El camino de Los Lirios
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
El que le puso el nombre a la calle seguro que no especuló con nada.
Se limitó a dar traslado a la placa, blanco sobre azul, de lo que veía. Nunca vi lirios, pero en aquel camino gasté suela de zapatos y zapatillas y me ensucié los pies, descalzos, hasta los tobillos. En mi infancia, en los años 70 del siglo pasado, el asfalto se quedaba en la carretera Tías-Conil y nosotros cogíamos el camino que nos llevaba a casa, el camino de Los Lirios.
Este camino polvoriento nos llevaba desde la carretera mencionada a la de San Bartolomé, delante mismo de la puerta de la coqueta tienda de Perico Valiente. Pero mi vida transcurría en la parte baja, cerca de la carretera de Conil. Tenía una curiosidad este camino, la mayoría de las casas estaban, y ahí siguen la mayoría, en el margen izquierdo de la vía, a pesar de que es el derecho el que da al centro del pueblo. En la inmensa pieza de suelo, dividida en distintas tierras de cultivo, que estaba a la derecha, limitada al oeste y al norte por el camino de Los Lirios, por el sur por la carretera Arrecife-Yaiza y por el este por el camino de los Fajardo, apenas había tres casas. Estaba la más cercana a nosotros, la de Pepe Riverol y Nieves Borges, casi al lado de la de los Borges Ferrer, y ya, más arriba, en el medio de una inmensa finca, la del viejo Pepe Mesa. Eran las únicas cuatro casas que recuerdo en ese lado, que eran fincas que se plantaban de tomateros y cebada y otros granos y que hacían de frontera natural de nuestra zona con el centro del pueblo.
Esa pieza de suelo, que se mantuvo así durante muchos años más, eclosionó a finales de los años 80 y 90. A excepción de la parcela en la que está el torreón de la luz, que era donde estaba el primer campo de fútbol de Tías, una mediocre instalación con dos porterías, el pintado correspondiente, y constreñido en esa parcela, con gordas paredes de dos metros, apenas a diez centímetros de la línea de banda, que lo mismo servían de bancos improvisados para ver los partidos que de muro en el que golpearte si llegabas muy apurado detrás del balón. Todas esas fincas, ese espacio de utilidad agrícola, se recalificaron y permitió que se asentaran en ese lugar las distintas fases de las promociones de viviendas que la gente conoce como La de Los Lirios, que trajo al barrio gente de todos los lugares y rompió esa vida rural que teníamos en aquellos tiempos. Ya más tarde, llegó el Instituto, la Residencia de Ancianos y demás. Pero nada de eso estaba cuando yo era un niño y corría por aquellas tierras para llegar al campo de fútbol, en verano, cuando no había nada plantado y sus dueños no prestaban atención. Cruzaba la primera tierra, la que llamábamos de Miguel Díaz, y pasaba a la siguiente por un rincón muy curioso. Como separación de ambas, había un alto montículo de piedras que daba abrigo a unas piteras grandes, con tiernos pitones, y una palmera grande y vieja, que desapareció, como todo los demás, con la colonización promovida por Cajacanarias, una constructora y los auspicios del primer gobierno socialista. Eran tres tierras las que tenía que cruzar para llegar al campo de fútbol, pero desde la segunda ya se veía a los jugadores. Grandes tardes pasé encaramado en aquellas paredes viendo jugar a los mayores o en el campo, peleándoles la pelota a otros chicos en rebumbios improvisados.
Pero volvamos al camino. Al camino de Los Lirios. La primera casa, la de los Guadalupe, la de Rafael y la de sus padres Enriqueta y Miguel, que estaba más atrás, hacía esquina con la carretera de Conil y el camino de Los Lirios. Separada por el enarenado que usábamos para hacer los semilleros, estaba la casa de mis padres, pegada a la de mi tía Paca Déniz y su marido Juan Ferrer. Después seguía otra pequeña vivienda y la siguiente ya era de la Carmen Fajardo, la que llamábamos de Martín, por ser hija de este, y su marido Miguel Valiente. Enfrente, al otro lado del camino, estaba la primera del margen derecho, la de José Riverol y su esposa Nieves Borges Mesa. De ahí para arriba, ya era otro mundo. Que yo apenas superaba en mi tierna infancia, salvo si iba a casa de mi prima Juanela y Tomás Cáceres a jugar con sus hijos o me tocaba cortarme el pelo en la barbería de Terio Camacho, que también estaba en el margen izquierdo, una finca más allá de la casa de Juanela, detrás de casa de Augusto. Y ni siquiera en esos casos iba por el camino, prefería acortar por una vereda que había en las mismas tierras que me llevaban al campo de fútbol.
En ese primer trozo del camino, con seis casas a la izquierda y la más grande de todas a la derecha, como si fuera una representación gráfica de los movimientos políticos del momento, la izquierda y la derecha, se desarrollaba mi vida. En eso momentos, la suerte de Lanzarote ya estaba echada en las orillas de sus playas y en los planes urbanísticos que se registraban ya en el ayuntamiento, para encontrar amparo legal e iniciar lo que acabó siendo la principal zona turística de Lanzarote, Puerto del Carmen, surgida a las puertas del singular pueblo marinero, pobre, tradicional y endogámico de La Tiñosa.
Pepe Riverol, a la derecha del camino, era la referencia rica de la zona. Un hombre emprendedor que se alejó de las labores del campo para hacerse un lugar en el Lanzarote que veía venir. Tuvo visión. Y también se embarcó en la política que permitía el franquismo de la época, llegando a ser alcalde del municipio en los primeros dos años de la década de los 70. Me imagino que, desde esa atalaya tan especial, era más fácil ver lo que estaba pasando en la orilla de la playa. Él apostó por el transporte en todas sus facetas, primero transporte colectivo, después licencias de taxis y, más tarde, coches de alquiler e, incluso, gasolinera propia en el pueblo. Estaba claro que quería alejarse de ese Tías rural y campesino que no le gustaba para trabajar a toda velocidad.
Y nosotros notábamos el avance del sector turístico, tan lejos y tan cerca de Los Lirios al ver pasar los coches del vecino rico. También se nota el auge de la construcción porque construyó en las inmediaciones de su casa una bloquera para surtir a la construcción. Fue el primer emprendedor moderno que conocí. Sus hijos, Pepe, Nieves y Mario, vivieron en primera persona los éxitos de su padre en ese Lanzarote que se estaba construyendo para traer turistas y divisas a nuestra isla todavía pobre.
Muchas veces teníamos que dejar el camino corriendo, mientras jugábamos a la pelota, porque el padre, que conducía con moderación y cuidado, o sus hijos aparecían con los últimos modelos de coches. Era la imagen del nuevo Lanzarote, lo que estaba por venir, adelantado por un hombre emprendedor, que supo aprovechar la oportunidad, y dejó a sus hijos el camino comercial y empresarial como la alternativa más cercana y rentable. Allí, en su casa, estuvo muchos años el único teléfono de la zona, que usábamos todos los vecinos en caso de necesidad, con el beneplácito de doña Nieves, que tenía de generosa lo mismo que su marido de emprendedor.
Esos primeros cien metros lisos del Camino de Los Lirios, alejados del Hoyo del Agua por la carretera de Arrecife- Yaiza y del resto del pueblo por las fincas interiores de la derecha, y en los que siempre meto también a los Álvarez y a la familia Fernández Ortega, aunque ellos estaban en el margen izquierdo de la carretera Tías- Conil, era una verdadera comunidad, con una relación estrecha que iba desde la colaboración en las tareas, a compartir fiestas, juegos y aperos, si era necesario.
Ese fue mi mundo cotidiano en mis primeros días años de vida. Después se fue ampliando, pasito a pasito. Pero nunca se ha borrado, permanece en mis recuerdos como una parte irrenunciable de mi forma de ser y entender este mundo. Allí nací y allí me criaron mis padres. Y todos esos vecinos tuvieron su función en mi construcción como persona. Agustín, Nieves, Fela, Isabel, Juanita, Rafael, Reyes, José Miguel, Soraya, Ángel Domingo, Loli, Miguel, Enriqueta, Perico, Ramón, Amelia, Tona, Carmelo, Juan, Vicente, Ricardo, Paca, Mela, Marina, Nieves, Fefa, Juanela, Miguel, Carmen, Anita, Eufemia, Carmelina, Pedro, Antonio, Jacinto, Orlando, Martín, José, Nieves, Pepe, Pepito, Mario Nieves eran, entre otros más, los personajes de mis cuentos reales más tiernos. Y los mantengo en el recuerdo, aunque algunos ya no estén para recordarlo.