Bufones de la desgracia ajena
- Alex Salebe Rodríguez
O escasez de neuronas o abundancia de torpeza mezclada con obscenidad descarada. Todavía hay cargos públicos que se preguntan por la desafección de la masa social por la política, y lo preguntan ellos, sus presuntos protagonistas, políticos y políticas obstinados en aparecer como actores estelares de Hollywood. Si hace falta jugar a ser héroes de inundaciones, ponerse unas botas, chaqueta reflectante y coger herramientas para achicar agua y limpiar calles, con la evidente finalidad de posturear más que de servir, pues allí están, sonrisita, fotos en churro que te pego y a esperar su máxima fascinación, los ‘me gusta’ en redes sociales.
La inquietud del distanciamiento y rechazo a la política aparece fugazmente en los primeros análisis tras conocerse los resultados electorales cualquiera que sean los comicios, siempre señalados, unos más que otros, por los altos índices de abstención. No sé si al interior de los partidos políticos se plantea reflexión alguna sobre las razones que impulsan a una parte significativa de la ciudadanía a renunciar a su derecho de estar representada en un parlamento o institución, pero ante la realidad deberían promover debates con rigor.
La solución de algunos genios de la política que envejecen sin crecer en representación es cambiarse sin rubor de ideología o chaqueta política, los hemos visto pasarse de la izquierda a la derecha, viceversa o arrimarse al centro, pero el conteo de votos sigue dejándolos en el mismo sitio. Ausente la autocrítica, la culpa es del electorado y en ningún caso de ellos, que transmiten desconfianza y demuestran que solo están por sus intereses personales.
El darse codazos por aparecer en fotos contrasta con la demanda ciudadana que reivindica menos instantáneas y más resolución de problemas y resultados de gestión. La foto no hace el trabajo, pero el trabajo con resultados sí que desemboca en el reconocimiento social. “Estoy en ello, como dicen los políticos”, pregona con sorna la calle cuando hay tareas sin hacer o a medio hacer en cualquier ámbito de la vida cotidiana.
Me gustaría saber si muchos de los políticos que se dieron golpes de pecho esta Semana Santa en iglesias y procesiones, conocen bien la historia de Jesús de Nazaret, su rechazo a las seducciones del poder político fundado en el egocentrismo, codicia, violencia y corrupción.
Como sabemos que la lectura no es ni mucho menos una de las grandes virtudes de nuestra clase política, repasemos cómo hablan, qué dicen y el nivel de debate tan pobre que atesoran, y del que se ufanan, recomiendo a las criaturas estos días de Pascua, y antes de la llegada de las procesiones de las fiestas patronales de primavera y verano, que vean alguna película de la vida del libertario o, cuando vuelva a presentarse, asistan a la obra de teatro ‘Matar a Jesús’ dirigida por el artista lanzaroteño Salvador Leal.
Ha llegado a tal punto la degeneración de la política, que no hay asco para usar la tragedia ajena con fines populistas. Se burlan de las calamidades que dejan las inundaciones, y lo hacen sin pudor en la cara de la gente, en sus propios pueblos y barrios, mientras no ejecutan proyectos para solventar los desbordamientos, se cachondean atribuyéndose acciones por las que no han movido un dedo, normalizan las muertes de los inmigrantes en el mar, comparten el genocidio en Palestina, y como en el modelo trumpiano cabe de todo, son capaces de politizar hasta la honra de la memoria de una persona cercana.
Después de una catástrofe, en los momentos más críticos, los políticos salen en tromba a decir que “no es la hora de echarle la culpa a nadie”, pero luego convierten en un circo vergonzoso el debate para depurar responsabilidades. No es casual que la población proclame ‘salvarse a sí misma’ apelando a la solidaridad de su comunidad y el trabajo a pie de calle del personal de servicios públicos y los cuerpos de seguridad y emergencias.
Para escribir una novela. El recién fallecido Mario Vargas Llosa decía que los novelistas son como los buitres que se alimentan de la carroña de la sociedad, y en esta sociedad en alto estado de descomposición, sí que hay despojos de sobra para narrar.