PUBLICIDAD

"¿Lo has visto? ¡Qué locura!"

 

No me solía sonar el móvil tan temprano. Me encontraba en el salón del ático en el que vivía en esos momentos, en pleno centro de Arrecife, viendo los informativos. Estiré la mano y cogí el teléfono sin dejar de mirar el televisor.

  • ¿Lo has visto? ¡Qué locura! – Me dijo mi interlocutor sin ni siquiera saludarme.

No sé por qué me llamó a mí. No sé por qué me eligió entre su agenda de contactos para hacer esa primera llamada de un día que se convertiría en desgraciadamente histórico en España y en el mundo entero. Aunque me imagino que fuera porque sabía que suelo madrugar mucho y que lo primero que hacía al levantarme era poner los informativos. También porque querría saber cómo iba a afectar ese macabro atentado en pleno centro ferroviario de Madrid a las elecciones que se iban a celebrar solo tres días después.

Era jueves, 11 marzo de 2004. La campaña electoral trascurría con normalidad en las elecciones en las que el presidente José María Aznar cumplió su promesa de no estar más de 8 años en la Presidencia de España y le dio el testigo a su delfín y ministro Mariano Rajoy. Todo apuntaba a que Rajoy sería el próximo presidente. Todo apuntaba a que la ilusionante campaña de Zapatero, candidato socialista por primera vez, no sería suficiente para cambiar un gobierno del PP que se había adaptado a gobernar España desde que Aznar dejó fuera de combate, en 1996, al Felipe González que transformó España en 14 años de liderazgo y que acabó en aquella “derrota dulce”.

Todo hacía presagiar la continuidad. Nadie se esperaba que el terror se adueñara de Madrid y que el PP, con Aznar a la cabeza, con su comportamiento mentiroso, le diera la oportunidad al sabio de Alfredo Pérez Rubalcaba y a la Cadena Ser de darle el vuelco a las elecciones. El voto de castigo al PP aupó a Zapatero.

 Hablé despacio, todavía conmocionado por lo que veía por la tele. “¡Qué locura! ¡Qué locura!”, repetí un par de veces antes de construir un mensaje más articulado. Nos intercambiamos descripciones de lo que veíamos y mostrábamos nuestro horror ante la tragedia que observábamos. Pero, poco a poco, desde la distancia, con el móvil pegado a la oreja, se volvió al escenario que compartíamos en plena campaña electoral, apenas tres días antes de que los ciudadanos se acercaran a las urnas en unas elecciones generales donde el PSOE de Lanzarote había apostado por dos candidatos jóvenes para envolver la previsible derrota en la ilusión de la promoción de dos nuevos políticos jóvenes. Y me preguntó lo previsible, en un escenario en el que dábamos por acabada la campaña electoral como muestra de luto y dudábamos de que finalmente se celebraran las elecciones en aquel panorama de terror, sangre y muerte tan próximo a la cita electoral.

  • Si esta locura la ha cometido ETA, la mayoría absoluta del PP será aplastante e histórica. Si es de los integristas musulmanes, al estilo del 11S de 2001, hay una oportunidad. Se podría buscar la causa y efecto de las incursiones belicosas de Aznar al lado de Bush hijo y Tony Blair - Le dije, sin demasiado entusiasmo.
  • Estoy de acuerdo, estoy de acuerdo - musitó Carlos Espino desde su casa de Guatiza, en medio del ruido de las sirenas que inundaban su casa y la mía provenientes de los televisores de ambos y que no dejaban oír del todo bien por teléfono.

 

El domingo 14 de marzo, después de tres días de luto y manifestaciones en contra del PP porque seguía diciendo que fue ETA, cuando todo apuntaba a que los culpables del horror madrileño habían sido integristas radicales musulmanes, llegó la liberación. Casi era medida noche cuando la explanada de las ya inexistentes naves de Garavilla, sede electoral del PSOE, se convirtió en una fiesta. El director del Comité de Campaña, Miguel Ángel Leal, se subió al escenario para proclamar una victoria histórica en unas elecciones generales, donde no solo el PSOE venció al PP, victoria que llevaría a José Luis Rodríguez Zapatero a la Moncloa, sino que, además, se ganaron las elecciones al Senado y al Congreso en Lanzarote con una aplastante diferencia. Los “alevines” Marcos Hernández Guillén, natural de Tinajo, donde había sido alcalde “de casualidad y a traición”  también durante un año, y Olivia Cedrés, de Yaiza, habían conseguido convertirse en senador y diputada. Cuatro días antes, nadie hubiera dado un duro por este resultado. Mucho menos los miembros del Comité de Campaña, donde volvían a estar Miguel González, Mame Guerra y Carlos Espino. Se inició la carrera electoral en Lanzarote con el único propósito de promocionar gente joven, sin más. Si se hubiese tenido el más mínimo atisbo de victoria, la elección de candidatos hubiera sido otra. Nadie quería volver a perder. Y eso favoreció la apuesta por Marcos y Olivia, que ya eran amigos desde sus tiempos de estudiantes, no tan lejanos en esa época. No hay mayor alegría que la que viene sin esperarla y después de una enorme desgracia.   

 

Alfredo Pérez Rubalcaba demostró que una mentira detectada a tiempo y denunciada con valentía y fuerza puede tumbar a un gobierno. Incluso en España, donde precisamente la mentira es utilizada, permanentemente y sin costes, para conquistar el poder.  Por una vez, el pueblo no pasó que se le engañara en pleno duelo. La realidad pudo a la ficción. Es verdad que para eso hace falta un hombre con la inteligencia de Rubalcaba, líder indiscutible de ese movimiento,  y la decisión de un medio de comunicación como la Cadena Ser, que no estaba para aguantar cuatro años más de ninguneo por parte del PP y de su aportación al funesto trío de Las Azores.

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar