PUBLICIDAD

Carlos Manrique, más allá del parentesco

Cuando alguien se muere a los 96 años de edad me parece una tremenda frivolidad que se le quiera recordar exclusivamente por ser hermano de otra persona. Aunque esa otra persona fuera el mismísimo César Manrique, el universal artista lanzaroteño que falleció a los 73 años de edad hace ya casi 30. Está bien que se diga, porque evidentemente debe marcar criarse a la sombra de un hermano mayor con tanta proyección y reconocimiento social. Con las cosas buenas y no tan buenas que tiene crecer a la sombra de alguien y de algo, en esa penumbra igual de protectora que de ocultamiento de los propios valores.  

El pasado domingo, día 23 de enero, cuando caminaba por el jable, entre Soo y Tiagua, acompañado de mi amigo Pepe Reyes, y me enteré del fallecimiento de Carlos Manrique Cabrera, no me vino a la mente la imagen de César, ni de su obra, ni de ninguna de las polémicas de su fundación con políticos y personas que prefieren la historia a la hagiografía. No, les juro que no. Me entristecí por la pérdida de aquel hombre, ya envejecido y con dificultad parecida para caminar y hablar, que me saludaba emocionado cuando me veía y que buscaba la confraternización y se alejaba de la confrontación.

Carlos Manrique tuvo su propia vida y su propia opinión de los temas que se debatían en la isla en el casi siglo que le tocó vivir. Estaba muy orgulloso de ser hermano de César, pero eso no le impidió tener su impronta y desarrollar su vida en un territorio “marcado” por el artista con hitos en cada esquina. Es verdad que muchos vivían con comprensible emoción encontrarse con un familiar tan cercano del genio. Pero también estamos quienes le conocíamos y vamos a echar de menos su moderación, humildad y forma de ser. Sencillamente, a él, a Carlos Manrique Cabrera.

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar