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Saber parar

(Parte I: La Graciosa abre el debate)

 

En estos días de escases de agua por la rotura de la tubería que abastece a la octava isla, muchas han sido las declaraciones de dirigentes públicos, políticos, empresa adjudicataria y ciudadanos. Ninguno, que yo haya leído y escuchado, han puesto el foco en un dato: La Graciosa cuenta con unos 700 residentes y una media de 1.000 visitantes al día. Más de 500.000 al año.

Y es que no es lógico que focalicemos el problema únicamente en la avería y obviemos el flujo turístico que soporta La Graciosa cada día. La avería claro que es causa de unas infraestructuras obsoletas que necesitan urgentemente ser renovadas; pero como en todas las casuísticas, nada es consecuencia de un único factor. ¿Si no hubiese la alta demanda la tubería estaría o no funcionando? 

Mi sensación respecto a La Graciosa se explica con dos metáforas. La isla es como un “atunero” sin rumbo ni patrón, donde los y las vecinas son marineros/as que únicamente se preocupan por seguir “enganchando” atunes por el bichero para llenar las neveras del barco como si un mal preludio fuese a suceder y se fueran a quedar sin atunes. Por otro lado, me viene la imagen tan conocida por todos de la “gallina de los huevos de oro” donde la isla es la gallina que pone huevos de oro sin parar, es decir, cuantos más turistas lleguen mejor sin preocuparse del estado de salud del animal.

Propongo las siguientes preguntas: ¿A dónde va La Graciosa? ¿Cuál es su futuro? ¿Llegará el momento en que la isla pierda su encanto y diferenciación a causa de mimetizarse tanto con núcleos turísticos masificados? ¿Cuántas deficiencias de suministros están dispuestos a aguantar su población? ¿Qué será de los mayores de la isla dentro de unos años? ¿quién los cuidará? ¿Cuántos coches más soportará la isla en sus frágiles vías? ¿Qué isla de La Graciosa vamos a dejar a nuestros hijos e hijas? ¿El “atunero” chocará algún día contra un roque? ¿La “gallina” dejará de dar huevos de oro?

Todas estas preguntas no obvian lo evidente. Los servicios públicos de La Graciosa están obsoletos y requieren de una transformación radical que se adapten a las nuevas necesidades y hábitos de la población. Pero no es menos cierto que aún mejorándolos se seguirá con el problema de fondo, el uso masivo y, en muchas ocasiones, descontrolado de los recursos por parte de la población flotante. Poner una tubería mayor, incluso 2 o 3, será un parche a corto-medio plazo si no planificamos una isla para 3 o 4 décadas. Y eso, guste o no, requiere de valentía y de saber parar.

En mi pensamiento idílico de Eco-isla para La Graciosa me imagino a los responsables políticos del Ayuntamiento, Cabildo, Gobierno canario y español, capaces de ponerse de acuerdo en generar políticas sostenibles, 100% renovables e independientes energéticamente, donde la isla cuente con una desaladora que genere agua potable a través de energía solar. Me imagino, así, una isla autosuficiente que ofrezca garantías de seguridad y donde los mayores sean atendidos con calidad y no estén solos. Donde los chinijos y chinijas tengan espacios para practicar deporte y celebrar una obra de teatro. Me sigo imaginando una isla donde no existan tantos coches y la circulación esté regulada. Donde, para visitar la isla como turista, tengas que inscribirte con antelación puesto que existe un control de entrada. 

En definitiva, La Graciosa debiera avanzar en un plan de turismo sostenible y transformación ecológica. Creo firmemente en un modelo de Eco-isla que sea vanguardia en Canarias y punta de lanza de la transformación que este país necesita. Esto conlleva, sí o sí, abordar el reto demográfico, la capacidad de carga y el modelo económico vigente.

Soy consciente de que iniciar un debate de estas características es incómodo y suscita malestar en sectores empresariales, trabajadores, residentes, medios de comunicación y partidos políticos. Pero, sinceramente, considero que ha llegado la hora de abordarlo antes de que el deterioro sea irreversible.

No se trata de limitar la actividad económica, sino de hacerla sostenible en el tiempo y complementaria al bienestar de los gracioseros y gracioseras, aquello que se les llena la boca a muchos, pero pocos hacen, “más turismo de calidad y menos de cantidad”. Y no se trata de “tursimofobia”, puesto que existen otras islas y zonas turísticas del mundo de similar tamaño y tejido productivo que La Graciosa que han diseñado estrategias de control y sostenibilidad turística sin provocar daños a la economía local. Proteger nuestro territorio para preservar el bienestar de los y las canarias sin renunciar a la principal actividad económica. O lo que es lo mismo, que la actividad económica se adapte a las exigencias de protección del territorio. Elevar el estándar del destino y nuestra concienciación ecológica como residentes que nos vemos directamente afectados.

Pero todo lo que apunto sólo puede venir de la mano de un proceso de participación donde se pongan de acuerdo todos los actores implicados junto a la acción emprendedora de las Administraciones Públicas. Y es que estas últimas no pueden ser meras espectadoras, limitándose a hacer obras menores de mantenimiento mientras la realidad les desborda. Lo que ha puesto en evidencia la pandemia del Covid-19 es que la acción pública y colectiva debe tener el liderazgo y estar a la vanguardia de las iniciativas, retos y demandas. De alguna manera, deben poner los contornos y los límites al mercado; proporcionar certidumbres al ciudadano; y planificar a medio y largo plazo. Un Ayuntamiento, Cabildo y Gobierno emprendedores son valientes y no dejan que les dicten e impongan las reglas del juego.

Con todo, hay que planificar de manera sostenible prevaleciendo el bienestar de los y las que viven aquí y, lo más importante, para dejarles un futuro decente a las generaciones venideras. Y, ojo, esto no es sólo para La Graciosa, sino que el debate deberá extrapolarse también a Lanzarote y al resto del Archipiélago. Iré exponiendo en una serie de artículos titulados “Saber parar” algunos temas que a Nueva Canarias dentro de su idea de Isla-Hogar nos preocupan.

Como decía nuestro icónico César Manrique en su Manifiesto “Momento de parar”:

“Todo se puede corregir. Depende del entusiasmo, de tener una verdad en las manos y una valiente y honrada decisión. El único inconveniente, y eso ya lo sabe todo el mundo, es cuestión de compra y venta. ¿Tendríamos esperanza? ¿Podremos salvar ya lo que nos queda? ¿Es cuestión de visión inteligente? Creo que el caso no puede ser más evidente, descarado y elemental para darse cuenta que ha llegado el momento de PARAR”.

 

Yone Caraballo, Secretario Insular de Bienestar de Nueva Canarias Lanzarote y Portavoz del Comité Local de NC en Teguise. Es enfermero de Urgencias del Hospital Doctor Molina Orosa.

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