La Isla de los Piratas (o de los viejos)
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
Una niña se acerca a sus padres llorando con lágrimas enormes. Cuando es capaz de pronunciar palabra más allá de gimoteos, les dice que está muy triste porque los piratas de la Isla del Tesoro se iban a morir todos de hambre. Sorprendidos, los padres le preguntaron que por qué iba a pasar semejante desastre. La niña, sin dejar de llorar, les dijo que si en la isla no había sino piratas, que no son sino ladrones, asesinos y fanfarrones, quién les iba a dar de comer. Daba por hecho que todos estarían en una cárcel, encerrados, como les corresponde, teóricamente, en nuestras sociedades. No se le pasaba por su cabecita, adiestrada en los buenos valores, que la isla de los piratas era, en sí, una forma social organizada y libre donde todos eran piratas.
Tengo esa misma impresión de la isla que quieren construir los políticos locales para dar respuesta al envejecimiento poblacional y a la longevidad que impera. Están convencidos de que la cosa va de hacer más residencias exclusivamente. Que hay que invertir en infraestructuras aislativas, donde la mayor parte de la población vague en estrecheces hasta que le llegue la hora de irse definitivamente. Mientras la mayoría de la población está presa, la isla, me imagino, será para el disfrute de viejos y jóvenes turistas venidos de otros lugares en los que sus políticos piensan de otra manera.
La cosa, enemigos míos y políticos muy suyos, no va de eso. Las ciudades se construyen para atender las necesidades de su gente y se adaptan a sus particularidades de cada época. Si la población envejece, habrá que tener residencias, como se tienen hospitales siempre y guarderías y parques infantiles cuando la ciudad amanece entre la chiquillería. Aunque, es cierto, aquí siempre hemos vivido de espaldas a nuestras propias necesidades. Lo importante siempre ha sido que a los turistas y a los que se enriquecen con ellos no les falte de nada.
Lo que tienen que hacer, mis hijitos, es adaptar la ciudad, la isla, toda, a las necesidades de las personas mayores, a las personas con dificultades auditivas, de movilidad, vulnerables, con menos ingresos pero con más vitalidad y experiencia que nunca. Una isla donde la gente, vieja pero humana, pueda moverse con seguridad, vivir con calidad y disfrutar en libertad. Cuando piensen en una infraestructura, no pinten un niño saltando, sino un adulto paseando. Lo que sirve para las personas más indefensas no perjudica a nadie. No me vengan con el rollo de que la población se envejece y, al mismo tiempo, la alternativa siga siendo tratar a los viejos como si fueran enfermos y/o una carga cuando, cada vez más, durante más tiempo, son capaces de vivir de forma independiente y más sana.
Algunos se empiezan a deteriorar y atrofiar, precisamente, cuando se enganchan a planes y programaciones de las administraciones públicas locales que están más pensadas para monos avejentados, o abuelos del siglo XVIII que para darle respuesta a las verdaderas necesidades de la población mayor más sana y más numerosa de nuestra historia. Si parece que están preparadas para tontos o por herederos de las granjas soviéticas, donde todos tienen que hacer al mismo tiempo lo mismo por imperativo de un monitor juvenil. Que sabe lo mismo de vejez que yo de la cara oculta de la luna.
No estaría mal pasar página ya en esa visión pueril de la isla de los piratas (o de los viejos) y ponerse manos a la obra para adaptar servicios y pretensiones a las necesidades que van a venir. Si no es así, más de uno de los nietos nos vendrán llorando sin consuelo, asustados porque no saben quiénes les llevarán la comida a sus abuelos si la gran mayoría son viejos. Por cierto, las residencias de oro (para uso de ricos, nuevos ricos y corruptos de siempre) no dejan de ser igualmente cárceles donde se les aleja de la sociedad para tranquilidad de sus herederos, igual de ambiciosos, éticos y solidarios que ellos. Así que si no lo hacen por nosotros, háganlo por ustedes.
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