Valencia nos adelanta la indignación que está por llegar
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
En esta sociedad de mercado todo tiene un precio. A veces se paga por adelantado; otras, en el momento; la mayoría, a posteriori. La dejadez política no está exenta de este peaje. Tampoco el tomarse la gestión pública como un regalo divino. Los señoritos que se creen dioses desde que tocan el poder, los mismos que se olvidan de sus obligaciones para convertir sus derechos en privilegios conocerán también la ira cuando los ciudadanos sean presa de la catástrofe. O la decepción, que no pocas veces es más dañina que las riadas.
Todos somos conscientes de que se está haciendo mal, pero creemos que no será para tanto, que, al fin y al cabo, no dejan de ser unos chiquillajes jugando al monopoli con nuestros impuestos y derechos. Ellos, claro, creen ser la banca. Y, ya saben, la banca siempre gana. Y así están. Pero los indignados de Valencia nos son gente distinta a nosotros, a nuestra gente de Lanzarote. Al margen de si había o no aceleradores ultras del malestar social, cuando la frustración estalla ante la barbarie catastrófica, no hay quien la pare.
Valencia es en sí la imagen dantesca de los efectos de una naturaleza rabiosa, acelerada también por el cambio climático, del que se habla mucho pero se hace bien poco. Pero también es un adelanto de lo que puede pasar ante la sensación de abandono y ninguneo de la población. ¿Se imaginan ustedes desgracia parecida en Lanzarote y llegando al lugar el presidente del Cabildo, repartiendo tiques para consumición en el próximo saborea? Sabemos que nuestros políticos no afrontan un problema real desde hace años. Sin ir más lejos, llevamos medio siglo viendo como la capital de Lanzarote se inunda cada vez que caen cuatro gotas. Cuanto más crece la ciudad, más se inunda aunque llueva menos. Pero sigue sin ser una prioridad. ¿Se imaginan qué pasará si llueve un poquito más de lo habitual? ¡Por favor, no piensen en doscientos o trescientos litros por metro cuadrado! En ese caso, solo nos afectará la escasez de nichos.
Mientras las cosas van bien, todos miramos para otro lado. Mientras las cosas van bien, las limosnas, festejos y actividades varias son suficientes para que miremos para otro lado. Incluso, nos sumamos a la fiesta por una subvención medio merecida o regalada. Pero cuando surja la desgracia, cuando ya no podamos acarrear con la carga de nuestra propia existencia, y la de nuestra familia, saltaremos. Como si se tratara de un resorte, todo el cúmulo de recuerdos del despilfarro acumulados en nuestro cerebro se convertirá en ira. Y el señorito que se contonea a nuestro lado con su ego superlativo y sus dotes de mando, enriquecido en el albor de la corruptela, será el primer objetivo. No les quepa la menor duda. Los más beneficiados, hundidos en la miseria, serán los primeros en señalarle. Serán los primeros en tumbarles, en embarrarles, en hundirles en la ciénaga.
En Lanzarote, hay un caldo de cultivo muy cojonudo para que se dé. Las maniobras de corruptela, la explotación sin sentido, el abandono de servicios básicos como el agua, el saneamiento y el transporte público. La llegada continua de nueva población que encuentra peores condiciones de vida. Y los que viven como reyes, la contradicción necesaria. Y ya han visto como se trata a los reyes de verdad cuando el pueblo comienza a desangrarse a borbotones. Contra los reyes de cartón piedra será más fácil. Y no tendrán tantos guardaespaldas.
Quien no aprende en cabeza ajena, tendrá que recibir los mismos golpes en la suya. Avisados están y tiempo tienen para aprender. Si no, que cada palo aguante su vela.