Música para todo
- Alex Salebe Rodríguez
De las vainas más bacanas y enriquecedoras de la vida, además de ser un arte con infinitas formas de expresión creativa que sirve para transmitir de todo, es la música. Nos regala como premio extra el baile, artístico o espontáneo, y si no nos apetece o no sabemos bailar, alguna palmada nos saca en el intento de seguir la cadencia, que también indica que estamos en el goce. Así de sencillo lo explicaba Ralphy100, el coleccionista de discos de salsa ya fallecido que regentaba en Barranquilla ‘La Cien’, un mítico bar en el barrio Rebolo que te conducía al encanto de la abstracción para escuchar, bailar o ver bailar su programación musical elegida con mimo.
Este fin de semana, y de una tacada, tuve la feliz oportunidad de disfrutar de tres eventos que me recordaron la riqueza de la música, su poder integrador y su utilidad pedagógica. Empecé el viernes cultural disfrutando de la actuación del maestro guitarrista Antonio de la Rosa y el grupo Flamenco Fusión con su espectáculo de homenaje a Paco de Lucía, el mejor guitarrista flamenco de todas las épocas, según los entendidos, un tributo protagonizado por ocho artistas, cantantes e instrumentistas, y dos bailaores que ofrecieron una emocionante exhibición en el ‘tablao’ de la Casa de la Cultura de Yaiza, puesta en escena con carácter e identidad curiosamente interpretada por dos bailaores que no son andaluces, Rubén, de Barcelona, y Elena, de Valladolid.
El sentimiento transmitido por las voces, el rasgueo de la guitarra, los golpes del cajón gitano y la elegancia hecha arte del baile y sus movimientos de brazos, contoneo de cuerpo y zapateado flamenco, de hechizo indescriptible, emocionó al público, mayoritariamente de origen británico y alemán. Aparte del valor artístico del espectáculo, este tipo de propuestas nos permite acercarnos a otras culturas, así que deberíamos aprovecharlas mejor, y más, si no tenemos que pagar por verlas.
La segunda velada musical fue el sábado en el directo de la flautista cubana Liuva Velázquez, interpretando música cubana y brasileña y fusiones latinoamericanas en el ambiente acogedor del restaurante Iemanjá de Playa Blanca, donde llegó de Salvador de Bahía el espíritu de la orisha protectora del mar para complacer el paladar y el oído y evocar recuerdos a pocos metros del Atlántico, música de divulgación multicultural y de expresión de sentimientos.
Y la música al aire libre también tiene su encanto, sobre todo cuando el colectivo que la interpreta está formado por niños, niñas y jóvenes en pleno proceso de aprendizaje del lenguaje musical. Este domingo, en el pueblo de Uga, dentro de la programación de la jornada lúdica - cultural ‘Islas para Jugar’, disfruté del concierto de cuerdas, violín, chelo y contrabajo, ofrecido por un grupo de 65 chicos y chicas del proyecto ‘Barrios Orquestados’.
Interesante esta iniciativa músico - social financiada por entidades públicas y privadas que empezó en 2018 y que ya está implantada en un total de 13 barrios de las islas de Gran Canaria, Tenerife, Fuerteventura y Lanzarote, con 45 profesionales dedicados a la enseñanza musical en centros de educación pública.
Aquí la música es una potente herramienta pedagógica que estimula el aprendizaje y ayuda a crear comunidad favoreciendo las relaciones entre los jóvenes músicos y sus familias, ya que cada barrio orquestado tiene además un coro integrado por madres y padres.
Esto implica que niños, niñas, jóvenes y familias comparten un espacio de convivencia en las jornadas de ensayo y conciertos, algunos de los cuales se realizan en lugares al aire libre como reclamo al uso de entornos que han ido perdiendo el sentido para los cuales fueron creados o transformados. Música para todo, para amar, protestar, reír, llorar, disfrutar, aprender y divertirse.