No fue un cabreo, fue la confirmación de una decepción
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
¡Ni un segundo más, Jorge! (y III)
A partes iguales, a veces de forma indiferenciable, amigos y enemigos se me han acercado para pedirme explicaciones, o darme ellos argumentos complementarios, de mi renuncia fulminante a seguir en la tertulia "Café de periodistas", después de haber permanecido en la misma desde sus inicios hace 18 años. Algunos, abiertamente, me felicitaban por abandonar ese espacio. Otros no entendían que, por un "cabreo”, renunciara a una plataforma mediática que me daba más visibilidad en la isla. Ninguno, evidentemente, se daba cuenta que mi objetivo principal en esta vida no ha sido estar en un medio, ganar dinero u ocupar puestos de poder.
Mi verdadero propósito ha sido poder trabajar con libertad, esquivando los controles del poder y moviéndome en los escenarios existentes, fueran de unos o de otros. He renunciado a contratos ventajosos a cambio de poder opinar libremente, de transmitir lo que quiero comunicar sin cortapisas de nadie, como fórmula de llegar al público. No tengo la verdad absoluta, pero sí el propósito de no mentir, ni ayudar a ello, por interés de otro. No es fácil ni barato. Pero me da más placer que una tortilla de billetes de quinientos sobre las grasientas manoplas de los cerdos que los imponen a cambio de poder. Soy feliz de esta manera, soy así.
No fue un cabreo. Me cabreo con frecuencia, fruto de mi apasionamiento en las cosas que hago y a las que me entrego con el fervor acostumbrado. También en los debates. Lo saben bien mis amigos. Y mejor mis enemigos. Pero se me pasan también en poco tiempo. Unos antes que otros, pero se me pasan todos. En cambio, cuando me decepcionan, ya nada vuelve a ser igual. Algo se rompe para siempre, se produce el desapego y es definitivo. Mi abandono del plató de "Café de periodistas", en directo, no fue fruto de un cabreo, de un pronto irrefrenable. No, fue la respuesta contundente ante la evidencia de una decepción.
Cualquiera te puede provocar un cabreo, cualquiera puede provocar una acción de hostilidad y tener una repuesta por tu parte. Pero para que alguien pueda decepcionarte tienes que haber depositado en esa persona niveles de confianza. Como yo lo hice en Jorge Coll a lo largo de estos 18 años de colaboración y trabajo juntos. No éramos amigos, pero sí manteníamos una relación cordial. No teníamos la misma forma de pensar ni de actuar, era obvio. Pero sí teníamos, ambos, un amplio recorrido profesional en los medios de comunicación locales, y yo entendía que, al margen de editoriales, defendía la esencia del periodismo de respetar la veracidad de los datos y el derecho de las personas a dar sus opiniones. Yo respetaba la de él, tan contraria a la mía. Y pensaba que él respetaba la mía, a la que se agarraba como un clavo ardiendo, cuando era incapaz de crear un mensaje inteligente en las exigencias del directo, si creía que podía serle útil para su causa y evitar mostrar una desnudez intelectual tan inapropiada para un veterano periodista.
Pensaba que sí, que por encima de todo era un periodista, preocupado por atender las cosas del jefe, sin olvidar su condición profesional. Pero, en los últimos meses, el Jorge que ya tiene la edad para jubilarse (y que tantea/tontea esa posibilidad con algún tipo de colaboración con la empresa que le complemente la renta y le permita conservar el poder), me parece que no tiene otra cosa en su cabeza que no sea favorecer una relación "amistosa" con el Cabildo que preside Oswaldo Betancort. Pare ello cuenta como “correo del Zar”, para llevar y traer mensajes, con la inhabilitada por corrupción, nombrada jefa de gabinete por su amigo Oswaldo, y con barra libre en Lancelot TV, donde va a hacer sus perfomances de política de cine de barrio, donde lo mismo se victimiza hasta el infinito que se reivindica como una gran política.
No debe ser casualidad que Lancelot Televisión sea propiedad del mismo empresario al que, según las sentencias condenatorias de Gladys Acuña, pretendió beneficiar con sus decisiones sobre la bodega Stratvs cuando era alcaldesa. Dicen que Jorge ya no oye otros cantos de sirena y parece que la considera el atajo más corto para llegar al Cabildo, donde recientemente se han contratado personas cercanas a la casa.
He visto como se ha pasado en el medio de aquellos ataques infundados y grotescos a la anterior presidenta para entrar en la alabanza sin medida ni tono al actual presidente. No solo en las opiniones, sino también en las informaciones. No se trata de una línea editorial, me parece más una alienación. Además, se hace irrespirable por la presión y por lo grotesco. Y, ante eso, no hay más opciones que la claudicación o la despedida. Y aposté por irme, era mi compromiso con él y conmigo mismo. Tengo el absoluto convencimiento de que ha traicionado nuestro acuerdo, nuestro trabajo común y nuestro respeto. Y que lo ha hecho por unos intereses espurios que no se corresponden con el verdadero profesional que yo le creía. Por eso, no se trata de un cabreo. Me ha decepcionado y es para siempre. Y se me hizo completamente insoportable desde ese mismo momento que traspasó el último límite. Y ante eso, me levanto y me voy de donde sea. No quiero volver a saber nada. Le deseo lo mejor, pero lejos de mí para siempre.
¡Agur, baby! ¡Que te vaya bonito con tus nuevos faros y guías!
P.D.: Doy por concluido este episodio. Fueron 18 años, de los que guardo un recuerdo bonito, imborrable, del trabajo compartido con un montón de excelentes profesionales que han pasado por Lancelot TV y con los que pude relacionarme de forma muy satisfactoria. No doy nombres, pero mis favoritos saben quiénes son y los otros también conocen mi respeto por su trabajo. Las noches electorales, por ejemplo, donde periodistas, cámaras, técnicos, administrativos, todos, picoteaban algo, nerviosos, ante un trabajo en directo de máxima exigencia. Ellos y ellas, sin duda, el mejor recuerdo, el mayor regalo de una época que se acaba en el momento procesal oportuno, que nunca debería tener dilaciones indebidas. Mis mejores deseos para todos.
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