Profuso, confuso y difuso
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
Hacía mucho tiempo que no coincidía con Carlos Espino en un medio de comunicación en directo. Creo que la última vez fue en el 2008, en Radio Lanzarote, en el “Buenos Días, Lanzarote”, donde compartía comentarios con Techy Acosta, pocos días antes de que me hicieran elegir entre este programa y el “Café de Periodistas”, de Lancelot TV. Los enfrentamientos entre los dos principales grupos mediáticos de aquel entonces en la isla complicaban mucho que el director de un medio pequeño, por mucho vínculo de amistad que hubiera por medio, pudiera seguir manteniendo su participación en ambos con absoluta libertad. Además, en aquellos momentos empezaron a perfilarse las estrategias de confrontación que todavía hoy son el “santo y seña” de esos mismos medios.
Ahora, el encuentro con Carlos Espino se produce en otra emisora de radio, en la Cadena Ser, en el programa “Hoy por Hoy” que dirige magistralmente Javi Rodríguez, que compagino los lunes con mi presencia, ya histórica, en los “Café de periodistas”, de Lancelot TV. La felicidad que transmite Espino tiene toda su lógica, también el evidente nerviosismo, menos frecuente en este hiperactivo político y mediático personaje, adicto compulsivo al cigarro, que no suelta ni para miccionar. Está recorriéndose todos los medios de la isla dando a conocer su buena nueva: el archivo provisional de la querella que le había interpuesto el Consejo de Administración de los CACT por su gestión en los mismos, entre los años 2007 y 2009, donde se le acusaba de varios delitos vinculados con la corrupción política. Han sido, dijo, diez años muy difíciles para él y su familia, principalmente para sus hijos, que han crecido con el estigma de un padre imputado por estos delitos, con una sobreexposición mediática como producto de su propia reacción y como respuesta también a esa actitud suya, donde sus enemigos y los de sus compañeros de viaje son también diana de todas sus acusaciones.
La sonrisa de Carlos Espino, con su gesto característico de “chico malo” y dentadura maravillosamente conservada a sus sesenta años, me retrotrajo a una experiencia que pasamos juntos en 2003. Fue un mes antes de que él accediera, por primera vez, a la única administración pública donde ha disfrutado de cargo electo. Volvíamos muertos de risa los cuatro después de intentar visitar al candidato socialista al cabildo de Lanzarote y secretario general del PSOE en la isla, Manuel Fajardo Palarea, que en plena campaña electoral había sufrido un infarto que le mantenía alejado de mítines y ruidos políticos. En aquel coche, Miguel Ángel Leal, Miguel González, Carlos Espino y yo nos intercambiamos chistes sobre el intento frustrado de visitar al líder local, después de dirigirnos al lugar durante media hora en coche organizando cómo afrontar el encuentro sin alterar más de la cuenta al candidato enfermo. Y, al final, todo quedó en nada. Diez minutos después de bajarnos del coche, ya estamos otra vez en él. En esta ocasión, en un ambiente más jocoso, sin la tensión que nos atenazaba en el camino de ida. Lo que pasó fue muy sencillo. En la misma puerta de la habitación en la que se encontraba Manuel Fajardo, Manolo, ya oyendo la respiración del candidato, fuimos despedidos con cajas destempladas por la mujer del susodicho, que, con tanta razón como diligencia, no nos dejó perturbar a su marido, convaleciente, con nuestras cosas mundanas de política y elecciones.
En la Cadena Ser, mientras oía a Espino vender su innegable éxito judicial, quise encontrar a aquel cuarentón, libre de cargas y cargos, que conocí cuando todavía era un hombre extraño en el PSOE, mantenido a raya por Miguel Ángel Leal y espoleado por Manuel Fajardo, en lo que ya vaticinaba yo como un desencuentro inevitable. Está claro que ha madurado. Aunque lo haya hecho en la frontera política, donde se conjuga la actividad pública con la ficción más perniciosa, En su periplo político, ha conocido el fracaso más espantoso pero también ha forjado victorias en el límite. Su propia elección de secretario general, para sustituir al que fue su gran protector, Manuel Fajardo, fue fruto de una batalla sin cuartel ni prisioneros que hundió al partido en su división más dolorosa, aunque venía de un éxito electoral previo, fruto de la “ola Zapatero”, que había colocado al partido como primera fuerza política de la isla, conquistando gobierno en Arrecife, San Bartolomé, Tías, Cabildo y cuatro diputados al Parlamento de Canarias. También fueron victorias forzadas los pactos de 2011, con el PP en el Ayuntamiento de Arrecife, para salvar el descalabro, y de 2019, otra vez con el PP, para volver a salvar el nuevo descalabro en Arrecife y consolidar la victoria en el Cabildo, donde ha conseguido refugio remunerado, de nuevo, como jefe de gabinete de la presidenta María Dolores Corujo, “su gran obra política”. Su caída como secretario general en 2011, después de la peor derrota electoral del PSOE de Lanzarote, precipitada por su propio secretario de Organización, Joaquín Caraballo, que la pidió públicamente a la vez que dimitía él, le cambió el rictus. Él vivió ser elegido secretario general como un sueño. Aunque su experiencia se tornase en un infierno de tres años para el partido.
Observo, no siempre en silencio, la facilidad que tiene Espino para inventarse un relato, su relato. Y soltarlo como si fuera una verdad absoluta. La de veces que repite la valoración del magistrado José Luís Martínez Ruiz, con sus mismas palabras de “Profuso, confuso y difuso”, como si esos tres vocablos se hubiesen unido por primera vez bajo la propia creatividad literaria del juez y fuera una coincidencia inédita para definir sus “atormentadas” circunstancias “creadas artificialmente por sus acusadores” y no fuera un recurso lingüístico que se repite en decenas de textos al alcance de una mirada rápida en google. Espino tiene el desparpajo suficiente para haber hecho la mejor exposición posible si el auto hubiese sido otro completamente distinto, y no hubiese dudado tampoco en cuestionar el proceder del juez, la forma de redactar el auto y hasta el momento para comunicarlo si el mismo, en lugar de archivar la causa, hubiese dispuesto las conclusiones para elevarla a juicio oral. Y a nadie le hubiese extrañado.
Pero le han dado la razón, y se la han dado sin paliativos, dejando tirados por los suelos, por el fuerte cachetón judicial, a los denunciantes, a su actual socia de pactos, la abogada presidenta del PP, Astrid Pérez, consejera delegada de los CACT, que presentó la querella que aprobó por unanimidad el Consejo de Administración, en 2010, y al que fue presidente del Cabildo por una década, el nacionalista Pedro San Ginés. Y quizás en esa virulencia innecesaria es donde se esté debatiendo hoy si el archivo de la causa será definitivo, ganando firmeza al no recurrirse, o despierta el orgullo dormido de los populares y revienta en forma de recurso. Los nacionalistas lo tienen más que claro. ¿Pero entenderá Astrid como necesario, para seguir siendo alcaldesa, guardar el moretón en la intimidad mientras se consume el tiempo del recurso que rebajaría unos grados la alegría de Espino y subiría su autoestima personal y profesional? Carlos Espino sonríe, pero está nervioso, fuma como siempre pero mira el reloj como nunca. Hay cosas que en unos días son para toda la vida. Y la realidad procesal, que es limitada y fruto de las aportaciones interesadas de las partes, puede imponerse, de forma definitiva, a la realidad verdadera sin más derecho que su aceptación. Es palabra de juez, es resolución judicial.