El color de la migración forzada
- Pedro M. González Cánovas
Antiguos trabajadores de la pesca tradicional senegalesa, que han emigrado a Europa, señalan a la explotación de las aguas de su país y el daño causado al arte tradicional como la causa de mayor peso para el movimiento migratorio que los lleva jugarse la vida cada día y cada noche en la búsqueda de una vida mejor.
Mientras muchas miradas señalan el acuerdo pesquero, parece pasarse por alto una realidad muy compleja que implica a los actores necesarios para poder hablar de neocolonialismo.
En variada prensa de 2018 se puede ver cómo los pescadores senegaleses culpan a los extranjeros del agotamiento de los recursos: «Sus barcos dificultan la pesca, contaminan el mar y capturan todo lo que solíamos pescar» afirmaban ya entonces. Tras arremeter contra las prácticas ilegales de muchos barcos chinos que operan en la zona, los pescadores locales aseguraban que todos sabían de los "efectos nefastos del acuerdo de pesca entre la Unión Europea y Senegal, que permite a los barcos europeos pescar atún y merluza, más allá de la zona de 6 millas náuticas (unos 12 kilómetros), reservada a la pesca tradicional".
El primer pacto oficial de pesca entre Senegal y la Unión Europea data de 1979. Se trata de unos acuerdos que autorizan a arrastreros y atuneros españoles, portugueses, franceses, italianos y griegos a operar regularmente en sus aguas territoriales. Las pequeñas piraguas senegalesas y los grandes barcos europeos no pueden rivalizar. Sin embargo, la realidad es que África está alimentando a Europa, mientras los europeos que consumen el alimento ponen impedimentos para que un senegalés comparta su mesa.
Si bien en 2018 el gobierno de Senegal habla de que las capturas de la UE en aguas senegalesas representaron un 1,46 % del total. Un informe de la Dirección de Pescas Marítimas de Senegal cifró en casi 525.000 las toneladas producidas ese año por la pesca marítima artesanal e industrial —tanto nacional como extranjera—, siendo el 76 % capturado por la artesanal (398.643 t) y el 24 % (126.209 t) por la industrial. Dentro de ese 24 %, la UE representa, con 7.648 toneladas, un 6 % de estas capturas. Esa contradicción dice casi más que las propias cifras. De hecho, el Ministerio de Agricultura y pesca español, en 2022, nos cuenta que la costa senegalesa es uno de los caladeros de mayor importancia para la flota española que opera en el Atlántico. Con un tonelaje anual de referencia de 14.000 toneladas, el Protocolo de Pesca de la UE con Senegal ofrece posibilidades de pesca a 28 atuneros congeladores, (de los que 16 corresponden a España), 10 atuneros cañeros (7 para España), 5 palangreros de superficie (3 para España) y 2 buques arrastreros de merluza españoles. En particular, es un acuerdo vital para la flota de atuneros cañeros, que tiene su base de operaciones en Dakar desde hace dos décadas. Para 2022 habían tramitado y abonado sus licencias 8 atuneros cerqueros congeladores de País Vasco y Galicia, que operan con 2 buques de apoyo, 3 atuneros cañeros de País Vasco y Cantabria y 2 buques dedicados a la merluza de armadores gallegos con puerto base en Canarias.
Ahora vamos a reflexionar un poco sobre todo lo anterior. Quizás las mentes más inocentes puedan preguntarse si todo esto que ha provocado un movimiento migratorio no podía haberse previsto; pero los acostumbrados a observar los análisis geoestratégicos, y hasta teorías conspiratorias, creeremos que más que previsto esto podía estar planeado y, por lo tanto, previamente acordado.
Ya no se trata de la facilidad que concluye con una flota atracada en Dakar, seguramente en cuanto a fisco y pocas exigencias medioambientales, además de un suministro mucho más económico; hay que observar que a todo esto va asociado una exportación de mano de obra barata que rejuvenece la edad media de la masa laboral de un Estado muy necesitado de ello. España acoge muy bien a los recién llegados, los nuevos «esclavos», pero se le escapan de las manos buscando las condiciones de trabajo y el nivel adquisitivo de lo que hay más al norte de Europa. No pasa nada, la nueva España tiende a igualar salarios.
A todas estas, la ruta europea tiene como primer destino Canarias. Aquí se hace una acumulación de migrantes y se filtra muy lentamente. Eso, ante un gobierno del Archipiélago que asiste atónito al hecho sin pedir explicaciones o nombrar el tratado pesquero, pero que solicita apoyo económico continuamente y que el embudo se vaya ensanchando para no soportar tal volumen de personas añadidas a una sobrepoblación que ya no encuentra soporte en un territorio con recursos muy limitados y un medioambiente sin duda esquilmado, y que además suma una población flotante de más de 12 millones de turistas anuales.
Pero bueno, tampoco se iba a invitar a esos tratos internacionales a los representantes del pueblo de las colonias o territorios de ultramar (a no, que ahora se dice regiones ultraperiféricas), que mantienen el estatus de tradicional de territorios sometidos a la metrópoli. De todas formas, si algo nos hace temer de ese pacto socarrado y la explotación encubierta de africanos a cambio de recursos naturales, es la exposición del neocolonialismo y la tradición colonialista de la propia España.
Así que, puestos a juzgar a quienes tratan con vidas humanas, como decimos por aquí, «guárdame un cachorro, pero a ser posible capado, para que no tenga cría»: eso sí, me da lo mismo el color que tenga.