Vejaciones consentidas
- Alex Salebe Rodríguez
Alguna vez hemos sido novatos en algo, cuando tuvimos el trabajo que inauguró nuestra vida laboral, cuando fuimos primíparos en la universidad, el primer año en las fuerzas armadas o en un club deportivo, en fin, la vida, y qué dicha, está llena de primeras experiencias que nos ayudan a crecer y desarrollarnos como personas en los ámbitos personal y profesional, valorando a la postre unas más que otras, según cómo nos esté yendo y hayamos exprimido ese aprendizaje para nuestro bienestar.
En los meses de agosto y septiembre, antes de comenzar el presente curso académico, me contaba mi hijo que varios de sus colegas de Lanzarote que iban a estudiar en Madrid, con la previsión de alojarse en colegios mayores (residencias universitarias), estaban preparándose para afrontar las “novatadas” de los veteranos de esas residencias, por cierto, donde los jóvenes lo tienen todo: habitación, comida, lavado de ropa y otras comodidades, por supuesto, a cambio de una pasta que puede llegar a mil o más de mil euros mensuales.
Chicos y chicas asumen sin medir consecuencias que “tienen” que aguantar “todo” lo que ordenen los veteranos para no quedar como faltones o ‘nonos’, que en su jerga significa ‘no novatadas’, y luego ser señalados como el chico o la chica diferente que huyó de la tradición.
La justificación es que esos veteranos universitarios también sufrieron alguna vez, ya no bromas sanas, que todos seguramente las hemos hecho y recibido, sino auténticos despropósitos que atentan contra la integridad física y mental de la persona. El yo me jodí, pues ahora te jodes tú. Extraña poco, porque somos actores principales y hemos ayudado a construir la sociedad de la venganza.
El “recibimiento” se prepara desde su ciudad o localidad de origen. En el grupo de WhatsApp deben mandar un vídeo diciendo ante cámara su nombre, lugar de procedencia, carrera que van a cursar y actividades que practican habitualmente en tiempo de ocio. A partir de allí, en la cercana distancia, llega la acogida temprana a los novatos: “pareces un (a) tal...”, “Este (a) de qué mundo viene…” y otras tantas muestras de cariño que se quedan en boberías comparadas con la bienvenida presencial. Allí, in situ, las vejaciones van desde la burla y los insultos verbales hasta hacerlos tragar lo incomible y bebible para conseguir el máximo trofeo, provocar la desesperación, la ansiedad y el vómito. También se cuentan casos de agresiones físicas.
Si esto lo conocemos personas que no tenemos hijos en residencias universitarias, cuesta creer que no lo sepan quienes gestionan los centros, que se ufanan de su férrea disciplina y sanciones por incumplimiento de normas, o las mismísimas autoridades, educativas, políticas y policiales.
Me parece hipócrita el escándalo mediático de esta última semana en la que todos y todas nos hemos llevado las manos a la cabeza por el episodio, publicado en un vídeo viral de Tik Tok, y esto ha marcado la diferencia, de un joven del Colegio Mayor Elías Ahúja de Madrid que desde una ventana grita a chicas del Colegio Mayor de Santa Mónica, situado enfrente: “putas, salgan de sus madrigueras como conejas", secundado luego por compañeros que vociferan “ninfómanas” o “van a ir a follar”, en una fiesta, entre otros insultos machistas.
Cómo no, salieron de inmediato políticos, medios informativos y distintas personalidades de la vida pública a hacer lo políticamente correcto rechazando en sus redes sociales y canales de comunicación este tipo de comportamientos, un postureo claramente insuficiente para resolver un problema desmadrado desde hace años sin la debida atención.
La prueba es que, en testimonios recogidos por medios de comunicación, los mismos estudiantes, tanto hombres como mujeres, tachan esas novatadas de “tradición”. Hasta las implicadas del caso en cuestión, en el comunicado que emitieron expresando su disconformidad por palabras “inadecuadas e irrespetuosas”, llegan al punto de decir que es una “tradición”, defendiendo además que la intención de los chicos no era la de denigrarlas como mujeres, justificando así el comportamiento de sus agresores.
La expulsión anunciada de los chicos no acaba con el problema gordo que no es solo un problema de los colegios mayores, es el problema gordo generalizado de una sociedad cada vez más llena de odio, de valores superfluos, de falta de educación y respeto y de ínfulas de superioridad; peor sociedad la del poscovid, la peste que supuestamente nos iba a hacer cambiar, para ser mejores personas. Prefiero esa especie de reinicio total del cerebro, la peste del olvido y el insomnio, la narrada magistralmente por García Márquez en Cien Años de Soledad.