Un real (y duradero) enfado
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
Enfadados (VI)
Llegué al Hotel Meliá Salinas de Costa Teguise solo. Aparqué mi coche en uno de los aparcamientos reservado para los clientes entre un Audi negro y un Mercedes rojo. Ni tan mal quedó. Me ajusté la corbata y me dirigí a la recepción oficial de Sus Majestades los Reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía.
Ya estaba el salón lleno de representantes de la sociedad de Lanzarote, donde predominaban los políticos, como en casi todos los actos sociales. Era el 25 de noviembre de 2006. Hacía unos meses que había cumplido yo cuarenta años, así que ya no era un niño. Eché una mirada, para ver quiénes estaban entres aquellos 150 invitados pero también para saber dónde empezaba mi periplo social. Vi cerca de mí a Andrés Fuentes, que hablaba con la parlamentaria socialista Manuela Armas, que había migrado en 2003 desde las filas de CC, partido con el que fue alcaldesa de Arrecife de 1999 a 2000, gracias a que el PSOE vetó a su anterior compañero y alcalde capitalino José María Espino, que se presentaba de cabeza de la lista nacionalista, para ser de nuevo alcalde en el primer pacto PSOE-CC.
Tenía bastante confianza con Andrés, al que conocí nada más llegar yo a Lancelot en el año 1984, donde él compatibilizaba ser concejal del Ayuntamiento de Arrecife con jefe de Deportes del único semanario lanzaroteño de ese momento. Y con Manuela había mantenido siempre una buena relación desde que la conocí en una noche de fiesta en el Marina Colón, también conocido como el Marina Pichón, en la Urbanización El Cable. Ella estaba en una de esas fiestas de maestros y maestras y coincidimos. Y me cayó simpática. Entre otras cosas porque, al igual que yo, no tardó mucho en hablar de forma desinhibida de algunos personajes que pululaban por la fiesta. Y coincidíamos, entre carcajadas, en las valoraciones. Así que me pareció una buena decisión acercarme al sitio en el que Andrés y Manuela estaban conversando de forma amena mientras esperábamos todos por la llegada de los Reyes. Y llegué yo.
Me acerqué y saludé. Andrés rápidamente me saludó. Pero noté que la diputada Manuela no solo no me saludó, no solo siguió hablando con Andrés como si no hubiese llegado nadie sino que, además, se giró de tal forma que se colocó entre Andrés y yo, marcando la proa hacia el concejal socialista capitalino. Me quedé extrañado y sin visión de Andrés. Pero como conocía a Manuela y sabía de su apasionamiento en el conversar, estimé que seguro que estaría tan metida en lo que le estaba contando a Andrés que ni se dio cuenta de mi llegada. Esperé un rato y abordé la situación de nuevo. Me interpuse entre ambos y otra vez Manuela roló y me dejó a mí sin conexión verbal ni visual con Andrés. Entonces ya pensé si aquello no vendría por mis comentarios en el programa de Radio Lanzarote “Buenos días, Lanzarote”, donde participaba junto con Techy Acosta y Soraya Morales en una tertulia martes y jueves.
No insistí, me di una vuelta por la sala, hablé con compañeros periodistas, políticos y conocidos varios en distintos grupos pero no perdí de vista a aquella pareja de políticos. Desde que Andrés se quedó solo me enfilé hacia él. Y le pregunté. “Precisamente cuando tú llegaste me estaba contando que no entendía que tú dijeras que ella quería ser la candidata a la Alcaldía de Arrecife y que encima te opusieras”, me contestó. “Está muy enfadada y Manuela es muy orgullosa y sentida así que el enfado le durará”. Y no se equivocó Andrés. Ya se han cumplido diecisiete años de aquello y sigue sin hablarme, salvo que lo exija el guion profesional.
Reconozco que fui crítico. Que dije que ella estaba maniobrando para ser candidata al Ayuntamiento de Arrecife en las elecciones que se celebrarían siete meses más tarde, en mayo de 2007. Pero ella sabía tan bien como yo que no me lo estaba inventando. Que en esos momentos, yo tenía acceso a todas las fuentes socialistas del partido como si se tratara del patio trasero de mi casa. No es menos cierto que aquel puesto parecía reservado para Nuria Cabrera, la mujer de Miguel Ángel Leal, que era la tenienta de alcalde de Isabel Déniz en aquel momento, en el pacto PIL-PSOE que gobernaba la ciudad. Que era una política muy prometedora, con una enorme capacidad de trabajo y bastante popular. Y con la que yo, todo sea dicho, mantenía una excelente relación, al igual que con su marido. Tampoco se puede obviar que había movimientos internos muy fuertes que iban en contra del control que ejercía Miguel Ángel Leal en la organización, al ser secretario general de Arrecife, la agrupación más poderosa y numerosa de la isla, hasta el punto que meses después se produjo aquella decisión de la Ejecutiva Regional, buscada desde sus propios teóricos apoyos en la isla, para dejarle sin agrupación y sin nada dentro del partido. Esa actuación, puso al partido en manos de Carlos Espino hasta ahora, con la connivencia de Manuel Fajardo y amigos cercanos.
En esa situación preelectoral, en una Radio Lanzarote que vivía sus momentos especiales de fobias filio paternales también, reclamaron mi presencia como tertuliano, con tan poca fortuna que mientras los acontecimientos me alejaban a mí del PSOE, a los nuevos propietarios les llevaban de cabeza (y me imagino que también de corazón) al “nuevo” PSOE de Fajardo, Espino y Caraballo, como tridente inicial. Y hasta ahora, eso también.
Nunca me he arrepentido de haber dicho lo que dije que tanto disgustó a Manuela Armas, una mujer que era nacionalista hasta el tuétano, desde pequeña, pero que se alejó de allí por sus diferencias personales con los dirigentes locales de CC. Y, la verdad, que la entiendo. Yo pienso en los dirigentes de CC de aquellos años y me dan arcadas. Aunque, claro, yo ni era nacionalista, ni afiliado, ni fui alcaldesa gracias al trabajo de sus afiliados y la financiación de sus patrocinadores. Pero también he hecho un esfuerzo para que no me afectara su decisión unilateral, por no aceptar mi opinión en un momento determinado, de no saludarme durante más de tres lustros para valorar las cosas buenas que ha hecho en la política. Así, sin ir más lejos, de su valentía al arremangarse y ponerse al frente de la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias en los momentos difíciles de la pandemia. Y haber hecho una labor que se puede calificar de buena durante estos últimos tres años.
Sinceramente, llevo muy bien que la gente se enfade, se aleje y me insulte cuando lo hace porque ejerzo mi trabajo con la integridad que yo me marco y que creo que exige mi profesión y la honestidad. Si me contratan para dar mi opinión, es eso lo que hago. Aunque no le guste al que me contrató ni a quienes se creen que la tengo que adaptar a sus pretensiones por razones de amistad, de compañerismo o vecindad. Los que me conocen bien saben que ni lo he hecho ni lo voy a hacer. Y es precisamente eso lo que me respetan. Me puedo equivocar más que nadie, que intento que sea lo mínimo posible, pero nunca será adrede.
Y por mucho que me gustara más la Manuela que reía a carcajadas, que llevaba las ristras de chorizo a las campañas del PSOE para untar los panes camperos, que compartía, desinhibida, valoraciones de unos y otros, defiendo su derecho a manifestarse con honestidad. Si todavía está enfadada, que siga sin saludarme. Prefiero una persona honesta pero equivocada que una infalible y deshonesta. Porque, en definitiva, eso es lo que pienso yo.