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Las luces de Doña Dolores

Gracias a esos momentos dulces que te regala el trabajo estuve un rato en la celebración familiar del centenario de vida de Doña Dolores Fernández, abuelita toda ternura que ya podría abrir un consultorio de sabiduría y saber estar que seguro provocaría una lista de espera más larga que la consulta externa de las especialidades médicas de oftalmología, traumatología, rehabilitación y dermatología que lideran el ranking de la paciencia , o el desespero, del sistema público de salud en Canarias.

Para la consulta de Dolores, tengo candidatos (as) del mundo empresarial, de la política, del deporte, de los medios de comunicación y de otros tantos mundos de eruditos que despilfarran sabiduría, o eso al menos creen.  

Superando el aislamiento obligado por las restricciones más duras de la pandemia, Dolores llegó fuerte y lúcida a los 100 años este 17 de agosto, casualmente una fecha muy señalada para mí, porque justo hace dos años, el 17 de agosto de 2020, murió mi viejo a los 96 años de edad. La longevidad con lucidez es una dicha que cada vez se hace más difícil de alcanzar y disfrutar.

Bromeando con Dolores, le dije que viendo las reformas continuas del cálculo de las pensiones es muy probable que necesite de su edad para jubilarme. De momento, solo  tenemos  la esperanza de prolongar la vida laboral frente a la resignación de la pérdida de nuestra vida vida.

En unos cuatro meses se nos viene encima otra reforma con una nueva extensión del periodo de cálculo de las pensiones de retiro “para garantizar la sostenibilidad del sistema”. Como en la historia garciamarquiana de ‘El coronel no tiene quien le escriba’, espero que no nos quedemos con la idea de tener que comer mierda mientras aguardamos eternamente la carta de aviso de asignación de nuestra pensión. 

 

La cualidad de ser longevo nos recuerda que en culturas antiguas los adultos mayores tenían grandes responsabilidades en la dirección política, social y religiosa de los estados. La experiencia es un valor incalculable que merece respeto, como merecen respeto las personas trabajadoras antes y después de su retiro. Error y ruindad si menoscabamos a la persona por su edad avanzada solo estimando su pasado productivo en términos laborales y/o económicos. El ser humano no puede convertirse en un objeto material de usar y tirar por parte de otros seres que establecen mezquinos juicios  de valor sea cual sea su edad.

Si miramos a los mayores como “otros”, debemos primero aprender a reconocer que,  si es que llegamos a la tercera edad, nosotros también seremos “otros”, reflexión simple de convivencia. Tenga o no autonomía, el mayor merece un trato digno por encima de consideración alguna sobre su estado de salud, impedimento físico o aportación económica.

Tienen derecho a mantenerse integrados en la sociedad participando activamente de ella, incluyendo el derecho a ser escuchados y a formular propuestas que redunden en la mejora de su propio bienestar, respetando sus creencias, necesidades y decisiones sobre la atención que reciben y la calidad de su vida. Seguro que nos gustaría tener esa garantía en nuestra vejez.

El coronel de la espera eterna se vio superado por la codicia de poder de sus antiguos compañeros de batallas, sin valores ni principios, protagonistas en miles de historias de ficción y realidad, pero el mundo real también nos regala figuras como la de Dolores y la de mi padre que son nobleza pura y educación. Gracias.

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