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¡Lo nuestro es lo público, babiecas!

Lo de cada uno es lo de cada uno. Pero lo nuestro, no es la suma de lo de cada uno, sino lo público. Aquellos que nos quieren decir que lo público no es de nadie lo hacen para que no sintamos el desgarro en nuestras carnes cuando alguno de ellos se queda con lo que es de todos o despilfarra, sin contención, el presupuesto que hemos aportado, entre todos, vía impuestos, tasas y precios públicos de tipos y colores variados.

Ahora se ha puesto de moda que lo nuestro es también lo que tienen nuestros vecinos ricos, los mismos que no dudaron en creer que lo nuestro era solo de ellos, pero que lo registraban sin acordarse de nuestros nombres. Tenemos que defender lo de los ricos, sus grandes negocios y emporios como si fueran nuestros. Pero, ojo, solo defenderlos, nada de reparto de beneficios ni precios especiales ni sueldos buenos. Todo lo contrario. Hay que aceptar precios abusivos y sueldos bajos para que nuestros ricos sean cada vez más ricos y no vengan de fuera otros ricos a enriquecerse a costa nuestra, aunque nos den mejores sueldos y precios. ¡Estamos locos, de eso ni hablar! ¡Aunque después nuestros ricos se asocien con los ricos de fuera que quieran para hacerse ellos más ricos! Que les quede claro: el objetivo esencial de nuestra existencia es contribuir, de la mejor manera y con el mayor sacrificio, a que las nuevas generaciones de los nuevos ricos sean los ricos nuevos el día de mañana.

¿Y nuestros hijos e hijas qué? No te preocupes, eso ya está todo pensado. Para nuestros hijos organizarán ofertas de 20 euros para los que entren los primeros en sus comercios después de una noche de cola y vigilia en las puertas del centro comercial. ¡Qué gran centro! ¡Qué enormes oportunidades para nuestra gente!

Mientras las familias de empresarios ejemplares, con dos generaciones exhibidas, eran vitoreadas al más puro estilo de Marlon Brando en el interior del centro, con políticos resaltando aquello de la “familia/la familia, las dos familias”, ante miles de entusiastas que reciben las migajas como palomas. Mientras dentro, los halcones se pavonean, en la calle, se exhibe la miseria de quien para complementar sueldos mileuristas tienen que aguantar una noche a la intemperie. Viva imagen del “hombre rico, hombre pobre” que nos circunda. De los dos hombres ricos frente a una multitud pobre. Unos cada vez más ricos, y sin límites, y otros cada vez más pobres y limitados.

No hace falta repetir mucho que eso es lo de ellos, no lo nuestro. Y que se creen que nosotros somos parte de lo de ellos y así se creen con derecho de representarnos en lo público para engrandecer su privado.

Cuanto más crecen, más nos empequeñecen. Y llegará el momento que lo único que tendremos es la ilusión de creernos que lo que ellos tienen también es nuestro. Aunque por nuestro bien, nos contraten con sueldos de miseria y nos despachen con precios desorbitados. ¡Pero es por nuestro bien! ¡No vayan a venir otros empresarios de fuera y nos den mejores sueldos y mejores precios!

En fin, cómo les digo que lo nuestro es lo público. Que se mejore nuestra sanidad, nuestra educación, nuestros parques, nuestras canchas, nuestras residencias y que se nos empodere con una legislación acorde con una democracia. Un hombre (o mujer), un voto. Y no más. Ya tenga centros comerciales, hoteles, constructoras, naves para sedes políticas, y cuentas corrientes para transferir silencios y aplausos. Eso es lo que se espera de una isla sostenible, de hombres y mujeres libres. Y eso, babiecas, solo se consigue sabiendo diferenciar entre lo nuestro y lo de cada uno.

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