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¿Tú te crees el salvador de la isla?

 

Quien me conoce lo sabe. Y lo llevo bien. Soy polemista por naturaleza. Y por eso no soporto a la gente falsa, como ese adulón que se te aposenta en el trasero y te deja las hemorroides como los chorros del oro. Y tampoco sé disimularlo. Me saca de quicio esa gente que sabes que te pone por los cielos en tu presencia con tanto fervor y pasión como te pone a caer de un burro en tus ausencias. De esos, hay un montón. Podría dar una lista muy larga donde destacarían compañeros de profesión y correrías. Precisamente por eso valoro más a los que me cuestionan con sinceridad. No el tocapelotas que provoca situaciones desagradables por divertimento ni el envidioso que quiere convertir tus victorias en fracasos porque no soporta tu éxito. No, hablo del que no te deja que te crezcas en lo que él considera una ensoñación tuya. Y acepta pleitear contigo. Y está dispuesto, al final, a darte la razón. Aunque lo importante es que ya te ha dado la oportunidad de conocer su opinión, de poder rebatírsela y de poder singularizarle, para sus dudas, tu planteamiento.

Me pasó hace unos días con un amigo y compañero. Me decía que no entendía mi posicionamiento crítico, abiertamente crítico, con muchos de los políticos actuales. Que estaba yo perdiendo oportunidades por no dejarme querer y seguirle el juego, como otros, a los gobernantes. Que este juego se trata de eso. De hablar bien del que gobierna y hacer caja. Que no hay nada más.

“¿O es que acaso te consideras tú el salvador de la isla?”, me preguntó de forma retórica. Y siguió: “No se consigue nada así, y además vas a dejar que otros se hinchen cuestionando lo que tú dices. Hay una cola de mercenarios que luchan como pirañas por acceder a ese núcleo de la paga de legionario”. Al principio me sorprendió su tono, entre irónico y barriobajero, alejado de su siempre encanto personal. Pero le agradecí sin palabras que me evidenciara la imagen que se tiene de esta profesión, que diera por normal que no se tiene que contar la verdad, que no se tiene que ser crítico con el poder, que la honestidad no calienta la olla (sin p).

Me vino a la cabeza la imagen de mi mujer yendo a pasar consulta en silla de ruedas porque la lumbalgia no la dejaba moverse. ¿Se creía acaso que iba a salvar ella sola el mundo o simplemente creía que tenía que cumplir con su obligación de sanar a sus pacientes? Me vino a la mente el recuerdo de mi amigo abogado aceptando un pleito de un vecino común que el rico del pueblo quería dejar sin finca en una batalla desigual. ¿Tendría que haberse doblegado ante el abusón o simplemente cumplir con  su obligación de asistir honradamente a un cliente? El carnicero sabe que la carne de gato es más barata que la de liebre. ¿Tendría que vender gato por liebre para ganar más dinero o cumplir con su obligación de carnicero y surtir de carne buena a sus clientes? Y si eso queremos que sea así cuando vamos al médico, cuando contratamos un abogado o compramos carne, ¿Por qué no vale para los periodistas? ¿Por qué se da por descontado que hay que tragar con las imposiciones del poder y repetir prácticas envenenadas de compañeros corruptos?

Evidentemente, no soy el salvador de Lanzarote. Pero sí quiero colaborar, desde mi modesta posición, y con mi opinión, a resolver los problemas comunes que tenemos en esta isla. Y, por supuesto, creo que puedo vivir cómodamente, de mis muchas horas de trabajo sin necesidad de ser cómplice de la extensa corruptela que pudre servicios y estructuras públicas de esta isla. Hablar o escribir a favor de unos desalmados que se meten a políticos pagados por otros desalmados que se metieron a empresarios y pagan a otros desalmados que dicen opinar libremente lo que les manda el patrón. Son muy libres de hacerlo, pero yo reivindico mi libertad para denunciarlo a viva voz. Simplemente eso.

Un imbécil, convencido de que el sueldo exige que renuncies a los principios de la profesión que ejerces, me dijo que si quería cambiar algo que me metiera a político, que hiciera un partido. Hasta ese momento, estaba convencido que era un periodista imbécil. A partir de ese momento, me di cuenta que solo era un imbécil. Alguien que delante de su jefe, minutos después de que le marcara en su cartilla qué tenía que decir hoy, se atreve a aceptar que en esta profesión hay que tragar y tragar y nada más, es que espera una subida de sueldo exclusivamente por seguidismo rastrero. Y seguro que lo tendrá. Y seguirá siendo imbécil. Un perfecto imbécil, pero no un periodista, ni una persona honesta. En resumen, un mal bicho.

Por eso me encantan las personas que se muestran sinceras y aprovechan la amistad  para decirte con honestidad qué piensan. A las que le dan miedo tus guerras pero que se alegran de tus victorias y lloran tus derrotas. Para las hemorroides sigo prefiriendo cremita farmacológica. Y no es por salvar a nadie, sino por hacer mi trabajo en pro de una sociedad mejor. A mi manera, con honestidad, de acuerdo con mis medios. Es lo que pido a los demás, es lo que doy.

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