PUBLICIDAD

Desequilibrar al contrario con la ayuda de un instructor experto

 

Me duelen los ojos en muchas ocasiones cuando visito un terrero. En algunas, menos, pero también, me llega a doler el corazón. Y casi siempre me apena ver cómo la lucha canaria pierde en complejidad técnica, versatilidad, destreza e imaginación para caer en la reiteración de las mismas técnicas, de los mismos malos modos, del imperio de no caer frente al original de este deporte de ir a tirar al contrario. Precisamente ahí, en la caída, radica una de las características fundamentales: se da por vencido aquel que apoya en el suelo cualquier parte del cuerpo que no sea la planta de los pies. No se sigue luchando en el suelo, como sí hacen en otras muchas luchas también históricas. Entonces, la esencia de la lucha canaria es hacer perder el equilibrio al otro, sin hacer llaves, sin dar golpes, sin poner posiciones que causen dolor o daño al contrario. Lo que se exige en un deporte donde la nobleza pasa de la categoría protocolaria a convertirse en parte del andamiaje normativo.

La lucha canaria es, esencialmente, desequilibrar al contrario. Por eso, a los niños no se les debería empezar a enseñar técnicas cerradas, “así se hace el garabato, así se responde a una cogida de muslo, esto es una posición defensiva”. Desde mi punto de vista, al niño se le debería enseñar a agarrar y decirle qué no se puede hacer y que jueguen a derribarse. Que desarrollen la imaginación, que vean qué pasa cuando hacen una cosa u otra y que después se acerquen al amplio repertorio técnico de las diferentes mañas y sus variantes con sus respectivas defensas y contras.

Desgraciadamente, muchos entrenadores y mandadores actuales, algunos de ellos luchadores mediocres, cuando no conocidos tramposos, les transmiten a los niños sus propios defectos. En algunos casos, sus propias técnicas, de un desarrollo tan limitado como su propia experiencia. Seguramente, lo hagan con la mejor de sus voluntades, están convencidos que él éxito está en no caer, aunque se consiga a través de comportamientos antirreglamentarios difícilmente detectables por los árbitros, presionados siempre por la afición casera, pero destruyen con esas maneras la esencia de la lucha: derribar al contrario. Todo lo que no sea caer, desequilibrar al contrario, corresponde a la parte artificiosa de la lucha canaria, aquella que se ha impuesto por las prisas de hoy, por las exigencias de las retransmisiones y porque, ante la falta de arte, cuanto más corto, mejor.

Mientras, el espectáculo está centrado en luchadores que ganan sin finalizar las agarradas con las obligatorias caídas. Las sillas están mandadas por hombres que felicitan a sus luchadores cuando consiguen separarse, eliminar al otro por faltas provocadas por él o les gritan que no saquen una mano en pleno fragor de la batalla. Y creen que por hacer esto son genios, que son los únicos que saben de lucha canaria, la que confunden con una partida de cartas. Es gracioso que personas que no han prestado el más mínimo interés por conocer la dimensión cultural ni histórica de la lucha canaria, que desconocen a los grandes padres de este deporte, y la evolución de la misma, se crean genios. Aunque no deja de ser un elemento más adherido a la insuperable ignorancia como patrón o guía. Evidentemente, no todos entran en esta definición, pero sí hay una línea, con mayor o menor acierto, que pone en peligro la conservación de la riqueza técnica de este deporte. Y, a veces, hasta la propia nobleza, educación y respeto que deben imperar en nuestro deporte.

Mientras eso pasa, vemos que grandes luchadores, enormes estilistas, creadores de técnicas y defensores del luchar a toque pito o de que la agarrada sea una suerte de ataques, defensas y contras permanente envejecen en el olvido. Hay un patrimonio cultural y deportivo que mengua todos los días. Al morir, muchos luchadores se llevan consigo esa parte de la historia técnica que ellos escribieron en los terreros. A algunos le hacen homenajes, les invitan a alguna gala o les piropean desde la distancia o en los sepelios con artículos floridos. Pero se les deja de lado. Evidentemente, la gran mayoría no quiere ser entrenadores y mandadores, no pueden con el agobio de la competición. Por eso, hay que agradecerles a los que están su presencia, aunque adolezcan de virtudes que consideramos necesarias. Pero habría que encauzar ese talento, que no se vaya con el luchador cuando este fallece sino que se mantenga en el circuito de la lucha canaria. Es parte de nuestro patrimonio deportivo y cultural.

Hoy muchos luchadores tienen instructores personales en los gimnasios. Van a los gimnasios, sudan como burros, levantan kilos y mueven pesas y cuerdas para ganar potencia. Está bien que lo hagan. Pero no basta. Igual que el que quiere ser un buen médico tiene que ir a una facultad y estudiar todos los días los protocolos médicos, el que quiere ser un buen luchador tiene que, además de estar en forma física, hacer pantalón, combatir diariamente y estudiar las técnicas.

Es en ese campo, donde cabe el instructor de lucha canaria. El hombre que sabe, que tiene algo que enseñar a un luchador, pero que no quiere participar en la complejidad de la organización deportiva ni sostener la carga de un equipo. Se limita a darle consejos a su luchador, a seguirle en los entrenamientos, a ayudarle a analizar los rivales, en valorar sus caídas y en llenar su caja de herramientas técnicas con nuevas mañas, variantes o posiciones que puedan favorecer su triunfo verdadero: llevar a la arena a su contrario. Enseñarles a huir del miedo a caer, de romperles el estigma que caer es peor que eliminarse amarradito al otro como al palo largo de una goleta.

Me encantaría volver a ver en los terreros de mi isla las cogidas de muslo de José Domingo de León “El Moña”, las cogidas de muslo rematadas con garabato o traspiés de Juan Jesús Hernández, los espectaculares sacones de Ángel García, o sus formas de quitarse los garabatos y pardeleras con la mano,  las contras de Ramón González, la agilidad y riqueza técnica de Ismael Brito y Arcadio Tejera, y otros muchos que salían al terrero a tirar al contrario, desplegando técnicas como Sixto Rodríguez o Mario Perdomo  y su potente toque p´tras o levantadas como el propio José Hernández. Practicaban sus técnicas durante toda la semana y salían al terrero a lucirse, a impresionar con sus mañas y no a ganar las luchas separándose. Entre otras cosas porque, en aquella época, si te separabas con un luchador que te era encontrado, no quedabas eliminado, sino que ambos seguían por otra silla y si llegaban vivos ambos al final de la luchada y no quedaban más luchadores, se enfrentaban entre sí en una agarrada de un minuto. Lo tenían más difícil los marrulleros, los reyes del espectáculo de hoy.

Estoy convencido que la figura del instructor personal de lucha canaria podría ser una aportación enorme para el espectáculo. Además, sería darle un protagonismo merecido, donde realmente son genios, a todos esos grandes luchadores que viven alejados de los terreros, en cierta medida porque no les gusta nada lo que ven ahora allí.

Es, como siempre, una idea personal. De alguien que lleva más de 50 años disfrutando de la lucha canaria en toda su dimensión. Y que disfruto igual viéndola en un terrero, que leyendo libros, artículos o recortes de prensa que pueblan mi biblioteca y archivo personales. Hay que crear comunidad y para eso son fundamentales nuestros viejos luchadores, los artistas de ayer y de siempre. Si yo fuera luchador, me pondría un instructor de estas características. Y si hubiese sido un gran luchador, que no es el caso, me prestaría encantado a transmitir a mi comunidad, la que me dio el reconocimiento social que tuve, mis conocimientos y experiencias.

No hay nada más bonito que el agradecimiento que se tiene entre un pupilo y un profesor. No hay que perder la oportunidad de disfrutar de esa experiencia. Como tampoco hay que renunciar a tirar al contrario por miedo a caer. La lucha es desequilibrar al contrario, todo lo demás son arreglos para ocultar el fracaso que es no conseguirlo.

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar