños de los desheredados de este mundo para alimentar sus expectativas electorales, dando rienda suelta a las peores bazofias y agrandando los miedos de los temerosos.

Dicen que tienen miedo a que vuelva la extrema derecha. Y lo único que se les ocurre es apropiarse de sus “no valores”: se han convertido en ellos. Porque, en realidad, lo único que les molesta es que los sustituyan a ellos, no que hagan un mundo peor para todos.

Todos los políticos se han puesto a hacer ruido al mismo tiempo. Han hecho sus propios corros. Como si fueran un patio de recreo. Pero aquí no se consigue una composición celestial. Aquí no suena a paz. Huele a guerra, rememora los tambores ensangrentados  del periodo de entreguerras europeo.

El problema inmigratorio es inmenso, global, estructural en la concepción del mundo. Es un drama lleno de muertes, trata de blancas, abusos y miseria. Pero, a nosotros, apenas nos perjudica en nuestro vivir diario. En esta isla, sentimos emocionalmente el sufrimiento de estas personas, de estos soñadores que entregan su vida a cambio de hacerlos realidad. Nos entristece y nos posicionamos a favor de que se solucione de la mejor manera posible. Pero no debemos admitir que nuestros políticos quieran tapar, con el sufrimiento ajeno, su inoperancia y su incapacidad para resolver los verdaderos problemas que nos atenazan diariamente. Ninguno de los problemas reales que sufren los lanzaroteños en su día a día tiene que ver con los inmigrantes ilegales. Ellos no nos han dejado sin agua, ellos no aparcan nuestros aerogeneradores durante más de un año en el Muelle, ellos no se gastan nuestro dinero público en babiecadas efímeras mientras no se atienden nuestras necesidades básicas. Son los políticos los que evitan que podamos tener un transporte público eficaz, una administración eficiente o una isla sostenible.

No busquemos respuesta a nuestros problemas mirando a Puerto de Naos. Los culpables de nuestros problemas en esta isla no esperan a que les pongan una manta de Cruz Roja y le den calor: no, estos, mientras por la mañana despotrican y hablan de colapso, al mediodía están sentados en los mejores restaurantes de la isla, tirando de tarjeta pública, y muertos de la risa de lo bien que hablaron por la mañana. Y los problemas siguen un poquito peor que ayer. Pero ya han vuelto a hacer campaña: los culpables son los inmigrantes, el gobierno de  España, la Unión Europea.

 Y el gran problema es que aquellos que ven que cada día viven peor, que abren el grifo y no sale agua, que van a la parada y no pasa guagua, que le pagan un peor sueldo, que le suben cada vez más el alquiler, se ponen a despotricar de esos pobres chicos que faltan en los corros del colegio. Como si nuestros políticos se estuvieran gastando nuestro dinero público en mantenerlos y no en saboreas, fiestas a todo tren, sueldazos  y dietas para todos ellos. Cuando se emborrachan, seguro que piensan que el problema de la inmigración les ha caído del cielo. Ahora, ya tienen el chivo expiatorio para escurrir el bulto de sus incapacidades. El que grite más fuerte será el nuevo elegido. Lo de menos es gestionar.

Me encanta pasear por las calles Libertad, Igualdad, Fraternidad mientras oigo a la chiquillería entonar su felicidad inocente. Me da mucha paz. En cambio, los pueriles comportamientos de estos corros políticos sin ideas me producen una enorme tristeza. Se escudan en lo peor de la sociedad, se alimentan de oscuros pasajes de la historia, solo para mantenerse en el poder que no saben gestionar en pro de sus conciudadanos. ¿Pero cómo les van a interesar el sufrimiento y  los anhelos de los inmigrantes recién llegados si les importan un bledo los de la comunidad en la que se han criado y de la que deberían formar parte?

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