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El monarca Sánchez y sus leales súbditos

 

 

Descendió del Falcon por las escalerillas y, sin levantar la cabeza, se adentró en el coche que, en apenas diez minutos, le llevó hasta la residencia real de La Mareta. Cuarenta y ocho horas después de su llegada a la isla interrumpió a regañadientes sus vacaciones para saludar al presidente de Canarias y a la presidenta del Cabildo Insular de Lanzarote y zanjar, sin contemplaciones y con la reverencia de sus compañeros de partido, la petición de que los usuarios de las guaguas canarias se beneficien de la bonificación del 100% de la que disfrutarán los viajeros de los trenes de cercanía en la Península.

Desde ese momento, en el que dejó sin palabras ni argumentos a los que quizá sean los dos cargos más leales y entregados a la causa de Pedro Sánchez, no se ha vuelto a saber nada del presidente. Los movimientos de vehículos se suceden en la entrada del palacio, pero no existen noticias sobre él. Ha optado, como en anteriores ocasiones, por vivir en una burbuja en Lanzarote sin querer conocer absolutamente nada de la realidad que rodea sus fastuosas vacaciones pagadas de una manera tan obscena con fondos públicos de todos los ciudadanos.

No ha querido siquiera interrumpir su descanso para interesarse por los más de 500 migrantes que, en menos de 48 horas, han llegado a Lanzarote en una de las crisis migratorias más intensas que se ha vivido en la isla en un periodo de tiempo tan corto. Ni tampoco para arropar a los voluntarios de Cruz Roja y de otras ONG que, una vez más, han vuelto a dar lo mejor de sí mismos para no dejar en evidencia a un Gobierno que sigue optando por la improvisación en materia migratoria.

Sí ha tenido tiempo, en cambio, para compartir en su cuenta de twitter que “el Gobierno de España ha evacuado a 3.900 colaboradores afganos desde hace un año”. En Canarias ya sabemos que al presidente Sánchez y a su Gobierno les encanta hacerse una foto y mostrar su solidaridad cuando se trata de crisis mediáticas como la que se vivió hace un año en Afganistán o la que se desató a raíz de la invasión de Ucrania. Para su Gobierno, muy socialista y progresista, existen migrantes de dos clases y, desgraciadamente, los que llegan a Canarias huyendo del hambre, la guerra, las persecuciones o la sequía que se vive en el continente africano no son tan glamourosos para su fototeca.

El presidente que a veces actúa como si fuera un monarca, quizá embriagado por los lujos del palacio construido por el rey Hussein I de Jordania, ha vuelto a demostrar con su silencio que la migración africana en Canarias es un problema que no quiere afrontar y no desea asumir como una responsabilidad directa. Otra cosa es cuando la crisis acontece en Ceuta y Melilla. Es más raudo ante la presión mediática que siempre se desata cuando Marruecos mueve ficha en ambas ciudades autónomas. Aquí, en Canarias, en cambio, su estrategia es que no se hable de la migración y cuenta, para ello, con la lealtad sumisa de quienes saben de antemano que su futuro depende del porvenir de Sánchez. Me refiero a Ángel Víctor Torres y Dolores Corujo.

No se puede escribir desde la rabia, ni desde la ira, decía Marco Aurelio en su libro, Meditaciones, un tratado de filosofía estoica. Pero cómo controlar la rabia cuándo una vez más esta tierra está azotada por la migración irregular, cuando en 48 horas arriban más de 500 personas jugándose la vida o cuando siguen muriendo niños en nuestras costas, mientras sus fieles escuderos evitan dar explicaciones o señalar como responsable a la Unión Europea para no incomodar ni turbar la paz de Sánchez.

Torres ha vuelto a actuar como un afiliado del sanchismo, ni siquiera del PSOE, y no como el presidente de Canarias.  Las crisis se deben gestionar mirándolas de frente y, como máximo responsable de las islas, exigiendo a su jefe que tome decisiones. Es lo mínimo que puede hacer por tu tierra. Y si no tiene la valentía ni la autonomía para anteponer la defensa de las islas frente a las siglas es que quizá no sepa el significado de lo que representa ser el presidente de Canarias.

La crisis que hoy acontece en Lanzarote se vivió hace poco más de un año en el muelle de Arguineguín o en el año 2006 en la denominada crisis de los cayucos. Sin embargo, en esta ocasión forma parte de una serie que se inició en 2019 y que se ha mantenido muy viva desde entonces. Casi 60.000 migrantes han llegado a las islas en poco más de dos años y la cifra de muertos (miles, según las ONG) ha situado a Canarias como una de las rutas más mortales del planeta. Tenemos un serio problema y todo apunta a que se va a agravar en el futuro.

El presidente al que le gustaría ser un monarca y no tener que rendir cuentas de sus actos ni asumir la responsabilidad de sus acciones podrá seguir contando en Canarias con quienes han aceptado, sin rechistar, que de la migración no se habla. Podrán mover los hilos que quieran y tratar de callar a los suyos, pero siempre se encontrará con un pueblo que no va a permitir que nos traten como a una tierra de segunda. Esta no es solo una tierra de sol y playa. Es una tierra de valores, respeto y lucha. Y los canarios somos y seremos leales, pero nunca sumisos.

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