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Canarios por puntos

Lanzarote ha crecido sin contemplaciones desde los años Setenta del siglo pasado. Lejos de mantener un crecimientos vegetativo, o parecido a los años anteriores, la isla se desanchó poblacionalmente ante la irrupción del turismo como actividad económica emergente. Aquellos crecimientos de tres mil  o cuatro mil personas por década empezaron a ser casi anuales. Mientras que desde 1940 a 1970 no llegaron a catorce mil los nuevos residentes, en 1986, aquellos 41.146 habitantes de 1970 se convirtieron en 56.901. En apenas 16 años, la población en la isla había aumentado en más de 15.000 personas.

 Ya estábamos en plena vorágine turística y experimentando una inmigración importante de mano de obra y emprendedores que venía a la sombra del turismo y se instalaba en la isla. Había muchos canarios de otras islas, muchos españoles de otras comunidades pero también comenzaron a quedarse muchos europeos de otros países. Y el desembarco solo acababa de empezar. Entre 1986 y el año 2000, en 14 años,  creció la población en casi 40.000 nuevos habitantes y se mete en el nuevo siglo con 96.310 residentes. El nuevo siglo mantiene la misma racha y ya hay, en la isla, residentes de más de 70 nacionalidades, donde ganan peso también los norteafricanos y los sudamericanos y tenemos nuevos vecinos de los cinco continentes. En el año 2018, Lanzarote ya tiene 149.183 habitantes, casi 53.000 personas más que hace 18 años. O sea, que hemos casi triplicado la población de la isla, pasando de los apenas 50.000 del año 1980 a los 150.000 actuales, con una aportación nueva venida de distintos países y culturas, que dejan en franca minoría aquella original que, además, redujo sus índices de natalidad al mejorar su posición y adaptar sus usos a comportamientos más urbanos.

Estos procesos suelen darse allí donde se crean nuevas oportunidades. El ser humano ha demostrado una enorme capacidad para moverse y adaptarse a las zonas más exigentes del planeta donde le den oportunidades para vivir mejor. Nada que objetar. Pero lo lógico es que estos movimientos enriquezcan el estrato social local pero que no lo fagociten en un proceso de aculturación irremediable. O por lo menos no parece lo más adecuado, más todavía cuando la inmigración tiene su origen en más de 70 países distintos, todos con costumbres y culturas distintas.  Y aquí es donde se ha fallado estrepitosamente, a pesar de que la integración social se ha dado sin beligerancia ni enfrentamientos violentos. Aunque no haya una integración cultural en muchos casos, manteniendo las comunidades sus propias culturas y desconociendo la local canaria con un voluntarismo contagioso.

Ha faltado intencionalidad institucional. A pesar de que triunfó un sistema político que favoreció el desarrollo de las comunidades autónomas y que en Canarias ha sido un partido nacionalista/regionalista el que más tiempo ha estado en el gobierno en este periodo democrático, muy poco se ha hecho para animar a la población residente a enraizar con la cultura y costumbres locales. Y esa no interferencia, dejando las tradiciones culturales a merced del aluvión venido de ultramar, era, en cierta medida, apostar en su contra. Ni en los colegios, ni en  las fiestas ni en ninguna actividad social se primó que fueran las costumbres locales las que convocaran al entendimiento a propios y extraños. Y si a eso sumamos los más de tres millones de turistas que arriban a la isla anualmente, la desproporción no puede ser más brutal ni la pérdida de identidad de Canarias con respecto a otras comunidades españolas como pueden ser el País Vasco, Cataluña, Galicia o, incluso, Andalucía, más significativa. Y eso que Lanzarote (Canarias), al ser territorio alejado de la metrópoli peninsular, una isla al lado de continente africano, en la ruta de las Américas, guarda semejanzas y diferencias culturales con España a la par. Los orígenes bereberes, las influencias norteafricana, americana, portuguesa, inglesa y demás se desvanecen ante la nueva presión perenne.

Los nacionalistas, lejos de afrontar la causa como hicieron en otras comunidades con mucho menos presión migratoria, se refugiaron en el “dejar hacer, dejar pasar” electorero para captar votos entre los nuevos residentes y limitarse a la celebración del Día de Canarias bajo un simplón planteamiento de marketing donde valía con sentirnos de aquí, aunque no supieron ni donde estábamos ni geográficamente. Mucho menos culturalmente.

A estas alturas, se hace más necesario que nunca crear cimientos sólidos que sirvan para asentar a una población con tanta diferencia. Respetando la diversidad, favoreciendo que las distintas colonias de inmigrantes y nuevos residentes mantengan sus culturas pero incentivando el conocimiento general de la nuestra. Que será la de todos. Esa será la diferencia más importante entre un hijo de un inmigrante y el propio inmigrante. Su hijo tendrá como referencia mundial esta isla, y un respeto enorme a todas las culturas del mundo, empezando por la de procedencia de su familia. Pero hablará como un canario que es, conocerá su tierra desde pequeño, se moverá por el archipiélago con el convencimiento de que estos ocho peñascos habitados son su territorio por igual y conocerá y difundirá la cultura de los canarios, su cultura.

En otras zonas españolas, como en Galicia o Cataluña, se exige hablar el idioma local para acceder a las oposiciones de una plaza pública. Tampoco a nadie extraña en el País Vasco, además de hacer la misma exigencia, que su pelota vasca aparezca en la televisión un día y otro también en horas de máxima audiencia. Tienen garantizados cauces de promoción y sostenimientos de sus tradiciones y cultura. Desde esa perspectiva, ¿No sería lógico que los procesos de oposición en Canarias, para cualquier rama y puesto, llevara la valoración de unos puntos por conocimiento de la cultura canaria? Que sirviera para la inmersión voluntaria e interesada en la cultura canaria y que, además, garantizara que donde hubiera un funcionario pagado por esta comunidad, tuviéramos un punto de información de nuestra cultura. No se pretende excluir a nadie, todo lo contrario. Se trata de favorecer, de animar, a que la gente tenga interés por lo  suyo. Y que saber de lo suyo le dé un plus en su tierra.

No sería difícil hacer una ley donde se valoraran las distintas experiencias y conocimientos canarios, con un listado de las actividades, y armando una actividad económica y social donde se certificaran esos conocimientos y experiencias  para poder adjuntar al currículo de cada uno al opositar. No hace falta que sean muchos puntos, con que fuera uno o dos de diez ya sería suficiente. Se trata que en condiciones de igualdad intelectual y misma nota, se prime aquel que aporta un plus en un colegio, en un hospital, en un ayuntamiento, o en una policía, por ejemplo. Que el funcionario disponga de la mayor cualificación técnica necesaria para su puesto pero que también se sepa que conoce Canarias y Lanzarote. Y ya puesto, que se dote a los ámbitos de canariedad reconocida y contrastada  de los medios necesarios para brillar en su propio país, donde en la actualidad son actividades marginales que no llegan ni a un tercio de la población, precisamente porque la enseñanza no se produce ni en el seno familiar ni el social.

Es una idea. Ya sé que no es novedosa, que se da en otros lugares, pero precisamente por ello sorprende más que llevemos tanto tiempo viviendo de espalda a esa realidad y acojamos lo ajeno con tanto entusiasmo y escondamos lo nuestro con tanta e injustificada vergüenza.

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